Sri Lanka, un vergel tropical en el Índico
Apartada de los circuitos turísticos durante años, la isla serena recobra la armonía, que nunca debió perder, tras varias décadas de conflicto.
Los primeros comerciantes árabes que llegaron a sus costas llamaron a la isla del clavo, la pimienta, la canela, las piedras preciosas y los elefantes Serendib (serendipia), término que, según la RAE, significa “hallazgo valioso que se produce de manera accidental o casual”, es decir, la suerte de encontrar algo interesante sin haberlo buscado.
Con independencia de su significado, la palabra serendipia nos transporta a un mundo donde pueden acontecer cosas inesperadas, casi mágicas. Como en Sri Lanka. La antigua Ceilán durante los periodos coloniales europeos –portugués, neerlandés y, por último, británico– esconde muchas sorpresas, más allá de sus paradisiacas playas abiertas al océano Índico.
Tras casi 30 años de guerra entre la mayoría cingalesa –budista– y la minoría étnica más numerosa del país, los tamiles –hindúes–, todo acabó en 2009 con la victoria militar del Ejército sobre el movimiento separatista. El conflicto ha mantenido dividida durante décadas a la también conocida como la isla de los mil nombres y apartada de los itinerarios turísticos.
Su cultura milenaria y su tradición budista han forjado el carácter de su gente, siempre dispuesta a complacer al visitante
Afortunadamente, poco a poco va recuperando la armonía, y también las visitas, tras sobreponerse a otra desgracia, en este caso natural: el tsunami, con origen en Sumatra, que en diciembre de 2004 arrasó el sudeste de la isla causando la muerte de unas 35.000 personas.
Por su ubicación en el camino de las principales rutas marítimas de Asia, en Sri Lanka han recalado desde tiempos remotos los navegantes que atravesaban el Índico en sus viajes por Oriente en busca de maderas y piedras preciosas, especias, perlas…, muy abundantes en esta tierra privilegiada.
Marco Polo arribó en 1265. Y mucho antes, hace 2.500 años, llegaron pobladores del sur de India, hoy la mayoría cingalesa, una oleada de tamiles…, que se encontraron con los aborígenes, los veddas, sus habitantes desde tiempos inmemoriales, con una cultura y forma de vida hoy a punto de desaparecer por la paulatina reducción de su hábitat natural, la jungla.
En este pasado se asienta la riqueza de su historia y cultura milenarias, su tolerancia y diversidad religiosas (budistas, hindúes, musulmanes y cristianos conviven sin conflicto, muchas veces se mezclan en los templos) y, cómo no, la extraordinaria hospitalidad de la gente.
Las ciudades antiguas
Para conocer los orígenes de las primeras civilizaciones cingalesas antes de la llegada de los europeos a la isla es imprescindible visitar las capitales medievales, el denominado triángulo cultural situado en el interior, al norte de la capital histórica, Kandy, que sobrevivió al asedio europeo desde el siglo XVI hasta la ocupación inglesa en 1815 y hoy centro venerado por los budistas ya que acoge el templo del diente sagrado de Buda.
Estas ciudades se alternaron en la capitalidad de los reinos más importantes que se desarrollaron antes de la llegada europea en una de las zonas más ricas de la isla, con arrozales y pantanos, algunos construidos hace más de 2.000 años.
Empezamos en uno de los principales reclamos de Sri Lanka, la espectacular montaña sagrada de Sigiriya (siglo V), Patrimonio de la Humanidad. Se alza majestuosa sobre una gran llanura, salpicada de cultivos y parches de espesa jungla. Subirla requiere cierto esfuerzo: hay que salvar más de 200 metros por escaleras vertiginosas (¡atención quienes sufran vértigo!) y sortear turistas, si no madrugamos, y de paso evitar también el calor.
Merece la pena culminar la ascensión, a mitad de camino se encuentra una muestra de los frescos de bellísimas mujeres con el pecho descubierto que adornan las cavidades de la roca. Son una de las pinturas budistas más bonitas del mundo, similares a las de las cuevas de Ajanta, en India. Arriba nos aguardan los restos de edificaciones y estanques y, sobre todo, un paisaje espléndido y la vista, en perfecta armonía, del trazado de los jardines reales al pie de la roca.
Los restos de Polonnaruwa, muy bien conservados, es otra de las visitas esenciales del triángulo cultural. Grandes esculturas de Buda dan la bienvenida a un recorrido que, por su extensión, hay que hacer en coche, bicicleta o tuk-tuk, el medio de transporte más común y divertido si no hay mucho tráfico, también llamado rickshaw en otras partes de Asia.
Palacios, templos, sorprendentes obras hidráulicas o las imágenes de Gal Vihara talladas en granito dan cuenta del esplendor de una ciudad que alcanzó su cénit religioso y cultural en el siglo XIII.
De la serenidad del Buda reclinado de Polonnaruwa a la grandeza de Dambulla. Otro de los hitos de las ciudades antiguas, básicamente por las cinco cuevas (Royal Rock Temple) del siglo I a. C., el mayor y mejor conservado de Sri Lanka, también patrimonio de la Unesco. Se trata de un impactante conjunto de budas anacoretas, imperturbables señores de las grutas, arropados por los frescos con escenas de la vida del maestro que cubren techos y paredes.
Y por último, Anuradhapura, otro lugar patrimonio de la Unesco, eje religioso de la isla durante 1.400 años (hasta el siglo X de nuestra era), oculto por la jungla durante siglos, hasta 1877, completa un recorrido por la intensa historia de Sri Lanka.
En Anuradhapura impactan las enormes y antiguas dagodas (pagodas cingalesas), una arquitectura monumental que se extiende por una de las zonas arqueológicas más amplias del mundo aún por excavar; y sorprenden las piedras lunares, losas que reflejan la circularidad de la vida, la serenidad de las estatuas de Buda... Hay otros muchos lugares históricos de interés, pero después de un mínimo de tres o cuatro días de baño cultural se impone un respiro en las espléndidas playas esrilanquesas.
Las playas
Largas y doradas, de arena blanca, ventosas y con oleaje, kilométricas y prácticamente salvajes. Mientras en algunas se disfruta de un ambiente relajado, como en Tangalle, recoleta y bordeada de palmeras, en otras se vive la fiesta, como en Mirissa, ambas en la costa sur; las hay casi vírgenes, como Uppuvli y Nilaveli, en el este de la isla, en una zona tamil todavía con escasa infraestructura turística debido al conflicto armado: durante años, de día el control lo ejercían los militares, de noche era territorio de la guerrilla.
Estas últimas son playas muy abiertas, solitarias, con grandes olas que impiden el baño de diciembre a abril. La buena temporada de la costa suroeste se extiende entre octubre y marzo. En el sureste se encuentra Galle, la ciudad colonial más bonita del país, con un bien conservado centro histórico, amurallado por los portugueses primero y reforzado después por los holandeses, también Patrimonio de la Humanidad. En tiempos antiguos Galle ya era un puerto importante; hoy ese lugar lo ocupa Colombo.
Vida salvaje
Sus bosques frondosos acogen uno de los abanicos más extensos de flora y fauna del mundo. En Sri Lanka conviven osos, búfalos, leopardos… Los más numerosos son los monos y los elefantes, que se pueden ver en carreteras y campos de cultivo pero, sobre todo, en los parques nacionales. El de Uda Walawe es uno de los mejores para observar a los elefantes salvajes, hay más de 500; Wilpattu, el más extenso, fue una de las últimas zonas de actuación de la guerrilla y estuvo cerrado hasta 2010.
La isla disfruta de un clima tropical, casi ecuatorial, que se extiende a las zonas montañosas, donde se dan las condiciones óptimas para el cultivo del té, importado por los británicos en 1867. El color verde del paisaje es único.
Guía para el viajero
COLOMBO. La capital de Sri Lanka no es una maravilla, pero es el lugar de entrada y salida de la isla. Es una ciudad en construcción, un poco caótica, pero con algunos edificios coloniales muy interesantes. Está bien para comprar. Barefoot es una tienda con bonitos diseños locales. El Grand Oriental Hotel (www.grandoriental.com) en la ciudad vieja, es muy recomendable. 90 euros la doble.
Plantaciones de té. Dicen que el té de Ceilán es el mejor del mundo. Para comprobarlo, nada como alojarse en los bungalós coloniales de alguna de las muchas plantaciones de té que hay en las tierras altas. A 20 kilómetros de Kandy, Ancoombra Tea Estate es una excelente elección. 90 euros la doble con desayuno. (www.meezanbungalows.com).
Cómo llegar. Qatar Airways vuela a Colombo con una escala muy cómoda en Doha y un buen servicio. Desde 800 euros ida y vuelta, depende de la temporada (www.qatarairways.com).
Entradas. El acceso para extranjeros a monumentos y parques es de 20-30 euros por persona.