Le Pen se abre paso en una Francia descabezada
Como en muchos otros países de la UE, los dos bloques que se han repartido el poder desde la Segunda Guerra Mundial inician la cuenta atrás de los comicios sin liderazgo claro.
Matanzas yihadistas, tasa de paro (9,9% en junio) un punto por encima de la media europea, cuentas públicas que no cuadran (3,5% de déficit en 2015), más de dos billones de euros de deuda pública... Francia llega al final del mandato del presidente François Hollande con la economía en horas bajas y con la unidad política frente al terrorismo rota después del brutal atentado en el paseo de los Ingleses de Niza. Pero, tal vez, lo que más inquieta en el resto de Europa es que Francia llega prácticamente descabezada a las próximas elecciones presidenciales (23 de abril y 7 de mayo de 2017).
“El Partido Socialista francés está moribundo y la derecha no está mucho mejor”, resume con preocupación una fuente comunitaria en Bruselas. Como en muchos otros países de la UE, los dos bloques que se han repartido el poder desde la Segunda Guerra Mundial (conservadores y socialdemócratas) inician la cuenta atrás de los comicios sin liderazgo claro ni capacidad para arrastrar a sus antiguos electorados.
En varios países, con Alemania como modelo, la solución ha sido una gran coalición de los dos antiguos rivales. Pero en Francia, el vacío lo está ocupando el Frente Nacional. Hasta hace poco, el partido de Marine Le Pen era menospreciado como una propuesta marginal e intratable. Pero mes a mes logra revestirse de una pátina de respetabilidad, no tanto porque haya moderado su mensaje como porque el resto, sobre todo la derecha, endurece el suyo frente a la imprevisible amenaza terrorista.
Ultraderechista, xenófoba, euroescéptica... Las etiquetas que estigmatizaban a Marine Le Pen han ido perdiendo fuerza tanto en Francia como en el exterior. Su partido asciende en las encuestas propulsado por factores internos y externos, desde los continuos atentados en suelo francés a la victoria del brexit’ en Reino Unido, que Le Pen celebró como anticipo de la suya, a la candidatura de Donald Trump a la presidencia de EE UU con un programa proteccionista y revisionista (de la OTAN, de la UE...) que rima bien con el del Frente Nacional.
En un contexto internacional de inseguridad y descontento popular, el discurso de Le Pen empieza a sonar alarmantemente aceptable y ya no tan distante del de las fuerzas políticas tradicionales. La pujanza de Le Pen contrasta con la impopularidad del Gobierno socialista (abucheado en los actos de homenaje de Niza) y las luchas internas de la oposición tradicional.
Las perspectivas electorales de los socialistas pintan tan mal que, de momento, nadie disputa abiertamente la candidatura de François Hollande, ante el convencimiento de que ningún nombre podrá evitar la derrota. El primer ministro Manuel Valls, que sonó como posible relevo, ha visto también desplomarse su popularidad tras las matanzas de París (noviembre de 2015) y Niza (el pasado 14 de julio). El ministro rebelde, Emmanuel Macron, sigue amagando con desafiar a Hollande. Pero los analistas apuntan que su objetivo apunta más bien a las presidenciales de 2022 porque también da por pérdidas las del año que viene.
La oposición conservadora no se encuentra en unas condiciones mucho mejores. En otra época, la derecha se estaría preparando para una alternancia inevitable tras el desgaste de una Administración progresista. Pero la Europa de 2016 es muy diferente de la de hace solo unos años. Y los conservadores ya no pueden estar pendientes solo del rival de la izquierda sino que deben vigilar, sobre todo, al que puede adelantarles por la derecha.
En las primarias de noviembre (20 y 27), Les Républicains están convencidos de que serán los encargados de plantar cara a Le Pen en la segunda vuelta de mayo de 2017. Es el partido refundado por Nicolas Sarkozy sobre los restos de la UMP que le llevó al Elíseo en 2007. Elegirán un candidato presidencial y el expresidente confía en alzarse con la candidatura a base de un discurso sin matices ni ambigüedades. “Estamos en una guerra total, nuestro enemigo no tiene tabúes ni fronteras ni principios. Es ellos o nosotros”, proclamó Sarkozy tres días después de la matanza de Niza.
El expresidente francés considera un grave error las grandes coaliciones, a las que acusa de haber dejado al electorado sin otra opción que los extremismos. En política europea, Sarkozy aboga por una “refundación” de la UE, la zona euro y la zona Schengen, que orille a la Comisión Europea y concentre el poder en los Gobiernos nacionales.
Las propuestas de Sarkozy chirrían en Bruselas donde se apuesta claramente por el otro candidato conservador, Alain Juppé. El actual alcalde de Burdeos no cuestiona la estructura de la UE y su estilo tranquilo y sin estridencias podría encajar con el de la canciller alemana, Angela Merkel.
El problema, reconocen fuentes del Partido Popular Europeo, es que Juppé tal vez sea un candidato demasiado blando para hacer frente a Le Pen. En teoría, resultaría más digerible que Sarkozy para los votantes socialistas si en la segunda vuelta uno de ellos se enfrenta a Le Pen. Pero el referéndum británico ha mostrado que la opción del establishment, a la que representa Juppé, puede desencadenar un inesperado voto de rechazo.
Bruselas estrena las multas entre España y Portugal
España y Portugal se convertirán esta semana en los dos primeros países de la historia del euro multados por incumplir deliberadamente los objetivos de déficit público. La Comisión Europea tiene previsto aprobar el miércoles una sanción equivalente al 0,2% del PIB de cada país, lo que en el caso España suponen más de 2.000 millones de euros y en el de Portugal un poco menos de 400 millones. Nunca antes se había utilizado el régimen sancionador incluido en el Pacto de Estabilidad desde 1997 y endurecido a raíz de la crisis del euro en 2011.
Madrid y Lisboa han presentado alegaciones contra la multa. Y la Comisión dispone de potestad para rebajarla e, incluso, cancelarla si le han convencido los argumentos. El organismo comunitario (27 comisarios, tras la dimisión del británico) se encuentra dividido entre los partidarios de un escarmiento ejemplar, liderados por el conservador letón Valdis Dombrovskis, y quienes temen que la sanción aliente el euroescepticismo en dos de los pocos países donde no ha enraizado ese movimiento. El socialista francés Pierre Moscovici encabeza ese bando, no tanto por defender a España y Portugal como por evitar un peligroso precedente para su país. Moscovici también defiende prorrogar dos años, hasta el 2018, el plazo para que España rebaje el déficit por debajo del 3%. El presidente de la CE, Jean-Claude Juncker, ya ha desautorizado en los últimos meses tanto a Dombrovskis (al frenar en mayo la sanción) como a Moscovici (cuando evitó que el comisario rechazase el Presupuesto español). Pero Juncker ya no parece en condiciones de retrasar más el castigo, aunque puede intentar suavizarlo y rebajar una multa que, sea cual sea la cuantía, será histórica para la zona euro.
España cerró el año pasado con un déficit del 5,1%del PIBfrente al objetivo del 4,2%. Parte del desvío se explica por la reforma fiscal que aprobó el Gobierno y que supuso un pérdida de recaudación. Hacienda, sin embargo, alega que sus medidas generaron crecimiento y crearon empleo.