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Columna
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El G20, mal equipado para otra crisis

Las potencias económicas del mundo no están bien preparadas para hacer frente a la próxima emergencia. Esa es la principal lección de la última reunión de los principales bancos centrales y ministros de finanzas en Shanghái. Aunque los temores sobre una crisis inminente parecen prematuros, el estallido de disputas sobre política fiscal y monetaria no es un buen augurio para la próxima recesión.

Han pasado años desde la última vez que una reunión del grupo de las 20 economías desarrolladas y emergentes dio lugar a una acción sustancial. Las expectativas para la última reunión eran por lo tanto bajas, y los participantes cumplieron. De hecho, el evento celebrado durante dos días en el distrito Pudong de Shanghái sirvió principalmente para destacar las profundas divisiones globales.

Un ejemplo es la política monetaria. La oleada de ventas en los mercados globales de este año se basa, al menos en parte, en la preocupación de que unos tipos de interés muy bajos han perdido su capacidad de estimular el crecimiento y de que los bancos centrales se han quedado sin munición.

Aunque los bancos centrales previsiblemente rechazan este punto de vista, hay pocas señales de que estén de acuerdo sobre qué hacer a continuación. La última arma de su arsenal –el cambio a tipos de interés negativos– no solo ha sacudido a los inversores, sino que también ha expuesto las tensiones en lo que normalmente es una estrecha hermandad (entre quienes dictan las políticas monetarias).

La necesidad de un mayor gasto gubernamental es otra fuente de tensión. Antes de la reunión, el Fondo Monetario Internacional reiteró su opinión de que los países con deudas relativamente bajas podrían “hacer más” para impulsar la demanda, por ejemplo con un préstamo para financiar la inversión en infraestructura.

El estallido de disputas sobre política fiscal y monetaria no es un buen augurio para la próxima recesión

Sin embargo, el ministro de Finanzas de uno de esos países, Alemania, Wolfgang Schäuble, rechazó la idea de que el mundo pudiera resolver sus problemas con más apalancamiento. “El modelo de crecimiento financiado con deuda ha alcanzado sus límites”, aseguró en una conferencia organizada por el Instituto de Finanzas Internacionales.

En el pasado, Estados Unidos podría haber sido capaz de presionar a los participantes en la reunión para llegar a un acuerdo más significativo. Pero con una campaña electoral interna dominada por el aislacionismo y la xenofobia, el país no está en condiciones de demostrar su liderazgo mundial. La nación anfitriona, China, mientras tanto, estaba más interesada en tranquilizar al mundo sobre su capacidad para gestionar su propia desaceleración económica.

Los líderes de la República Popular aprovecharon que Shanghái era el centro de la atención mediática para llevar a cabo un bombardeo de relaciones públicas encaminadas a contrarrestar los temores sobre una nueva devaluación del yuan. Li Keqiang prometió que la moneda se mantendría “básicamente estable” –un mensaje que Zhou Xiaochuan, gobernador del Banco Popular de China, reiteró en una conferencia de prensa poco frecuente–.

El ataque tuvo cierto impacto: China estuvo notablemente ausente de las preocupaciones que figuran en el comunicado final del G20. Sin embargo, su arrebato de apertura no ofreció mucha más claridad sobre cómo está gestionando China su moneda. Los inversores estaban notablemente exasperados cuando el vicegobernador Banco Popular de China, Yi Gang, aseguró en la conferencia del Instituto Internacional de Finanzas que el banco central controla actualmente tres medidas diferentes de tipo de cambio efectivo.

Las consecuencias de la falta de unidad no deberían exagerarse. Como señaló el G20, las turbulencias en los mercados financieros no concuerdan con una economía global que todavía se espera que crezca en casi un 3,5% este año.

Sin embargo, las divisiones que quedaron patentes en Shanghái sugieren que los mayores países del mundo están mal preparados para hacer frente al siguiente choque cuando inevitablemente se produzca. Tal vez hace falta una crisis a gran escala para que los miembros del G-20 dejen a un lado sus diferencias y tomen algunas decisiones importantes. Puede que el resto del mundo lo averigüe bastante pronto.

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