Invertir en tiempos de guerra de divisas
La divisa de un país o de una zona monetaria integrada es el mejor espejo de la economía en la que circula y a la que asiste en las transacciones comerciales y financieras. Refleja la situación de los fundamentales de la actividad, el rigor de sus cuentas públicas y privadas, la solvencia de sus gestores, el grado de atracción de flujos inversores, la capacidad de iniciativa de sus agentes económicos y su grado de relación con el exterior, tanto en compras como en ventas de bienes y servicios. Además, incluso reflejan de forma anticipada los cambios que puedan producirse en todos estos elementos con acontecimientos previstos, pero con consecuencias imprevisibles. El mejor de los ejemplos es el movimiento contractivo de la libra esterlina estas semanas, en las que está cotizando la incertidumbre desatada en la economía financiera por la posibilidad de salida de Reino Unido de la Unión Europea.
Pero las divisas son en parte víctimas de la sobreactuación de las autoridades monetarias en todas las zonas en la crisis y la poscrisis. La vertiginosa ampliación de los balances de los bancos centrales, con ritmos diferentes en Japón, Inglaterra, EE UU o Europa, con inyecciones de dinero viejo y dinero nuevo hasta niveles desconocidos, han forzado movimientos en los capitales mundiales de tal magnitud que han estresado los tipos de cambio hasta el punto de hablar de una suerte de guerra de divisas nada conveniente.
Nada conveniente porque es una batalla en la que siempre que gana uno pierde otro y en la que cualquier intento serio de minimizar la pérdida genera daños en terceros, dado que la economía está financieramente interconectada. Los bancos centrales no se han preocupado hasta ahora del bardo que han echado sobre las divisas con la superabundancia de liquidez, porque únicamente aflojaban la presión sobre sus divisas y beneficiaban a sus exportadores. Ni se preocupaba la Fed si el dólar se depreciaba, ni se preocupa ahora el BCE si el euro se deprecia.
Solo la bomba de relojería de China, que sus inexpertos pero poderosos gestores intentan desactivar con una devaluación lenta pero persistente del yuan, está llevando los reparos a Europa, Japón y EE UU, porque todos ellos son compradores de productos chinos y todos compiten en sus manufacturas con ellos, en unas condiciones de desigualdad que amenazan a sus empresas. Además, con esta actitud, China sigue exportando deflación por dos vías que hacen inútiles los esfuerzos de los países desarrollados para combatirla. Lo hace con sus productos a precios de derribo, y lo hace por el efecto contractivo que sobre los precios de las materias primas y la energía ha tenido la entrada de China en un crecimiento más lento.
China ha registrado en 2014 una pérdida significativa de reservas de divisas (unos 500.000 millones de dólares), por vez primera en 23 años, y prosigue con la escalada devaluativa del yuan para recomponer su posición exportadora, dado que no tiene tiempo material de cambiar su modelo de demanda, por muy creciente que sea la emergente clase media del gigante asiático. Cada vez más gente cree que lo que se precisa es una especie de acuerdo como el que en el Hotel Plaza de Nueva York se logró en 1985 para estabilizar los tipos de cambio, con compras y ventas coordinadas de los bancos centrales. Consideran que, en caso de no hacerlo, la espoleta de la guerra de divisas está a punto de saltar, lo que tendría unas consecuencias incalculables para las economías y para los inversores.
El mejor escenario para la inversión en esta materia es la estabilidad, puesto que las apuestas pueden hacer abstracción de lo que dan o quitan las divisas con sus movimientos. En todo caso, jugar solo a obtener retornos con el juego de las divisas debe hacerse a través de fondos especializados, que juegan con fuertes coberturas y que mueven el dinero con rapidez extrema. En el caso de pretender hacer apuestas particulares, deben hacerse a través de empresas industriales o de servicios, en las que pueda obtenerse una buena rentabilidad por su negocio, y sumarle el plus que la repatriación del beneficio y el dividendo proporcione el tipo de cambio. Las mejores oportunidades siguen restando en las empresas que operan en mercados muy seguros y en los que la tendencia de largo plazo para su divisa sea de apreciación, como es el caso de EE UU por las subidas esperadas de tipos.