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Columna
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La otra economía colaborativa

La Iglesia católica y las Naciones Unidas a veces parecen soñadores ociosos. Pero la preocupación del papa Francisco por “el bienestar de los individuos y de los pueblos”, como él mismo dijo al Congreso de Estados Unidos el mes pasado, es en realidad bastante práctica. También lo son los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU. Ambos tienen por finalidad el área en que la economía y las finanzas han fracasado hasta ahora.

Para cualquiera que piense que todo el mundo merece las mismas oportunidades, el estado del mundo es escandaloso. Una quinta parte de la población mundial sufre de hambre y desnutrición. Porciones más grandes carecen de agua potable, reciben poca educación y viven en medio de niveles tóxicos de contaminación.

Los componentes de la prosperidad están lo suficientemente bien entendidos para poner fin a todas estas tragedias a escala global. Pero la gente simplemente no piensa globalmente. Recursos, productos, ideas y seres humanos se mueven más o menos libremente por el mundo, pero la solidaridad económica todavía no lo hace.

Los teléfonos móviles son un ejemplo. Mientras las naciones una vez guardaban celosamente los productores y la tecnología nacionales, la industria es ahora global. Los mismos teléfonos móviles se venden en casi todos sitios, y las materias primas, componentes y conocimientos que crean esos teléfonos se recolectan de casi todas partes. Los teléfonos inteligentes de diseño de Apple y Samsung se utilizarán en Angola igual que en Estados Unidos. Una dependencia similar en la comunidad mundial se ve en la aeronáutica, la minería, los coches, el software y los productos farmacéuticos.

Las finanzas, por su parte, no han cumplido con las expectativas. Los bancos y otros intermediarios se han vuelto más globales en su enfoque de las inversiones, pero el resultado es mixto. La globalización financiera se ha visto afectada por problemas con los desequilibrios comerciales, excesivas deudas del Tercer Mundo y demandas rapaces en los países pobres.

Las organizaciones pueden hacer más. Naciones Unidas, el Banco Mundial y muchos organismos especializados ya son bastante globales. En economía, reparten dinero, extienden unos elevados estándares y nobles aspiraciones. Los nuevos objetivos de desarrollo sostenible son un buen ejemplo de esto. Estas instituciones multinacionales pueden ampliarse. También pueden ser alentadas a centrarse en los más necesitados.

Las empresas multinacionales ya hacen mucha economía colaborativa mundial, pero también podrían hacer más. Los accionistas tendrían que acostumbrarse a conseguir solo el efectivo que queda después de aumentar el gasto en la solidaridad. Eso ya ocurre en el sector minero, donde la mayoría de los gobiernos solo aprueban proyectos que incluyen compromisos importantes con las comunidades locales. Aunque a los puristas del valor accionista no le guste admitirlo, las empresas ya tienen obligaciones para con sus comunidades que priman sobre la búsqueda de beneficios. Por ejemplo, los accionistas solo reciben el dinero que queda después de pagar los impuestos.

Sin duda hay muchas otras formas de ayudar a traer al mundo económico más cerca. Las ideas comenzarán realmente a fluir libremente cuando la mayoría de la gente decida que la solidaridad global es más una obligación que una aspiración. La cálida bienvenida que Alemania está dando a los refugiados de Siria y Afganistán es un ejemplo conmovedor de cómo una definición ampliada de “quiénes somos” cambia el comportamiento.

Hay bastantes posibles pasos pequeños hacia un estado mundial de bienestar. Un gran fondo universal para el alivio de desastres puede ser un buen comienzo. La miseria causada por inundaciones y guerras genera compasión en los países ricos y perjudica el desarrollo en los países pobres. Una iniciativa más ambiciosa sería un plan de formación médica mundial, financiado por contribuciones nacionales establecidas de acuerdo a la riqueza y desembolsadas en las naciones según su necesidad.

El bienestar mundial podría parecer un sueño imposible. Los beneficios de pensiones, salud y desempleo nacionales universales eran considerados nociones descabelladas no hace tanto tiempo. Hoy en día se anima a la gente a pensar en grande. Nada en la economía es más grande o mejor que la solidaridad mundial.

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