Consecuencias políticas de la crisis
Después de siete años de profundo retroceso económico y social en nuestro país, así como después de una profunda devaluación interna que ha supuesto importantes recortes de derechos económicos y sociales, todavía no vemos elementos que nos permitan aventurar una salida creíble a esta crisis. Como venimos diciendo desde hace tiempo, se aplicaron medidas de estimulo, es decir, de raigambre keynesiana, cuando se debían haber adoptado medidas de ajuste, y posteriormente, ante un fraude electoral sin precedentes en nuestra democracia, se adoptaron medidas de ajuste, en su sentido más superficial y dañino, cuando se debieron adoptar oportunamente medidas de estímulo.
El fuerte endeudamiento público de los últimos años solo ha trasladado el problema al futuro
Y todo este esfuerzo que han soportado fundamentalmente las familias de rentas medias y bajas, así como los trabajadores, visto en perspectiva, se ha producido casi de forma gratuita: disparando el endeudamiento público para apuntalar al sistema bancario, pasando de un 70% de deuda pública sobre el PIB, al final de la legislatura de Zapatero, a aproximadamente un 100% en la actualidad. La liquidez crediticia, cuando más la necesitaban las empresas, no llegaba, y muchas de ellas tuvieron que cerrar, no por problemas de solvencia, sino por problemas de liquidez. Y ahora que se está inundando el mercado de liquidez, esta va a parar paradójicamente a los mercados de capitales y no a las empresas, alimentando un nuevo problema asociado a la gestión del riesgo, que se traslada desde la banca convencional al BCE. Además, el fuerte endeudamiento público de los últimos años ha trasladado el problema al futuro, es decir, lo ha convertido en un problema transgeneracional. En estos momentos dicho endeudamiento es soportable a los actuales tipos de interés, pero nada nos garantiza que los tipos de interés no suban en el futuro, haciendo la carga financiera insoportable.
El resultado económico y social es el que todos conocemos: una reducción drástica de salarios, una gran precariedad laboral, y, subsecuentemente, un consumo que no encuentra resortes más o menos definitivos como para contribuir a la recuperación económica en un entorno peligrosamente deflacionista. No hay que olvidar que el consumo interno fue el que explicó fundamentalmente nuestra etapa de crecimiento, una de las más ubérrimas de nuestra historia contemporánea, y la que está explicando, en sentido inverso, los serios problemas que presenta nuestra economía para retomar el pulso y volver a la senda del crecimiento con unos mínimos de garantías y de robustez. Pero además de explicarse la falta de tono del consumo por la caída de los salarios reales, no contamos con algo fundamental que se produjo en la etapa expansiva: el efecto renta derivado de la subida sistemática y desproporcionada de los activos inmobiliarios. Las rentas salariales no explicaron ni de lejos la explosión del consumo en la etapa expansiva. Todo lo contario, fue el fácil acceso al crédito, así como el efecto renta que decimos, los verdaderos resortes y detonantes del crecimiento económico que desembocó en la actual crisis.
En este sentido, hemos de decir, que la importante devaluación interna que hemos vivido, y que estamos viviendo, está impidiendo que se recupere el consumo a un ritmo adecuado, hecho que se agrava aún más por la incertidumbre sobreañadida de los desempleados por un lado, y de los trabajadores por el otro. En este sentido, hemos de decir que la reforma laboral ha sido a todas luces un auténtico fiasco. Ha generado más desempleo, y, en paralelo, ha aumentado la incertidumbre de los trabajadores, generándoles, en consecuencia, menos propensión al consumo. De hecho, con la elevada tasa de desempleo que presenta nuestra economía, unida a la gran bolsa de economía sumergida, con toda probabilidad los salarios reales aumenten en los próximos años mucho menos que la productividad, por lo que el consumo seguirá siendo débil, acompañado por un entorno deflacionista y caracterizado por los acuciantes problemas de las principales economías europeas.
La destrucción de las clases medias ha producido importantes cambios en el panorama político español
Por su parte, el resultado político fue y está siendo demoledor. Esta crisis arrastró a la deriva electoral al gobierno de Zapatero, y, con toda probabilidad, arrastrará al gobierno de Rajoy a tenor de sus fracasadas políticas económicas. Ninguno acertó en el diagnóstico, y ninguno tuvo la suficiente valentía política, especialmente el segundo, al contar con mayoría absoluta, para afrontar los grandes problemas estructurales que presenta nuestra economía, que ya son muy distintos a los que presentaba al inicio de la crisis; una crisis que ya no es la de 2008, y que, en muchas de sus manifestaciones, ha llegado para quedarse.
Además, las consecuencias políticas, como todos sabemos, han ido más allá. Se han producido importantes transformaciones en el panorama político español, especialmente como consecuencia de la destrucción de las clases medias, las clases que actúan como correa de transmisión entre la macro y la microeconomía. De hecho, el fenómeno Podemos se explica sociológicamente por este episodio. La crisis ha producido importantes transformaciones sociales que necesariamente tienen que trasladarse a la expresión y a las formas de manifestación política. A esto, obviamente, se ha añadido una alarmante situación de corrupción que está teniendo como consecuencias un importante descrédito institucional y una gran desmoralización de los ciudadanos. Pero no hay que olvidar que la mayoría de los episodios de corrupción, que están aflorando en nuestros días, procede de aquel perverso sistema económico-político (conexiones entre el ámbito empresarial y la política) que ideamos para, con la ayuda de los fondos europeos, converger con la media de los países europeos. En el camino, los fondos europeos permitieron nuestro supuesto desarrollo, pero a su vez nos hicieron deudores, especialmente de los alemanes. Y a partir de ahí, la agenda política nos la ha estado marcando Alemania, para que seamos diligentes y devolvamos el dinero.
Se criticó mucho al Partido Socialista por retrasar el reconocimiento de la crisis. Y en la actualidad, el PP, en pleno año electoral, está intentando convencernos de que la recuperación ya se ha producido. Por lo que si tenemos presente conjuntamente el retraso inicial en reconocerla, y el esfuerzo actual por anticipar la salida de ella, parece como que esta crisis nunca ha tenido lugar.
Se nos abre un año especialmente electoral, por lo que se hace necesario que los distintos partidos políticos debatan sobre las posibles soluciones programáticas a los grandes problemas estructurales de nuestra economía, que todavía están intactos: un sistema energético insostenible y dependiente; un sistema bancario que no ha afrontado los grandes problemas que generó la crisis y que es incapaz de generar crédito productivo; un sistema fiscal injusto e ineficiente que sobregrava las rentas del trabajo; un sistema educativo desastroso; la precarización del mercado de trabajo; la reducida productividad y la escasa inversión en I+D; la falta de mecanismos de inclusión financiera y de segunda oportunidad (fresh start) que permitan recuperar a las personas y a las familias desde el punto de vista financiero; la elevada fiduciarización de nuestra economía; etc.
Francisco Cortés García es profesor de la UAL.