Algo más que una caída de ‘commodities’
La pérdida de fuelle que sufren actualmente las economías de los países emergentes está provocando, entre otras consecuencias, una caída notable y continuada del precio de las materias primas. Al abaratamiento del precio del crudo se ha sumado en los últimos meses el de otras commodities, como el hierro, que ha acusado un descenso desde los más de 134 euros por tonelada a comienzos de 2013 hasta el entorno de los 49 euros en la actualidad. La desaceleración de la economía china y la reducción de la demanda mundial de productos siderúrgicos constituyen los factores más destacados a la hora de explicar, al menos en parte, este descenso en los precios de las materias primas a lo largo de los últimos meses. Un descenso que se ha reflejado en el precio de los bienes producidos en el sector siderúrgico de un modo incluso mayor que el propio impacto del abaratamiento de los metales y que ha causado un severo castigo bursátil en algunas compañías relacionadas con ese mercado. Es el caso, por ejemplo, de Glencore, que ha llegado a perder un 23% en capitalización en la Bolsa de Londres en solo diez jornadas por las dudas sobre el impacto que pueda tener este abaratamiento de los recursos básicos.
A priori, la caída del precio de las materias primas beneficia a una economía europea que importa commodities, al igual que ha ocurrido con el abaratamiento de los precios del petróleo. Pero una caída sostenida en el tiempo constituye un mal signo sobre cuál puede ser la evolución de las economías emergentes. Las turbulencias que están viviendo esos países –con China como principal factor de riesgo– son una seria amenaza para la estabilidad de la economía global. Aunque el Gobierno chino ha utilizado buena parte de su artillería en política monetaria para tratar de enderezar la situación, nadie conoce cuál es el estado real de la economía del país y cómo puede evolucionar en el futuro. No en vano, entre las razones que explican el aplazamiento de la bajada de tipos por parte de la Reserva Federal de EE UU destaca el temor a que ello puede desequilibrar aún más la economía de Pekín.
Más allá de qué puedan esconder las murallas chinas, tanto Europa como EE UU deben ser muy conscientes de que el gigante asiático no es un elemento externo a las economías europea y estadounidense, sino absolutamente interconectado y ligado a ellas. Precisamente por esta razón es necesario, en la medida de lo posible, instar a Pekín a seguir liberalizando su economía e implantando las reformas que sean necesarias para salvaguardar el crecimiento y, con ello, la paz social. De lo contrario, la tormenta asiática puede tener consecuencias bastante más serias que una caída en el precio de las materias primas.