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Gran Bretaña y la UE una vida repleta de sobresaltos

Por Agustín Ulied, profesor de Economía de la Unión Europea en ESADE Business and Law School y miembro del Team Europa

El 19 de septiembre de 1946, Winston Churchill pronunciaba en Zúrich un importante discurso en el que alentaba la creación de los Estados Unidos de Europa: “Francia y Alemania deben tomar juntas la cabeza. Gran Bretaña, la Commonwealth británica de naciones, la poderosa América y confío que la Rusia soviética —y entonces todo sería perfecto— deben ser los amigos y padrinos de la nueva Europa y deben defender su derecho a vivir y brillar. Por eso os digo ¡Levantemos Europa!”. En otro momento de su discurso señalaba que su amigo el Presidente Truman había expresado su interés y simpatía por este gran proyecto. Sin embargo, Churchill no incluía la participación de Gran Bretaña porque “Los británicos tenemos nuestra propia Comunidad de Naciones”.

En 1973, una vez salvado el veto francés, como consecuencia de la dimisión y posterior fallecimiento del General De Gaulle, Gran Bretaña entraba a formar parte de las Comunidades Europeas. Los motivos eran evidentes: por un lado, Gran Bretaña necesitaba un mercado de expansión industrial mucho mayor que el que le proporcionaba la Asociación Europea de Libre Comercio que había fundado para “competir” con las Comunidades europeas, por el otro, los Estados Unidos necesitaban infiltrar en la organización europea un socio de confianza que frenará las ambiciones continentales de crear una potencia política y económica al margen de su interés en establecer un mercado complementario al norteamericano. Gran Bretaña debía realizar el papel de “portaaviones americano vigilante ante las costas europeas”

Desde el mismo momento de su incorporación a la hoy Unión Europea su pertenencia ha estado rodeada de contínuas tensiones. Casi desde el minuto uno de su ingreso, se empezó a hablar de la posibilidad de establecer una Comunidad a dos velocidades, lo que relevaba que Gran Bretaña no pretendía que el proyecto europeo fuera mucho más allá que una asociación de libre comercio. Aunque esta doble velocidad nunca ha quedado plasmada en un tratado, la realidad muestra que las cláusulas de exclusión siempre han tenido a Gran Bretaña por protagonista (temas sociales, justicia, moneda única, etc.). No menos complicada ha sido la participación de Gran Bretaña en el presupuesto de la Unión. Todo empezó con la reclamación de Margaret Thatcher de la devolución de una parte de su contribución a los recursos comunitarios, dada la insignificante recuperación que obtenía como consecuencia de la escasa importancia del sector agrícola británico. “I want my money back” exigió la Dama de Hierro y el conflicto se resolvió en 1984 en el Consejo Europeo de Fontainebleau mediante la devolución del llamado “cheque británico”. También es muy relevante el papel de freno constante que ha efectuado Gran Bretaña mediante su exigencia a limitar el crecimiento del Presupuesto de la Unión. Las últimas perspectivas financieras para el período 2014- 2020 significaron la primera reducción presupuestaria de la Unión desde su fundación. El defensor a ultranza de ello fue David Cameron.

Y aparece la crisis económica y ésta engendra populismos y movimientos nacionalistas que en Gran Bretaña se traducen en acusar de todos sus males a su pertenencia a la UE. Una buena parte de la población británica nunca se sintió aliada a la Europa continental y ésta sería la oportunidad de abogar por la desconexión.

¿Tienen razón los británicos que exigen la salida de la UE por considerar que su permanencia es un gasto innecesario?

El referéndum sobre el Brexit dependerá de la capacidad de Cameron para transformar los acuerdos técnicos alcanzados en sus negociaciones con la UE en un trato que convenza a una opinión pública dividida.

Las principales demandas de Cameron para renegociar la relación del Reino Unido con la UE son: incrementar la soberanía del Reino Unido frente a los poderes de la UE; poner freno a las libertades de movilidad dentro de la UE y nuevas políticas económicas y financieras favorables a los intereses de Londres.

¿Y la City? ¿Y el riesgo de una posible crisis monetaria de la libra?

Los mensajes escépticos sobre el impacto económico de la pertenencia a la UE delatan que para muchos británicos las razones económicas y financieras no son un elemento crucial en la campaña del referéndum. El riesgo del Brexit no está dirigido por un público euroescéptico sino por una élite eurófoba, que ejerce una poderosa influencia en relación con la cuestión de la UE.

Con su tergiversación sobre ciertas políticas, y acuerdos existentes, los defensores de la retirada han ideado un escenario idílico de sus vidas que va más allá de la Unión. Postulan promover la creencia que la City seguirá siendo el centro financiero europeo por excelencia, que Gran Bretaña podrá conservar su libre acceso al mercado único y, además, sin tener que soportar la carga de la libre circulación de trabajadores. Nada más lejos de la realidad. Gran Bretaña perderá capacidad negociadora en materia comercial y de inversiones. ¿Quién se comprometería a invertir en el largo plazo sin saber qué términos legales lo regirán? El ex primer ministro británico, Gordon Brown señalaba en una entrevista en The Guardian que “saliendo de la UE Gran Bretaña se arriesga a encontrarse en la misma situación que Corea del Norte, con pocos amigos, sin ninguna influencia, sin nuevos intercambios comerciales y muchas menos inversiones.”

Los europeístas hemos de estar alerta. Es bueno todo lo que sirva para que Gran Bretaña siga en la UE, con el único límite de que la UE no deje de ser lo que es. Una rendición de la UE sería un revés en uno de los peores momentos históricos. Una marcha atrás de la UE, cambiando su legislación para dar mejor acomodo a los euroescépticos británicos, no sería más que el principio de deconstrucción que sería muy difícil detener. La principal inquietud es que el acuerdo al que se llegue pueda abrir la caja de Pandora a demandas similares por parte de otros Estados miembros. De momento los documentos presentados por el Presidente del Consejo, Donald Tusk, no son aceptables. Desde una perspectiva europea y europeísta, contienen retrocesos para la UE. Lo que decía: alerta.

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