El estrecho puente entre campus y fábricas
Ante la escasa colaboración entre industria y academia, las universidades crean sus propias compañías para trasladar al mercado el fruto de sus investigaciones, una relación que tan bien funciona en otros países.
En la trayectoria científica de la Universidad de Sevilla (US) hay un antes y un después de 1999. Ese año, dos profesores de mecánica de fluidos inventaron un tipo de pulverizador que permite dispensar líquidos en gotas más pequeñas y homogéneas. Una farmacéutica estadounidense encontró que el sistema podía servir para la fabricación de inhaladores nasales más precisos y eficientes y compró la patente por un millón de dólares.
El éxito comercial de esta investigación animó a otros profesores a buscar fortuna con sus propios proyectos. La consecuencia: la oficina de patentes recibió un aluvión de solicitudes, algunas de cuales eran versiones perfeccionadas del aerosol. “Cuando el resultado de un estudio se vende y la inversión obtiene un retorno, la gente se motiva y eso genera un círculo virtuoso”, comenta Ramón González Carvajal, vicerrector de transferencia tecnológica de la US.
Desde entonces, la Universidad de Sevilla se ha convertido en un referente en I+D: es la primera universidad española en solicitud de patentes internacionales, con un total de 183 en 10 años, y la creadora de casi tres decenas de empresas de base tecnológica. Naturalmente, no todo se debió a un golpe de suerte. La institución ha trabajado para que los descubrimientos científicos de sus profesores no acaben en los estantes de la biblioteca, sino en inventos que puedan ser aprovechados por las empresas, lo que se conoce como transferencia de tecnología.
En 2002 constituyó una fundación para facilitar la contratación de sus docentes por parte del sector privado y en 2004 creó un vicerrectorado de transferencia tecnológica. Además, ha puesto en marcha un programa de visitas a empresas para detectar campos de investigación aplicada. Gracias a estas medidas, la US encabeza un grupo de centros, entre los que también destacan sus pares de Granada, Santiago, Málaga, Cádiz y las politécnicas de Madrid, Cataluña y Valencia, que están liderando la generación de patentes pese a la caída de los fondos públicos para investigación.
El éxito comercial de un invento de la Universidad de Sevilla en 1999 dio alas a muchos otros proyectos
Pero para que estas patentes puedan considerarse realmente transferencia de conocimiento es preciso que, como ocurrió en el caso del aerosol, lleguen a convertirse en productos que las empresas puedan explotar a través de acuerdos de propiedad industrial. “Mucha gente dice que las patentes son instrumentos de transferencia tecnológica. Sí, pero solo si se venden. Si no se venden, no son nada”, advierte González Carvajal, de la US.
En ese sentido, los últimos datos de la Conferencia de Rectores (CRUE) muestran que entre 2009 y 2013, el aumento de la actividad inventiva en los centros de estudios españoles no ha tenido un correlato en su comercialización. Mientras que el número de solicitudes de patentes nacionales se incrementó de 604 a 649, los ingresos procedentes de licencias a terceros, incluyendo spin-offs (empresas que nacen de un departamento o proyecto) de las propias universidades, bajaron de 2,6 millones de euros a 2,1 millones.
Sin embargo, las licencias de derechos de propiedad industrial son solo una de varias formas de transferencia de conocimiento. Otra son los servicios de I+D que se prestan a terceros. Aquí están la investigación por encargo, los contratos de apoyo técnico, los servicios de laboratorio, las cátedras financiadas por empresas y la I+D colaborativa (entendida como aquella en la que dos o más socios colaboran en un proyecto).
De acuerdo con la última encuesta sobre el tema realizada por la CRUE, los ingresos de las universidades por este tipo de servicios bajaron ligeramente en 2013 desde los 557 a 533 millones de euros, tendencia que se mantiene desde el inicio de la crisis en 2008, cuando alcanzaron el pico de 704 millones. Los expertos atribuyen esta caída a la reducción de las ayudas públicas a la I+D, tanto nacionales como europeas, que suponen el 38% de la financiación del gasto universitario en este ámbito, pero también al escaso peso del sector privado, que solo contribuye con el 10% de la investigación contratada.
Una relación poco habitual
Para que la transferencia de conocimiento funcione, hace falta que academia e industria colaboren entre sí, una relación común en otros países desarrollados, pero poco habitual en España. Según el Índice Global de Innovación 2014 (el de 2015 se publicará el 17 de septiembre), que elabora la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual, la Universidad Johnson Cornell y la escuela de negocios INSEAD, en una lista de 136 países, España ocupa el puesto 46º en colaboración científica entre universidades y empresas, por debajo incluso de naciones menos desarrolladas como Omán, Kenia, México y Brasil.
La Cátedra Seat realiza proyectos de I+D en materiales, movilidad y ‘apps’, entre otros
“Las universidades públicas españolas hacen mucha y buena investigación, proporcionalmente más que las de países comparables, pero fallamos en la transferencia de los resultados de esa investigación al sector productivo. Es una de las grandes asignaturas pendientes de nuestra economía”, señala Antonio Abril, presidente de la Comisión Académica de la Conferencia de Consejos Sociales (CCS), que ha publicado un informe con varias recomendaciones sobre el tema, pero que pueden resumirse en una sola: “Es necesario mejorar la relación universidad-empresa”.
Sergio Calvo, director de la Escuela de Doctorado e Investigación de la Universidad Europea, coincide en que “desgraciadamente, en nuestro país no hay una tradición de transferencia tecnológica, como ocurre por ejemplo, en el mundo anglosajón, donde es moneda de uso frecuente”.
En EE UU, por ejemplo, tercero en el Índice (que lideran Suiza y Finlandia, por este orden), Amazon y Google están financiando estudios sobre inteligencia artificial de las universidades de Washington y Oxford, mientras que en Alemania (noveno), dos universidades de Hamburgo participan en el desarrollo de un robot que supervisará los trabajos de mantenimiento de los aviones de Lufthansa.
Alinear intereses
Sin embargo, González Carvajal sostiene que achacar todo el problema al divorcio entre campus y fábricas es una visión manida y algo simplista del asunto. “Para investigar solo se necesita un investigador y financiación. Pero para transferir conocimiento al mercado, hace falta alinear los intereses de un investigador, una empresa y un instrumento financiero. Y poner tres cosas de acuerdo es muy complicado, en primer lugar porque las compañías no suelen revelar sus problemas”, argumenta.
La estructura del tejido industrial español es otro factor que complica la transferencia de conocimiento. “Las tecnologías que se desarrollan en nuestros laboratorios tienen nivel internacional, pero el sistema productivo que nos rodea, formado esencialmente por micropymes, no está en condiciones de acogerlas y sacarles partido”, apuntan expertos del Vicerrectorado de Investigación de la Universidad de La Laguna, en Tenerife.
De ahí que muchas universidades se hayan visto obligadas a crear sus propias compañías de base tecnológica. En 2013 se constituyeron 134 y el 25% de los licenciatarios de los resultados de investigación eran spin-offs. “Como no tenemos suficientes empresas que aprovechen la alta tecnología, las creamos nosotros mismos”, dice González Carvajal, de la Universidad de Sevilla, que cuenta con 28 spin-offs, entre ellas Ingeniatrics, la firma que gestiona la cartera de patentes surgidas del proyecto de las gotas milimétricas. Estas compañías, que obtienen el 95% de su facturación en el exterior, aportan a la universidad 100.000 euros anuales en regalías. “O montas una empresa o no eres capaz de que aquello se venda”, concluye.
Cátedras de empresas y otras experiencias
Otra fórmula de transferencia de tecnología son las cátedras financiadas por empresas. En 2013, programas de este tipo estaban disponibles en 43 universidades y generaron contratos de investigación con terceros por 9 millones de euros. Una de ellas es la Cátedra Seat de la Universidad Politécnica de Cataluña (UPC). Creada en 2007, el programa realiza proyectos de investigación en materiales y procesos, simulación, conectividad y arquitectura electrónica, aplicaciones, movilidad urbana, entre otros campos.
Algunos de los resultados de estas investigaciones han concluido en registros de propiedad industrial. Entre ellas, destaca un proceso que permite inyectar plásticos espumados de forma muy económica y simple. El departamento de Investigación de materiales plásticos de Volkswagen planea usar esta patente para reducir el peso de los vehículos, ahorrar en consumo y reducir emisiones. En el desarrollo de esta tecnología también participan Seat y el Centro Catalán de Plásticos de la UPC de Tarrasa.
“Seat financia el doctorado que trabaja en este campo con un tutor de la UPC”, indica Stefan Ilijevic, responsable de patentes, innovación y relaciones con universidades de la marca de coches. “Es una muestra de que en España sí tenemos centros capacitados para realizar investigaciones de alto nivel, ya que Volkswagen también podría haber seleccionado a un socio alemán”, destaca.
Otro centro muy activo en cátedras de investigación es la Universidad Europea. “Las empresas ponen una cantidad de dinero para la financiación de proyectos en los que están interesadas y nosotros nos comprometemos a ofrecer unos resultados en los plazos marcados”, explica Sergio Calvo, director de la Escuela de Doctorado e Investigación. Dependiendo del tamaño de la empresa comprometida y los objetivos fijados, el presupuesto de estos programas varía entre los 20.000 y más de 200.000 euros anuales.
Entre las privadas, otra universidad puntera en transferencia de conocimiento es la Pontificia Comillas ICAI-ICADE, cuyo Instituto de Investigación Tecnológica (IIT) lleva 30 años colaborando en proyectos de I+D con empresas como ADIF, Alstom, Banco Santander, BBVA, BP, Crisa, EADS-CASA, EDP, Enagas, Endesa, Gamesa, Gas Natural Fenosa, Greenpeace, Iberdrola, IBM, Indra, Repsol, Talgo, Metro de Madrid, entre otras.
Lo interesante de su modelo es que el IIT es un instituto autofinanciado al 100%, es decir, solo recibe ingresos de los proyectos, que a su vez son financiados por las compañías o por programas europeos o nacionales. “Realizamos proyectos de investigación aplicada en los que la empresa tiene interés y está dispuesta a financiar porque su aplicación le supone algún beneficio. Por tanto, son productos que casi siempre son transferidos”, explica Efraim Centeno, director del IIT de la Pontificia Comillas ICAI-ICADE.
La Universidad de La Laguna, por su parte, colabora con empresas en proyectos sobre biomedicina, genética, farmacología, meteorología y tecnología. Entre estos últimos destaca Cafadis, un sistema que permite generar imágenes 3D en tiempo real y puede tener aplicaciones en la industria médica, meteorología, óptica, cine y televisión. Actualmente, una empresa con sede en Hong Kong está explotando la patente en el sector de la electrónica de consumo.