Los días en que crujió el euro y Grecia vio la puerta
Merkel y Tsipras aceptaron in extremis un tercer rescate para evitar “el caos y la violencia”.
La zona euro dio luz verde definitiva este viernes a la apertura de negociaciones con Atenas para un tercer rescate de Grecia. Bruselas autorizó también un préstamo urgente de 7.160 millones de euros que permitirá al gobierno de Alexis Tsipras pagar el lunes al Banco Central Europeo (unos bonos por de 3.200 millones de euros) y saldar sus cuentas atrasadas con el FMI (2.000 millones en atrasos) y con el Banco de Grecia. Terminaba así una larga quincena en la que el euro crujió estrepitosamente (sobre todo la noche del 12 al 13 de julio) y en que Grecia vio varias veces la puerta de salida de la Unión Monetaria. Una puerta que se ha quedado entreabierta a la espera del éxito (o del fracaso) de otro rescate de 86.000 millones de euros.
La campana de los mercados
Poco antes de las nueve de las mañana del 13 de julio, la zona euro comunicó el acuerdo para poner en marcha un tercer rescate, cuyas negociaciones se esperan concluir en cuatro o seis semanas. Faltaban sólo unos minutos para la apertura de los mercados y los líderes europeos llevaban 17 horas consecutivas negociando. Mejor dicho, cuatro líderes: la canciller alemana, Angela Merkel, el presidente francés, François Hollande, el primer ministro griego, Alexis Tsipras, y el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.
El resto pasaba la mayor parte de las horas en sus respectivas delegaciones, a la espera de que un principio de acuerdo pudiera someterse a la sesión plenaria. Algunos aprovechaban para tuitear impresiones, como algunos lideres de países pequeños (Estonia, Eslovaquia, Malta...).
Otros, como el primer ministro español, Mariano Rajoy, sólo tenían un objetivo: que quedara por escrito en el acuerdo que no habrá una quita nominal en la deuda de Grecia. Hubo varios borradores, pero fracasaron. El último, pasadas las siete de la mañana, contaba ya con el resignado asentimiento de Merkel y Tsipras.
Disgusto en Berlín y Atenas
El acuerdo del 13 de julio logró lo que parecía imposible sólo unas horas antes: que Alemania y Grecia coincidieran en algo... aunque sólo fuera en el disgusto por lo pactado. Pocas horas después, ya de vuelta en su país, Tsipras renegaba en una entrevista de televisión de un pacto que, según él, sólo había firmado para librarse del chantaje de sus socios europeos, que le amenazaron con provocar el colapso del sistema financiero griego.
En el Parlamento griego, Tsipras volvió a renegar del acuerdo pero apoyó (y logró) su aprobación como mal menor, con una treintena de votos en contra de su propio partido (Syriza). En Berlín, Merkel también presentó el acuerdo como un mal menor: “la alternativa hubiera sido el caos y la violencia”, dijo el viernes ante el Bundestag. La canciller logró la aprobación pero con 60 votos en contra de su partido (CDU/CSU), la mayor rebelión desde que empezó la crisis griega en 2010.
El Bundestag, en cambio, dedicó una larguísima ovación al ministro alemán de Finanzas, Wolfgang Schäuble, quien considera un error y un despilfarro seguir financiando con dinero del contribuyente europeo (ya van expuestos 200.000 millones de euros) a un país que está quebrado y necesita reestructurar la deuda fuera del euro.
La cartera más dudosa del mundo
La parte europea del primer rescate de Grecia se financió con préstamos bilaterales (52.900 millones de euros) y la del segundo (131.000 millones) con cargo a la ya extinguida Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF). Del tercero se encargará el heredero de la FEEF, el Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), que podría aportar unos 50.000 millones de euros. El director gerente de ambos, el alemán Klaus Regling, pasará así a gestionar lo que algunos analistas describen como “la mayor cartera de préstamos dudosos del mundo”.
Los compradores de los bonos del FEEF/MEDE tienen bastante garantizado el cobro de sus bonos, porque su deuda no es directamente con Grecia. El FEEF/MEDE, en cambio, es acreedor directo de Atenas y ya tiene el 40% de la deuda pública griega. En caso de impago, Regling tendría que reclamar a los socios del euro que cubran las pérdidas, en proporción a su cuota en el mecanismo. Alemania asumiría el 27% de las pérdidas; Francia, 20%; Italia, 18%; y España, 12%.
El BCE se resiste a apretar el gatillo
El Banco Central Europeo ha sido el principal artífice del acorralamiento del gobierno de Alexis Tsipras, pero se ha resistido a precipitar una salida de Grecia del euro sin una señal política expresa del Consejo Europeo. “Están muy orgullosos de su independencia, pero cuando llegan las decisiones difíciles pasan la pelota a los políticos”, ironiza un alto cargo que asiste al Eurogrupo. Nada más ganar las elecciones Syriza, el BCE no dudó en suprimir la excepción que permitía a Grecia seguir su utilizando sus bonos (basura) como fuente de financiación.
El presidente del BCE atribuyó su arbitraria decisión a la falta de perspectiva de un acuerdo sobre el programa de rescate, aunque ese rescate llevaba atascado desde junio de 2014 sin que Fráncfort se diera por enterado. Poco después, Mario Draghi anunció un plan de expansión cuantitativa (compra de deuda) en el que introdujo criterios (como el límite del 33% por emisor) que dejaban fuera la deuda griega.
Y, a finales de junio, ahora ya sí con Grecia rebelada contra la zona euro, el BCE congeló la provisión de liquidez y forzó el corralito y admitió por primera vez la posibilidad de una salida de Grecia del euro. Pero el BCE deja esa decisión en manos de sus accionistas, sobre todo del principal: Berlín.