China, el año de la cabra
Tan solo en los últimos 10 años, China ha consumido más cemento que los Estados Unidos de América en todo el siglo XX. Eso se dice, y puede que el dato sea cierto, tanto como el hecho de que –según Reuters– en abril de 2015, China adelantó a EE UU como primer importador mundial de petróleo: 7,4 millones de barriles al día, frente a los 7,2 de la todavía mayor economía del mundo; aunque en los próximos meses las posiciones puedan cambiar, la tendencia es imparable a medio plazo porque la economía asiática es ya la que más energía consume del mundo, y también la que utiliza más materias primas, ya sea carbón, petróleo o todo tipo de metales.
Dato a dato, mes a mes, China se consolida como el mayor comprador mundial de materias primas, y como los mensajes –interesados o no, dirigidos o tampoco– sirven para crear opinión y en ocasiones ayudan a construir la realidad, desde hace algún tiempo, las autoridades chinas han venido diciendo, para el que quiera oír, que la presencia hegemónica de Norteamérica en la economía mundial durante el siglo XX fue solo un accidente. Así parece corroborarlo un reciente articulo publicado en The Economist que, con el sugestivo titulo Time is money, nos enseña de forma didáctica la importancia y el peso de las naciones en la historia de la economía mundial: a lo largo y ancho de dos milenios, con el breve paréntesis del pasado siglo, China gana por goleada.
La economía asiática es ya la que más energía consume del mundo y la que utiliza más materias primas
Algo más se mueve: Kerry Brown, catedrático de Política China en la Universidad de Sídney, ha escrito que el nuevo banco de inversión en infraestructuras, AIIB, liderado por China (y que cuenta entre sus fundadores con Alemania, Francia y España, por ejemplo), además de una necesidad en la región, es una prueba más de que el país intenta influir en el orden mundial para promover sus intereses; y una seria oportunidad para ganar más presencia internacional y corregir así el actual desequilibrio geopolítico.
Vuelvo a Pekín unos meses después de mi ultima visita y me encuentro, como el año pasado, con una gran metrópoli, una de las mayores urbes del mundo, repleta de rascacielos y todavía de grúas; en sus anillos de circunvalación y en sus calles contaminan y atascan el insufrible tráfico más de seis millones de vehículos que integran un parque automovilístico de media/alta gama, moderno y con pocos años de antigüedad; en el país paraíso de las copias y las falsificaciones, en anchas avenidas y zonas nobles de la capital se han abierto delegaciones de las grandes y medianas multinacionales, y se han instalado desde hace años tiendas de las marcas de lujo que, con su ostentosa y obscena presencia callejera, consagran el afán por aparentar y, al tiempo, representan un sintomático y visible ejemplo de la desigualdad con la que, por ahora, conviven y se conforman los ciudadanos del país más poblado de la tierra con casi 1.400 millones de personas; gobernadas, no lo olvidemos, por un régimen comunista con economía dirigida, con escaso paro, pero con mucho subempleo; un país que sigue creciendo y adora el libre mercado, el consumismo y el dinero como principio y fin de todas las cosas; donde los muy ricos se cuentan ya por centenares de miles y los carísimos colegios privados se llenan sobre todo con los hijos de las nuevas clases pudientes que así consagran y acrecientan la desigualdad y convierten la educación de calidad en un privilegio al alcance de unos pocos: también en este país, como en Occidente, esa es la terrible paradoja.
Es un país que sigue creciendo y adora el libre mercado, el consumismo y el dinero como principio y fin de las cosas
La desigualdad (sobre todo entre la población rural y los que habitan en las ciudades) es una de las grandes debilidades del desarrollo chino y, como casi siempre, se acompaña de otras lacras endémicas: el déficit en el respeto a los derechos humanos y la corrupción. “La opacidad empresarial y el lavado de dinero a escala mundial hacen aún más difícil la lucha contra la corrupción en las economías emergentes”, recoge el ultimo informe de Transparencia Internacional que, refiriéndose a China, explica que su puntuación ha bajado de 40 en 2013 a 36 en 2014 (en ambos casos suspende), a pesar de que el Gobierno ha puesto en marcha una campaña para erradicar la corrupción entre funcionarios públicos. “El Gobierno ha reconocido la necesidad de investigar a funcionarios que esconden en el extranjero activos obtenidos de manera ilegítima. En enero de este año, diversos documentos que salieron a la luz pública han revelado la existencia de 22.000 clientes de paraísos fiscales provenientes de China y Hong Kong, incluidos numerosos líderes del país”, concluye el citado informe. Así son las cosas del dinero. Mientras, el coeficiente de Gini, el indice que refleja la brecha entre ricos y pobres, se rebaja ligeramente pero arroja 0,473 puntos, superior al nivel de advertencia para que el Gobierno adopte con urgencia medidas drásticas para mejorar la distribución de los ingresos.
El nuevo año en el que China entró el pasado 19 de febrero, el año de la cabra, representa, según su horóscopo, la honradez y la sinceridad, incluso la timidez, y podría dejar al descubierto algunos de los errores que en el pasado reciente han cometido los dirigentes de la gran nación asiática, pero eso nunca va a ocurrir, menos aún con un régimen tan cicatero a la hora de informar y de dar cuenta de sus actos que incluso ha inoculado el virus de la falta de transparencia informativa a las principales macroempresas chinas, también suspendidas (tres puntos sobre diez) en los exámenes de instituciones internacionales. Una circunstancia que va a seguir repitiéndose en el inmediato futuro, entre otras razones, porque hay principios elementales que solo se asumen y se practican cuando –y no es el caso– se vive en democracia, los ciudadanos eligen a sus representantes y se aceptan y exigen unas mismas reglas para todos. Además, y no es cuestión menor porque en la China tautológica las cosas son como son, el cambio se retrasará hasta que el desarrollo se consolide, eso dicen, y se impone la paciencia y la espera o la esperanza, vaya usted a saber. Como es sabido, al final –y estamos en su año– la cabra siempre tira al monte...
Juan José Almagro es doctor en Ciencias del Trabajo y abogado