La lección del escándalo Volkswagen
El claro y austero mea culpa con el que Volkswagen ha afrontado el peor escándalo de su historia probablemente se estudiará en las escuelas de negocios como modelo de gestión de crisis empresarial. El grupo alemán, sacudido hasta sus cimientos por el descubrimiento de la manipulación de emisiones de sus motores diésel, publicó ayer las primeras conclusiones de la investigación interna que ha llevado a cabo no solo para determinar causas y controles fallidos, sino también para rehabilitar la imagen de la compañía. VW ha reconocido que actuó “contra la ley y la ética” en una crisis que ha afectado a millones de vehículos en todo el mundo y que ha llegado incluso a poner en solfa el viejo y casi inexpugnable axioma de la calidad y seriedad alemana. La compañía ha anunciado un plan cuyo objetivo es recuperar la confianza en la marca tras el daño que el escándalo ha causado a su imagen. Un daño que, afortunadamente, no afectará a los planes de inversión que tiene en España en sus dos fábricas, la de Pamplona y la de la marca Seat en Martorell, tal y como anunció ayer el presidente de la junta directiva de la compañía, Matthias Müller.
La explicación dada por el grupo alemán sobre cómo una gran multinacional con la trayectoria, historia y solidez de Volkswagen puede albergar una violación masiva de la legislación incluye una serie de deficiencias en los procesos de fabricación que favorecieron “la falta de ética laboral” de algunos miembros de la compañía. “El problema es que las responsabilidades no estaban suficientemente claras”, resumía ayer la dirección del grupo. Como consecuencia lógica de esa conclusión, Volkswagen ha anunciado que reestructurará su modelo de gestión, lo que incluirá una descentralización de los puntos de decisión que permita reforzar los controles y detectar los errores antes de que alcancen magnitudes inmanejables. A ello hay que sumar controles independientes sobre todos los modelos de vehículos para corregir las desviaciones de emisiones de CO2.
Como recordaba ayer, con razón, la compañía, no todo lo que ha hecho Volkswagen está mal, como no todo lo que hace un Gobierno o un individuo lo está. Pero tanto el mercado como los clientes, como los electores, como los individuos, saben que un solo escándalo grave empaña toda una trayectoria y puede incluso destruirla. Precisamente por ello, el camino que ha tomado el grupo –reconocer lo ocurrido, realizar una investigación interna, depurar responsabilidades, corregir irregularidades y adoptar un plan para detectarlas en el futuro– es la única forma de que la compañía levante la cabeza y aspire a ser valorada de nuevo por sus logros, en lugar de ser recordada por sus fallos. Al margen de las responsabilidades judiciales pendientes, entonar un mea culpa y cambiar el modelo de gestión es la mejor manera de que VW convierta esta caída en una lección.