Incertidumbre y ansiedad económica global
Cuando uno observa los datos macroeconómicos en Estados Unidos no pueden ser más alentadores: la economía está ya próxima al pleno empleo y se está acercando a los objetivos de inflación fijados por la Reserva Federal (Fed), del 2%, lo que ha llevado a la primera subida de intereses desde la crisis, el pasado mes diciembre, y a la expectativa (todavía pendiente de informes económicos de las dos próximas semanas) de que la Fed vuelva a subir los intereses en breve. Las perspectivas de consumo del segundo trimestre son sólidas (entre el 3% y el 3,5%), así como las del crecimiento (en torno al 2%).
Sin embargo, tal y como se está viendo en la campaña electoral, hay una gran ansiedad por las perspectivas económicas que se ha cristalizado en el apoyo a las candidaturas de Donald Trump y Bernie Sanders, que han sabido capitalizar en ese descontento y desazón para impulsar sus campañas a la presidencia. Este no es apenas un fenómeno en EE UU, sino que se está viendo también en otros muchos países, como lo demuestra el auge de nuevos partidos, entre ellos, populistas y de extrema derecha.
¿Cómo podemos explicar esta paradoja de buenos datos económicos, pero gran ansiedad sobre las perspectivas de futuro? Una razón fundamental es que la recuperación no está beneficiando a todos los ciudadanos de igual manera. La crisis ha acentuado gravemente el problema de las crecientes desigualdades, no solo en EE UU, sino en la mayoría de los países. Estas crecientes desigualdades se están traduciendo en un incremento del descontento, que está encontrando cauce en nuevos movimientos y candidatos populistas.
Al analizar las perspectivas económicas, otro grave problema es el estancamiento de los salarios. Uno de los factores más importantes que explica esa parálisis salarial es la caída de la productividad. En EE UU, un reciente informe del Conference Board muestra que por primera vez en más de tres décadas la productividad va a bajar al paupérrimo nivel del 0,2% (el crecimiento medio fue del 2,4% entre 1999 y 2006). Este dato simboliza la fragilidad de la recuperación económica y a la vez la situación más precaria de los trabajadores asalariados, que ven con desesperanza cómo sus perspectivas de mejoras se esfuman. Este es otro factor que explica el florecimiento del populismo en nuestros países, y de Trump en Estados Unidos. A menos que aumente la productividad, no se elevarán los estándares de vida. Y esto se está produciendo en un contexto en el que hay gran preocupación por el estancamiento secular, en el que la depresión sería la norma en una era de mediocre crecimiento mundial.
Estas cuestiones se han convertido en los últimos años en un problema de gobernanza. Quizá el riesgo mayor para la economía global no viene tanto por los retos que acabo de describir (pese a lo serios que son y lo difícil que serán de resolver), sino por las dificultades políticas que se están generando debido al auge de los partidos y candidatos populistas.
Las soluciones que están proponiendo para afrontar estos desafíos económicos (con propuestas para construir barreras a la globalización e integración económica, más proteccionismo, antiinmigración...) no solo no van a funcionar (ya han fracasado en el pasado), sino que pospondrán la toma de decisiones y reformas urgentes que son claves para poder retomar la iniciativa y hacer frente a estos importantes retos.
Si hay algo que debemos haber aprendido de la salida de esta crisis es que las políticas monetarias, pese a haber sido claves, no son suficientes para resolver los problemas de nuestras economías. En un mundo global necesitamos no solo más solidaridad y más coordinación (hay un déficit enorme de ambos, tanto a escala nacional como internacional), sino también Gobiernos estables y fuertes decididos a adoptar las políticas y reformas que eviten el riesgo del estancamiento secular.
Sebastián Royo, vicerrector de la Universidad de Suffolk en Boston (EE UU)