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'Brexit'

Las grietas que ya ha dejado el referéndum

El concepto brexit, por sí mismo, ha generado heridas en la Europa de hoy, anteriores a la votación de ayer, que deben cuantificarse.

Getty Images

Nació el brexit como una extraña maniobra electoral, con escasa atención por parte del resto de Europa, que se sacó David Cameron de la chistera para lograr ser primer ministro en 2015: y lo consiguió. Pero lejos del análisis político de aquella ocurrencia, lo que parece haber ocupado y preocupado más a los distintos estratos de la eurozona, a los analistas y a la sociedad europea han sido las consecuencias económicas que pueden derivarse de un abandono del proyecto común europeo por parte de Reino Unido.

Pocas columnas o artículos han hecho referencia a otros importantes aspectos de la propuesta de escisión, como el negativo impacto social en el proyecto de la Unión Europea, el efecto dominó hacia otros países que también se plantean su continuidad o el aliento renovado que ha supuesto para las crecientes tasas de euroescépticos en todos los países de la eurozona.

Congreso del partido euroescéptico alemán Alternative für Deutschland.
Congreso del partido euroescéptico alemán Alternative für Deutschland.GETTY IMAGES

Ha quedado claro que lo que realmente inquietaba del brexit eran las consecuencias económicas del posible divorcio. Si es así, merece la pena analizarlas desde ambos puntos de vista, el de Reino Unido y el del resto de la Unión Europea, ahora que los resultados permiten hacerlo con certeza. Pero los múltiples análisis ofrecidos hasta el momento solo han planteado hipótesis como consecuencias del resultado de la consulta, y lo interesante es hacerlo, también, para conocer las consecuencias que el mero proceso ya ha provocado, sus efectos negativos, independientes del resultado del referéndum. El concepto brexit, por sí mismo, ha generado heridas en la Europa de hoy, anteriores a la votación de ayer, que deben cuantificarse.

De los dos lados del canal, el británico es el más perjudicado. No en vano su moneda se ha devaluado en los últimos seis meses más de un 10% con respecto al euro, aun cuando las encuestas nunca fueron claras a favor de la salida. La sola posibilidad del brexit ha supuesto un castigo tal a la libra que compromete y dificulta la capacidad de importar de Reino Unido en el presente y futuro inmediato. Mal acostumbrados a una libra potente en el contexto internacional, los británicos ven hoy cómo, con una moneda cada vez más débil, se paga más por todos aquellos productos que Reino Unido compra fuera de sus fronteras, y que en 2015 supusieron el 22% de su PIB. Esto para ellos es pagar más, hoy y mañana, por comprar menos que ayer.

Además, las estimaciones de empleos a destruir en Reino Unido, en caso del brexit, han oscilado entre los 800.000 puestos de trabajo en los escenarios más pesimistas y los 100.000 empleos entre los menos alarmistas. La mayoría de ellos, fruto de la posible emigración de multinacionales y empresas de Reino Unido hacia el más seguro territorio común de la eurozona. El emblemático sector financiero de la City es, sin duda, el más afectado, seguido por el tecnológico y el de la automoción. Es lógico pensar que la futura creación de empleo en Reino Unido, generado por multinacionales que pensaban establecerse en su territorio, se verá condicionada por el proceso recién vivido, independientemente de su resultado. De nuevo un coste del proceso de referéndum, ni siquiera del resultado. Es cierto que el dinero es asustadizo frente a la incertidumbre, pero también lo es el empleo y, si cabe, más.

Esta suma de dificultades económicas presentaba una caída estimada del PIB de Reino Unido ante el brexit superior al 6% en los próximos dos años, según el Ministerio de Economía presidido por Cameron, y del 2%, según analistas económicos externos. En cualquiera de los dos casos, Reino Unido entraba en crisis y la convocatoria de la votación ya les ha empobrecido.

El mero hecho de anunciar la posibilidad de una salida fue una mala noticia económica para la eurozona que ya ha provocado pérdidas

Para la eurozona, la mera posibilidad de salida de Reino Unido ha significado el comienzo del cuestionamiento serio, por parte de otros socios, sobre la conveniencia de su continuidad en el club europeo. Al igual que en Reino Unido, solo anunciar la posibilidad del brexit fue una mala noticia económica, que ya ha provocado pérdidas.

En concreto, para España, el anuncio del referéndum significó el miedo ante el posible endurecimiento arancelario en el cuarto destino de las exportaciones españolas en 2015. Reino Unido recibió mercancía española por valor de más de 18.000 millones de euros en el pasado ejercicio. Pero sin duda el sector qué más se inquieta es el turístico. Más de 15 millones de turistas de Reino Unido nos visitaron el pasado año y supusieron un 20% de los ingresos del sector.

Con una libra hoy devaluada, muchos de ellos no podrían afrontar el destino español para sus vacaciones y desestimarán visitarnos, provocando un descenso en los ingresos del turismo español en 2016, y menor creación de empleo, si no destrucción, en el sector.

La sensibilidad de las economías varía respecto de sus sectores más importantes, pero España sabe, por experiencias pasadas, que la economía dependiente del turismo es hipersensible a aspectos como el tipo de cambio. Pensemos ahora las implicaciones que la bajada de afluencia de turistas británicos, uno de los segmentos que más ingreso genera al país en sus visitas, tienen sobre un sector, el turístico, que supera el 12% del PIB español.

Este efecto perverso tiene una arista más, el descenso en la compra de viviendas por parte de los británicos en España. En 2015, la compra de casas en España por parte de extranjeros fue, en un 20%, protagonizada por ciudadanos de Reino Unido, que se lo pensarán ahora dos veces al manejar una libra que acumula pérdida de valor frente al euro. Las casas españolas, ahora, son un 10% más caras que a comienzo de año para ellos.

Una de las zonas de ocio británicas en la costa española de Levante.
Una de las zonas de ocio británicas en la costa española de Levante. EFE

Menos directas, pero nada desdeñables, son las consecuencias que el proceso de divorcio continental plantea para los trabajadores de las casi 500 empresas de Reino Unido con actividad en territorio español y que suponen 100.000 puestos de trabajo. A buen seguro, algunos de ellos desaparecerán o se trasformarán por el efecto incertidumbre que el brexit ha supuesto. Además, ante la posibilidad de necesitar un permiso de residencia para trabajar en Reino Unido, se reducirán allí los puestos de trabajo para españoles creados en el futuro.

Este análisis de las consecuencias del proceso para España, como país ejemplo, es trasladable al resto de los miembros de la eurozona con respecto a Reino Unido, porque todos ellos mantienen multitud de lazos comerciales cruzados con los británicos. Supone un empobrecimiento generalizado de la Unión Europea, empobrecimiento que ya se ha producido y que no reporta beneficios económicos para ninguno de los países miembros, sin entrar a juzgar las consecuencias del resultado del referéndum.

Es seguro que ambos lados del canal han salido perdiendo con la posibilidad de plantear la consulta popular. El resultado deja un preocupante número de millones de ciudadanos de Reino Unido dispuestos a divorciarse del proyecto europeo, aun a costa de adelgazar sus propios bolsillos y los nuestros.

Lejos de esperar calma y recuperación, el futuro posreferéndum muestra nubarrones de euroescépticos, en no pocos países de los 28, animados ahora a enarbolar la bandera de la salida, jaleados por la experiencia vivida en Reino Unido. Es cierto que siempre han existido corrientes en contra del proyecto nacido en el Tratado de Roma de 1957, pero hasta ahora, el Frankenstein europeo los había logrado aliviar, espantar y minorar, demostrando las bondades económicas del cuerpo común, aun con remiendos poco sostenibles y eternas promesas de bienestar común. Centro y norte de Europa ven crecer el número de euroescépticos que, desde ayer, tienen un referente que esgrimir.

La falta de cultura común europea, la ausencia de convergencia en aspectos clave, como la fiscalidad, la poca comprensión de la actividad de las instituciones europeas sobre la realidad de los países, los ejemplos de mala gestión común, como el drama de los refugiados aparcados a las puertas de Europa, se han convertido en la gasolina que permite prender la mecha de los varios brexit que se vislumbran como posibles en los próximos años.

El nivel de desconfianza medio en toda la eurozona respecto del proyecto común supera ya el 50%

Suecia y Dinamarca, con un nivel de euroescepticismo igual o superior al de Reino Unido, de más del 60% de su población, encabezan la lista de posibles países que se planteen su continuidad en el eurozona. Por otro lado, y por motivos muy diferentes, Grecia muestra también un creciente sentimiento de rechazo ante el proyecto europeo, superior al 65% de sus ciudadanos. El nivel de desconfianza medio, en toda la eurozona, respecto del proyecto común, se ha incrementado en 20 puntos porcentuales en los últimos cuatro años, y supera el 50%.

Es tiempo ahora, con los resultados en la mano, para reflexionar sobre las razones que motivan el deseo de un porcentaje representativo de la sociedad europea de renunciar a un proyecto hasta hace poco de aceptación generalizada.

A buen seguro, no se están trasladando las bondades de la Unión Europea de la manera adecuada, o no son suficientes las razones económicas para lograr que los 508 millones de personas en los 28 países firmantes de este Tratado se sientan parte de un mismo club y vean más ventajas a permanecer dentro que a plantearse la salida.

Fernando Tomé es decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Antonio de Nebrija.

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