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La desgraciada Europa de Merkel

Angela Merkel heredó la Europa de Helmut Kohl, un continente casi unificado, sin fronteras y con una moneda común. La canciller alemana, que encara la recta final de su tercer mandato, dejará una Europa en descomposición, con corralitos, discriminaciones de los trabajadores y expulsión de refugiados.

El liderazgo de Merkel produce monstruos y cada vez con más frecuencia. Sólo en lo que va de año ya ha sido la artífice del pacto con el primer ministro británico, David Cameron, que consagra un trato desigual para los trabajadores europeos, y del principio de acuerdo con el régimen turco de Recep Tayyip Erdogan para convertir a cualquier potencial refugiado en un emigrante clandestino que merece la expulsión.

Los juristas dudan que los acuerdos con Londres y Ankara sobrevivan a una revisión judicial. Pero Merkel no piensa en el largo plazo sino en resolver los problemas de cada día: en el primer caso, ayudar a Cameron a ganar el referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la UE; y en el segundo, demostrar a la opinión pública alemana que ha cerrado la puerta a la emigración, al menos hasta que pasen las elecciones de este domingo (13 de marzo) en tres regiones alemanas.

Ambos acuerdos se han cerrado, por supuesto, con la complicidad del resto de Gobiernos europeos y de las instituciones de Bruselas, incapaces de resistirse a cualquier dictado de Berlín. Pero la responsabilidad principal recae en Merkel porque, para bien o para mal, las grandes decisiones europeas llevan en los últimos años sus señas de identidad.

La crisis del euro convirtió a Alemania en el poder casi hegemónico de la Unión Europea y a su canciller en la líder indiscutible de un club desorientado y asustado ante una debacle financiera sin precedentes. El batacazo brindaba a Berlín la ansiada oportunidad de liderar el continente, una vez purgados casi todos los sentimientos de culpa por la segunda guerra mundial.

Pero la historia quiso que al frente del gobierno alemán se encontrase Angela Merkel, una canciller cuyo pasado político y personal estaba más ligado a la Europa del Este, la URSS y Moscú que al proyecto de integración puesto en marcha por sus predecesores.

Por falta de voluntad o de visión, Merkel perdió la oportunidad de ejercer un liderazgo constructivo que, probablemente, la mayoría de los países en dificultades hubieran aceptado e, incluso, agradecido.

Berlín optó, bajo la batuta de Merkel, por tirar de las riendas en lugar de liderar. Todas las medidas aprobadas durante la crisis financieras lucen la coletilla del "a pesar de Alemania", desde el fondo de rescate (MEDE) a la unión bancaria o los sucesivos (y fallidos) planes de inversión anunciados por Bruselas.

Los proyectos que han logrado superar el veto de Berlín han nacido mutilados, bajo siete llaves y marcados por el signo de la desconfianza entre unos socios y otros, en particular entre los presuntos virtuosos y los supuestos pecadores.

La desastrosa gestión ha dejado a la zona euro como uno de los pocos lugares del planeta donde todavía se sigue sufriendo la crisis financiera de 2008; con corralitos en varios socios (Chipre, ya levantado, y Grecia, todavía en vigor), y con una tasa de paro de larga duración que se ha doblado durante la crisis y afecta ya a 12,4 millones de personas (here).

A ello se añade ahora la posibilidad de que un país como el Reino Unido discrimine a los trabajadores en función de su pasaporte durante los primeros cuatro años de contrato, denegándoles derechos o complementos que recibirán sus colegas británicos.

El daño político e institucional del Merkelato es quizá mucho mayor que el económico. Los organismos creados a raíz de la crisis no han seguido el modelo europeo habitual (una cesión de soberanía a cambio de una participación casi igualitaria o ponderada en la toma de decisiones) sino una fórmula basada pura y simplemente en el peso económico de cada país. Por suerte, el Banco Central Europeo se creó mucho antes y en Fráncfort se aplica la norma de un socio, un voto, a diferencia del Mede o el fondo de resolución. Una conquista federal la del BCE que en la Europa de Merkel hubiera sido irrealizable.

Foto (con móvil): rueda de prensa de Merkel tras la cumbre UE-Turquía. (B. dM., 7-3-2016).

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