Objetivo: más competitividad
Ganar competitividad; este reto se ha convertido en un objetivo clave ahora para la mayoría de los países en un entorno de moderado crecimiento de la demanda final. Pero esto no es fácil: la competencia es feroz, primando por encima de todo la variable precios. Durante la gran moderación también había un exceso de ahorro mundial que presionaba al alza los precios de los activos financieros. Y también los inmobiliarios. Pero en aquel momento el mundo crecía a ritmos muy por encima del promedio histórico del 3%. La globalización, el fuerte aumento del comercio mundial y la profundidad de los mercados financieros, sostenidos sobre una creciente deuda, facilitaban un fuerte aumento de la demanda. Consumo e inversión en capacidad.
Ahora todo eso es simplemente un recuerdo. Un buen recuerdo para algunos. O una advertencia sobre el riesgo de excesos para todos. ¿Qué queda ahora? Seguir con los ajustes pendientes y propiciar un crecimiento ordenado, menor al pasado, pero también más sostenible. Y para lograr todo esto es imprescindible seguir ganando en competitividad.
La forma más sencilla de delimitar esta ganancia de competitividad es a través de tres caminos que pueden ser simultáneos: una depreciación de la moneda, un descenso de los precios internos y a través de un ajuste de cantidad. Los dos últimos son especialmente dolorosos, como hemos comprobado (sufrido, aunque no tengo nada claro que debamos hablar en pasado aún) en la zona euro en los últimos seis años.
La productividad mala a través de ajustes en el empleo, por contraposición a la positiva, derivada de un aumento de la inversión productiva y mayor flexibilidad en la producción, ha sido determinante en muchos países europeos sacudidos por la crisis para recuperar la competitividad perdida en los últimos 20 años. En España, en concreto, los costes laborales unitarios se han reducido casi un 7 % en los últimos años, recuperando los niveles de 2007.
No hace falta que les diga cómo ha influido en la mejora de la productividad del factor trabajo el fuerte aumento del desempleo, triplicándose desde los niveles anteriores a la crisis. ¿Y la variable tipo de cambio? La caída del euro en el último año ya comienza a dar sus frutos en los flujos comerciales, como hemos podido ver en los últimos datos publicados de exportaciones en España. Aunque sería poco sostenible achacar solo al tipo de cambio la renovada mejora en las ventas al exterior. Sin duda, en España, a diferencia de en otros países europeos, también debemos hablar de la flexibilidad y capacidad de adaptación de las empresas, sacrificando también márgenes en su objetivo de abrir mercados al exterior. Este factor será determinante en el futuro para que la recuperación económica actual, mayor de lo esperado (como lo fue la caída del producto durante la crisis), sea sostenible en el tiempo.
Todo esto me viene a la cabeza al leer el proceso de negociación para ampliar la asistencia financiera entre las autoridades europeas y el nuevo Gobierno griego. Más allá de la búsqueda de mejores condiciones de financiación (y de ajuste de deuda, algo que ha acaparado titulares en los medios en las últimas semanas) lo que hay sobre la mesa es sobre todo un problema de competitividad.
¿Más austeridad y empobrecimiento? Es posible mientras las autoridades griegas no implementen reformas estructurales que lleven a un aumento de la productividad buena en términos de mayor dinamismo empresarial e inversión productiva. Al final, forzar la máquina mediante medidas expansivas de demanda (políticas monetaria y fiscal) sin reforzarlo con reformas de oferta puede conseguir el deseado objetivo de facilitar una recuperación cíclica más o menos importante. Pero también de corto recorrido. Lo veremos con el tiempo. Decía el ministro de Finanzas alemán que la zona euro se sostiene sobre la mutua confianza y credibilidad de cada país que lo conforma. Yo, además, añadiría que acumulando problemas sin solucionar de competitividad y excesos (sí, también de deuda) nos llevará a cuestionarnos la viabilidad del área de forma periódica. Naturalmente, mientras la integración fiscal y política no sea un hecho. ¿Las ven factibles en un futuro próximo? No, yo tampoco.
Volvamos de nuevo a España. El valor de nuestras importaciones en términos nominales ha retornado a los niveles de 2007, con dos importantes diferencias: son más intensivas en bienes de capital y con un componente de construcción más bajo. Además, el sector exterior supone en estos momentos más del 30% del PIB frente al 18% previo a la crisis. Por último, el peso de las ventas a países de mayor crecimiento ha aumentado más de cinco puntos en los últimos años (23% del total), cuando las ventas a nuestros socios europeos se han reducido en el mismo periodo en 10 puntos (49,8%). Todo ello compatible con un equilibrio en la balanza corriente frente al déficit de más de 10 veces el producto en 2007.
¿Han merecido la pena todos los esfuerzos realizados? Lamentablemente, esta pregunta no tiene respuesta hasta que no se retornen las cifras de paro a los niveles también anteriores a la crisis. Y aún nos llevará años poder responderla. Pero sí es fácil intuir ahora que cuando llegue ese momento la respuesta será afirmativa. Claro que depende también de que nuestra clase política no ceje en el empeño reformador.
Las tensiones ahora entre las nuevas autoridades griegas y el resto de los Gobiernos europeos es un buen ejemplo de las obligaciones que conlleva pertenecer a la zona euro. Obligaciones como contrapartida de sus beneficios.
José Luis Martínez Campuzano es Estratega de Citi en España