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Columna
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A Italia le falta un buen plan B

El plan A de Matteo Renzi es sacar adelante reformas internas, esperar que el Banco Central Europeo se las arregle para conseguir que la inflación repunte y mantener los dedos cruzados para que la economía italiana deje de contraerse. Pero si esto falla, un megaimpuesto a la riqueza, una reestructuración de deuda y/o la salida del euro parecen las siguientes opciones.

No hay plan B que no lleve tanto a Italia como a sus vecinos a una crisis severa. Eso hace que sea aún más importante que el plan A funcione.

Renzi ha estado haciendo un trabajo razonable desde que asumió el cargo de primer ministro en febrero. Tiene una energía ilimitada y no tiene miedo a luchar. La batalla más reciente ha sido reformar el mercado de trabajo –algo que implicó enfrentamientos con miembros de su propio Partido Democrático de centro izquierda y con sus aliados sindicales–.

Reformas de la justicia civil, el sistema electoral y la constitución también están en marcha. Todo esto es necesario para hacer gobernable Italia, así como un país en el que los negocios quieran invertir.

El problema es que el primer ministro es mejor anunciando reformas que concluyéndolas. Esto se debe en parte a la asfixiante burocracia de Italia, que, para ser justos, está intentando mover. Pero también tiene que ver con sus propios fallos.

Renzi, que solo tiene 39 años, se ha rodeado principalmente de otros políticos inexpertos. Además, todas las decisiones importantes tienen que pasar por él. Aunque puede ser necesario un fuerte impulso para combatir los intereses creados, esto conduce inevitablemente a cuellos de botella.

La siguiente prueba de Renzi será el presupuesto de 2015, que está previsto que se presente a finales de esta semana. Si este es demasiado laxo, la Comisión Europea podrá rechazarlo. Eso, a su vez, puede desencadenar una dinámica negativa en la que Roma y Bruselas quedarían atascadas.

Italia, como es lógico, no quiere ahogar aún más su economía, que se ha sumergido de nuevo en la recesión. Pero dado que se espera que la carga de la deuda de Roma supere el 137% del PIB a finales de este año, según el Fondo Monetario Internacional, el Gobierno tiene que hacer todo lo posible para mantener la credibilidad tanto con sus socios de la Unión Europea como con los mercados.

Hay dos maneras obvias de hacer la cuadratura del círculo del presupuesto. Una de ellas es la vía rápida de la privatización, que provocaría un descenso de la deuda. La otra es acabar con el gasto público derrochador, lo que reduciría el déficit. El problema es que Renzi parece ir lento en la privatización y no está claro que vaya a aceptar recortes en los gastos del Gobierno.

Si las medidas de Renzi no funcionan, una opción sería un impuesto excepcional a la riqueza. En teoría, debería ser posible extraer varios cientos de millones de euros al pueblo italiano, el problema es que la mayor parte de sus activos son propiedades.

La segunda opción –la reestructuración de la deuda de Italia, dicen que para llevarla por debajo del 100% del PIB– es aún menos atractiva. Dado que sus préstamos superan los dos billones de euros, más de seis veces el tamaño de los de Grecia, una suspensión de pagos podría causar un terremoto financiero difícil de contener.

Habría contagio a otros países de la UE, entre ellos tal vez Francia. Los bancos del país y de otros lugares tendrían que ser apuntalados, dadas sus grandes tenencias de bonos italianos.

El BCE debería sin duda proteger a la zona euro mediante la compra de bonos del Gobierno y préstamos a los bancos. Pero la dinámica de tal impago podría dar lugar fácilmente a una Italia que abandonara la moneda única y a la ruptura total del euro –que podría causar una dislocación económica y política masiva–.

Por eso es importante que Italia nunca necesite un plan B.

Renzi por sí solo tampoco puede hacer mucho. La carta más importante –la flexibilización cuantitativa por parte del BCE para impulsar la inflación del euro– no está en sus manos. Tampoco puede hacer que Angela Merkel intensifique las inversiones alemanas, lo que ayudaría a impulsar un poco la tasa de crecimiento de la zona euro.

Dicho esto, la forma en que Renzi juegue sus cartas afectará a cómo el BCE y el resto de la UE jueguen las suyas. Cuanto más pueda aportar para demostrar que es capaz de hacer reformas en casa, más disposición tendrán sus socios para ayudarlo.

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