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Tribuna
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Retos para el 2016

Termina la legislatura en nuestro país con un crecimiento económico muy sólido y vigoroso, en torno al 3,3%, muy por encima de la media de la eurozona, que crecerá alrededor del 1,5%, lo que pone de manifiesto que no solo han sido los factores exógenos (bajada del petróleo, mejora de las condiciones de financiación y bajada del impuesto sobre la renta) como muchas voces alegan, lo que ha impulsado nuestro crecimiento. Probablemente la inercia nos llevará a que el mismo se prolongue durante el 2016, situándose la tasa en un 2,7%, aun y así, el grado de incertidumbre es muy elevado.

En efecto, a los riesgos del incierto contexto externo provocado por la ralentización del crecimiento de la economía China y de gran parte de los países emergentes, así como el cambio de rumbo de la política monetaria en Estados Unidos, con el consiguiente ascenso de los tipos de interés y del tipo de cambio del dólar. Habrá que añadirle la incertidumbre generada por el incierto escenario político. Las nuevas fuerzas que nos representen deberán actuar con responsabilidad y prudencia, teniendo en cuenta que no más allá del 2017, se iniciará un ciclo alcista de tipos de interés y de materias primas que tarde o temprano, y si no blindamos nuestro crecimiento económico mediante la corrección de desequilibrios, puede hacer que el mismo se diluya como un azucarillo.

El elevado nivel de endeudamiento público –y de endeudamiento exterior, en general– hace a nuestra economía muy vulnerable ante cualquier cambio de política económica que pueda generar dudas con respecto a la sostenibilidad de las finanzas públicas, de ahí, que resulte de vital importancia continuar con el proceso de consolidación fiscal. Un déficit público elevado, provoca siempre crisis más intensas. Recuerde el lector como en el año 2008, con caídas de PIB similares o incluso inferiores a las de nuestros vecinos europeos, destruimos el doble de empleo. Por supuesto que la gran causa fue atribuible a la rigidez del mercado de trabajo, pero lo cierto es que nuestro déficit también aumentó muchísimo más. En este sentido, ahora que nos encontramos en una fase expansiva del ciclo económico, es un buen momento para ser más ambiciosos en el cumplimiento del objetivo de déficit.

El riesgo para el crecimiento de nuestro país, no es solo que se deshagan las reformas estructurales llevadas a cabo, sino que no se inicien reformas adicionales. Desde finales del año 2013 hemos entrado en una senda de crecimiento de la producción y del empleo tras años de crisis económica. Atrás quedan las fuertes caídas de PIB, el aumento del desempleo y la huida masiva de capitales. Sin embargo, todavía faltan cosas por hacer. La pertenencia a la unión económica y monetaria tiene una serie de ventajas, como la estabilidad que proporciona la divisa común. Pero, al mismo tiempo, provoca que, para no perder competitividad respecto a nuestros socios comerciales, sea imprescindible controlar los diferenciales en costes. Sobre las reformas realizadas en los últimos años, que van en la buena dirección, será necesario avanzar. La reforma laboral permitió que el despido fuera el último recurso, no el único, aun y así, avanzar en dotar mercado de trabajo de mayor flexibilidad, resultará prioritario. Como también habrá que reformar las pensiones con el objeto de mejorar la suficiencia del sistema. Queramos o no, es bueno mentalizarse de que estamos condenados a que las pensiones del futuro se vean disminuidas al depender éstas de las fuerzas demográficas.

También deberemos seguir mejorando la competitividad de nuestras empresas, agente clave en la creación de empleo. La productividad deberá convertirse en el determinante clave de la competitividad. En los próximos años, España se enfrenta al reto de mantener un ritmo de crecimiento elevado de forma sostenida, posibilitando generar empleo sin, al mismo tiempo, ocasionar desequilibrios macroeconómicos apreciables.

Es más, un reto importante para la economía española va a consistir en reducir su deuda exterior. Como señala el profesor Rafael Myro, en su estudio Competitividad, Productividad y Nuevo modelo productivo; Un aumento de la demanda nacional en torno al 3% puede elevar nuestras importaciones de bienes y servicios un 5% (dada su elevada elasticidad), que perfectamente puede llegar a ser también el ritmo de crecimiento que alcancen nuestras exportaciones, siempre y cuando se acelere la economía mundial.

Ello permitiría crecimientos de la producción con equilibrio externo y, por lo tanto, sin presionar a la deuda externa. Y, para conseguir crecimientos importantes en las exportaciones, debemos orientar la economía hacia un modelo productivo que descanse sobre incrementos en la productividad. Además, a largo plazo, la productividad es el único determinante que hace posible que los salarios y los beneficios empresariales crezcan de manera sostenida sin que haya presiones inflacionistas y sin que se pierda competitividad internacional. Es decir, a fin de cuentas, la productividad es la base sobre la que se sostiene el crecimiento económico de un país y, como corolario, la renta per cápita.

Almudena Semur es Coordinadora del Servicio de Estadios del Instituto de Estudios Económicos.

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