Inversión, reforma fiscal y recuperación
Si hace ahora tres años, incluso menos, España era el foco de todos los riesgos para los mercados financieros, y el detonante mismo de la continuidad o la ruptura del euro, hoy es una economía resucitada y una oportunidad renacida para la inversión. Acumula cuatro trimestres consecutivos de crecimientos crecientes de su PIB y con un comportamiento simétrico del empleo -como consecuencia de su estabilización financiera y de unas intensas reformas legislativas del Gobierno-, todo ello envuelto en la firme intención del Banco Central Europeo (BCE) de consolidar el euro y las emisiones de deuda de toda la zona monetaria. Tanto la deuda soberana española en todos sus plazos como la Bolsa han experimentado en los últimos meses revalorizaciones muy generosas, síntoma inequívoco de que los mercados estiman consolidado el nuevo esquema de la Unión Monetaria.
A partir de ahora, desaparecidos los temores al abismo monetario, las variables que deben considerarse para tomar decisiones de inversión deben ser otras: la recuperación que empieza a echar raíz y a generar empleo, y un escenario fiscal diferente, que ha removido todos los parámetros impositivos de la inversión de los particulares. Las reformas han modificado el crecimiento potencial, aunque los elevados niveles de endeudamiento que aún conservan los agentes privados de la economía (empresas y familias), junto con la lentísima recomposición de su renta disponible, no permiten augurar un salto en el crecimiento muy abultado. En consecuencia, aunque también los cambios normativos han revisado la elasticidad de la variable ocupación, las tasas de empleo tardarán en recomponerse en proporción razonable, y, aunque habrá este primer año de crecimiento una pequeña explosión de empleo por la situación ajustada de las plantillas, tendrá su efecto en el consumo, nada menos que dos de cada tres euros de la demanda interna.
Sí han cambiado, y mucho, las expectativas de los inversores, y la gran cantidad de ahorro acumulada durante la crisis espera su oportunidad para convertirse en consumo o inversión. Ha cambiado también una buena parte de los parámetros que determinan la inversión, como los tipos de interés, por largo tiempo aplanados al filo del cero nominal, que condicionan una buena parte de las decisiones de los particulares, así como los márgenes bancarios y las condiciones de financiación de los negocios.
La renta variable acumula en los últimos 18 meses un avance de más del 30%, y sigue teniendo un apreciable potencial, pero siempre que se atemperen los riesgos geopolíticos de los últimos meses (Ucrania, Irak, etc), y si las compañías logran consolidar la recuperación de los resultados empresariales, la variable más determinante del movimiento de la Bolsa. Para este año, los analistas siguen viendo recorrido, pero admiten que se desenvolverá en un entorno de volatilidad adicional al que ya proporciona el periodo estival. Además, no se debe perder de vista que en el horizonte empiezan a aparecer las subidas de tipos, así como el agotamiento de la inyección artificial de dinero por parte de los bancos centrales, sobre todo del estadounidense. Ante tal paisaje, los inversores deben fijarse en las variables más sólidas de las empresas que compran, las tradicionales: un buen dividendo (en el Ibex hay 14 compañías con rentabilidad superior a los tipos de la deuda a diez años), y aprovechar las caídas de precio para comprar y esperar que la recuperación devuelva con creces la inversión. Cada vez quedan menos valores donde el precio sea inferior al valor, o menos valor no recogido en el precio, pero los hay.
La deuda ha perdido atractivo tras el rally de los últimos trimestres, con tipos muy modestos en el secundario, que han absorbido las abismales primas de riesgo de los años 2011 y 2012. Pero hay oportunidades en la deuda corporativa, con rentabilidades directas del 3%, mientras que los depósitos han perdido para una larga temporada su gancho: ahora se mueven en torno al 1%, y solo rondan el 2% para plazos muy largos y con fuerte vinculación del depositante con el banco. Por contra, las hipotecas comienzan a ceder en un intento de la industria por extender la cartera de crédito, en un momento en el que los precios de las casas se estabilizan y hay síntomas de vida en la demanda. Solo falta que las políticas económicas y monetarias trabajen por la recuperación y la estabilidad.