La velocidad del mundo laboral daña la salud
Somos adictos a la velocidad. Queremos en nuestro garaje el coche más veloz, y en casa el internet de fibra óptica más rápido que exista. No hay duda de que esta aceleración nos ha reportado innumerables beneficios en nuestro día a día, y que nos hace la vida mucho más fácil en cantidad de aspectos. Pero, al igual que ocurre con el tiempo, la velocidad puede llegar fácilmente a adueñarse de nosotros. “Acaba manifestándose en todo nuestro entorno. Aceleramos y frenamos nuestras actividades, pensamientos y actos para adaptarlos a nuestro ambiente y a nuestra agenda”, explica Stephen Urquhart, presidente de la firma Omega, en la presentación de la revista que ha publicado la casa de relojería en relación a este tema.
Pero de la misma forma que la velocidad nos ha traído aspectos positivos, también puede volverse contraproducente en otros momentos. “Muchas veces vamos tan rápido que ni siquiera sabemos a dónde nos dirigimos”, explica el profesor de comportamiento organizacional y liderazgo del IE Business School Diego Vicente. “Hace que muchas veces perdamos la percepción de lo que hacemos”, afirma. El docente compara esta situación a la conducción de un coche, que cuanto más rápido va, menos cosas del exterior permite percibir a quien lo maneja. “Si bajas la velocidad puedes estar atento a todo lo que te rodea, fijarte mejor en la carretera o disfrutar del paisaje. Esto puede extrapolarse a todos los ámbitos de nuestra vida”.
También caduca
En otros tiempos no muy lejanos, hablar del Concorde era hablar de la velocidad. Fue el primer avión supersónico del mundo y podía relizar los trayectos en la mitad de tiempo que el resto de aeroplanos. Comenzó a transportar pasajeros en 1976 y estuvo en servicio hasta 2003. Lo que antes parecía insuperable hoy ya forma parte del pasado. Y es que la velocidad está en constante cambio y superación, sobre todo en los últimos tiempos. Como recuerdan en Omega, no solo es que todo se acelere, es que el ritmo de aceleración también se está acelerando.
Sin embargo, es complicado ralentizarse cuando todo lo que nos rodea se mueve a ciertos ritmos. Y en el ámbito laboral esto puede suponer un problema. Como recuerdan desde Omega, “detenerse, demorarse, ir más despacio o pararse en seco puede suponer perder una oportunidad o dar ventaja a un competidor”. En determinadas tesituras, las empresas requieren de toma de decisiones fugaces que no pueden permitirse un tiempo de meditación. Y es que, la celeridad nos ayuda, pero también nos obliga a adaptarnos a los tiempos que marca. “La velocidad se ha convertido en la medida del éxito: los chips, ordenadores, redes, noticias, comunicaciones, operaciones, acuerdos y entregas cada vez son más rápidas”, comentan desde la firma relojera. Quien no se adapta a los tiempos que dicta, se queda fuera.
Ante esta situación, De Vicente lo tiene claro: “La velocidad hace que se pierda la conciencia. Nuestra sociedad necesita sosiego y calma. Ante una forma de vida tan acelerada, perdemos la percepción de lo que hacemos y nos convertimos en simples autómatas. Si las decisiones transcendentales no las acompañamos de un momento de reflexión, pueden acarrear consecuencias negativas”, explica. El profesor habla de la necesidad de hacerlo todo de forma impecable, no en el sentido de que todo salga perfecto, sino en el de poner los cinco sentidos en todo aquello que se realiza. “Esto es imposible compaginarlo con la rapidez extrema”, añade.
Pero no todo se refiere al ámbito laboral. La salud también juega un papel importante. “Si vas a todos lados deprisa y corriendo, no te da tiempo a sentir, te quedas sin tiempo para ti”, comenta De Vicente. “Además, estos ritmos de vida acaban pasando factura. Luego viene el estrés, la ansiedad o las depresiones. No debemos olvidar que si no te paras tú, es tu cuerpo el que te para a ti”.
Para la relojera Omega, la solución no está en desengancharse de la velocidad, sino en preservar los innegables beneficios que esta nos proporciona sin dejar de lado la calma y la tranquilidad.
El estrés del ferrocarril
Los cambios que introduce la velocidad en la sociedad no solo están presentes en nuestros tiempos. La casa relojera Omega publica en el número 14 de la revista LifeTime, un análisis de las consencuencias que trajo la celeridad en diferentes periodos de la historia.
Parece obvio que la velocidad y los cambios de ritmo afectan al modo de vida de las personas. Por ejemplo, en 1843, en pleno auge del ferrocarril, el nuevo medio de transporte alcanzaba una velocidad de aproximadamente 50 kilómetros por hora, y ya era utilizado para desplazar a personas. Varios testimonios de la época recogen las sensaciones que vivieron los pasajeros que se subían por primera vez al tren. Con el paisaje pasando sin cesar y a una velocidad tan rápida que no se podía percibir, las personas sufrían una estimulación excesiva que les creaba una sensación de estrés psíquico y agotamiento físico y mental. Algo muy similar a lo que mucha gente sufre hoy en día a causa de los actuales ritmos de vida.