Cuando la rica Harvard duda de su inversión en petróleo
El Fondo Soberano de Noruega, la Fundación Rockefeller o la ciudad de Seattle han aprobado la venta de participaciones en energías fósiles
A punto estuvo la Universidad de Oxford (Reino Unido) de renunciar la semana pasada a sus inversiones en energías fósiles. La petición llegó hasta el consejo de administración de la reputada institución –de ella han salido el actual primer ministro David Cameron, el cineasta Kean Loach o, mucho antes de ellos, el economista Adam Smith– lanzada por alumnos y exalumnos. Aunque no prosperó, la Universidad tiene previsto revisarla en los próximos dos o tres meses. Así ha entrado Oxford en el movimiento que ha prendido en Estados Unidos entre decenas de las más diversas instituciones para desinvertir en gas, petróleo y carbón.
Resulta difícil imaginarse que una universidad española, incluso europea, tenga un fondo de inversión para ofrecer becas a sus estudiantes o reservar ingresos para investigar. Pero en los campus estadounidenses es algo de lo más normal. Un tercio de las universidades americanas se financia de esta forma y solo la rica Harvard, la más potente de los centros universitarios en ese país, cuenta con 36.000 millones de dólares en endowment, según Bloomberg. Este tipo de fondos es algo así como una reserva financiera a la que suelen recurrir instituciones públicas, sobre todo fundaciones, asociaciones y universidades para asegurarse ingresos recurrentes a muy largo plazo. Bloomberg calcula que solo entre las universidades de Estados Unidos y Reino Unido acumulan 393.000 millones de dólares en estos fondos, y de ese dinero, 10.000 millones tienen que ver con la industria de las energías fósiles.
Solo que, ahora, gas, petróleo y carbón no son inversiones financieras tan seguras, una de las dos razones por las que Oxford y Harvard se plantean abandonarlas y sumarse así a las 837 instituciones y particulares de todo el mundo cuya cartera supera los 50.000 millones de dólares y que ya se han comprometido a desinvertir. Entre ellas figuran nombres tan sonados como la Fundación Rockefeller, los ricos herederos de quien hiciera fortuna vendiendo precisamente petróleo, el Congreso Mundial de Iglesias, con más de 500 millones de miembros, la Asociación Médica de Reino Unido y decenas de ciudades, entre ellas Seattle (EEUU) y Oxford (Reino Unido).
Como explica Melanie Mattauch, portavoz en Alemania del movimiento Fossil Free, altavoz de esta iniciativa por todo el mundo:“La campaña no pretende la quiebra financiera de las energías fósiles, se trata de algo más bien moral, pues el 80% de las reservas de esta industria no se podrá quemar si se limita la temperatura máxima del planeta en dos grados a causa del cambio climático. Sería equivocado y financieramente una locura para las instituciones públicas seguir invirtiendo en las 200 mayores compañías, que son las que tienen la mayoría de las reservas”.
El movimiento sostiene este argumento fijándose en la expansión de las energías renovables, leyes más restrictivas sobre el carbono o los avances, aunque sean tímidos y solo sobre el papel, de las negociaciones internacionales del clima, que han asumido dos grados como incremento máximo de la temperatura para limitar el calentamiento global. De la próxima, que tendrá lugar en París en el mes de diciembre, se espera no solo que se ponga coto a las emisiones, sino que tanto los países industrializados como los emergentes cuenten por igual y asuman compromisos de reducción de emisiones de CO2. Eso significaría que gigantes como China e India, cuya riqueza ha ido creciendo a un ritmo de dos dígitos en la última década, se verían invitados, si no obligados, a reducir la huella de carbono en sus economías, o sea, a rebajar su consumo de carbón, petróleo y gas.
Hasta 133 de las 183 instituciones publicas que ya se han comprometido a desinvertir en estas 200 compañías son estadounidenses, pero la tendencia ya empieza a impregnar Europa. Orebro, la séptima ciudad sueca por tamaño, anunció en octubre del año pasado que ya ha reducido sus inversiones fósiles de dos millones de coronas suecas (unos 214.000 euros ) a 655.000 (70.000 euros). Como ha explicado la alcaldesa de esta urbe de 107.000 habitantes, Lena Baastad: “Necesitamos actuar sobre el cambio climático en varios niveles y nuestros esfuerzos toman un mayor significado cuando nos aseguramos de que nuestros bienes no trabajarán en la dirección equivocada”.
Pero mucho más significativo resulta que un país como Noruega, que salió de la pobreza cuando encontró petróleo, esté sacando de su cartera de inversiones parte de sus energías fósiles. El Fondo Soberano de Noruega, responsable de asegurar las pensiones con la fortuna que este país ha generado gracias al crudo, anunció en octubre del año pasado que ya ha desinvertido en 32 minas de carbón.
Así lo recogía su memoria de sostenibilidad, en la que el organismo da cuenta de aquellas inversiones que suponen un riesgo para su cartera. Como explica por teléfono una portavoz de Norges Bank, que administra el fondo:“En los últimos años hemos desinvertido en numerosas compañías siguiendo criterios financieros que también incluyen factores ambientales y sociales. En 2014 salimos de 49 empresas en las que identificamos un elevado nivel de riesgo para nuestras inversiones a largo plazo”.
La lista incluye, por ejemplo, minas en Indonesia, donde “el carbón es generalmente de baja calidad y está expuesto a cambios regulatorios en los países compradores o a la reducción de la demanda”. A España este movimiento le queda algo lejos, pues los fondos de inversión ligados a fundaciones e instituciones están menos generalizados. Marca la excepción la Universidad de Navarra, que en 2013 se convirtió en el primer centro universitario en contar aquí con un endowment. Para María Vázquez, socia fundadora de fondo Aequitas, que administra las inversiones de esta universidad: “Este modelo, que aún es muy poco conocido en Europa, busca asegurar ingresos a largo plazo. La ley no nos permite invertir en materias primas como el petróleo, pero aunque pudiéramos, no lo haríamos. Ahora no es interesante, el mundo de la energía va a cambiar de forma espectacular”.