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El Foco
Tribuna
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¡Austeridad!, o ¿austeridad?

En varios ámbitos se nos viene presentando, de un tiempo a esta parte, el término austeridad como una solución imprescindible para todos los problemas económicos que venimos padeciendo. Los Estados, las instituciones, las empresas, todos hablan de austeridad y algunos hasta la ponen en práctica.

En el diccionario comprobamos que, entre otras acepciones, se establece que el austero es el severo, el que se ajusta rigurosamente a las normas de la moral, el sobrio, el morigerado, el sencillo sin alardes. Se comprende fácilmente que la austeridad que se practica desde la óptica económica, desde la perspectiva de la gestión pública y de la privada no se ajusta a este significado, lo que constituye una parte del problema al que me voy a referir.

Porque la austeridad entendida como una política de contención de cierto tipo de gastos parece razonable, pero si viene acompañada de otras intenciones, dando vía libre a ciertos gastos o incluso inversiones que llevan aparejados otros intereses, no es de recibo, no encaja en economías que pretenden el crecimiento y, desde luego y muy especialmente, no es bien recibida por la sociedad.

La reacción social que produce la aplicación de ciertas medidas de austeridad no se ha hecho esperar, las protestas ciudadanas y el continuo enfrentamiento a estas políticas están al orden del día a nivel internacional y por si resultaba poco evidente, las últimas elecciones al Parlamento Europeo no han dejado ningún margen de duda.

Hay que preguntarse por qué se produce esta reacción. Y una primera respuesta la encontramos en el hecho de que bajo el paraguas del término se están escondiendo actuaciones de diverso tipo, muchas de ellas ajenas a lo que debería entenderse como medidas de austeridad tendentes a conseguir la verdadera finalidad de quien la aplica. Y es que la austeridad hay que aplicarla correctamente y teniendo en cuenta circunstancias y momentos. No se trata de austeridad para todos.

Cuando los líderes políticos y también los dirigentes empresariales e institucionales practican las medidas de lo que denominan austeridad se están mostrando incapaces de adecuarse a los nuevos tiempos surgidos tras la crisis económica que hemos venido padeciendo en el mundo desde 2007 y se presentan ante nosotros carentes de la imaginación necesaria para disponer de otros recursos.

La austeridad, para ellos, se ha convertido en el arma para mantener una política restrictiva en lo salarial, con bajadas de los niveles reales de los sueldos, que disminuyen la capacidad adquisitiva de los individuos y de las familias, afectando igualmente a industrias auxiliares y de servicios que ven mermadas su capacidad de crecimiento y expansión. Y no olvidemos que los individuos, las familias y las pequeñas y medianas empresas son el gran motor del consumo y, con ello, de los niveles de producción y de empleo.

La llamada austeridad puede afectar también en la inversión tanto pública como privada. Y si no se invierte y se hace adecuadamente, el futuro será más negro todavía porque hay que recordar que la inversión estatal, que se traduce en actividad económica, es otro motor importantísimo. Es inversión productiva.

Otro aspecto digno de mención, nada desdeñable, es el relativo a practicar la austeridad remansando recursos en beneficio de empresas o instituciones. El dinero, que podría haber generado riqueza económica, queda inmovilizado, en manos de agentes económicos improductivos. Es decir, que alguien maneja el dinero que proviene de la austeridad en beneficio propio.

Debemos dar la bienvenida a una austeridad con mayúsculas, entendida como una política encaminada a evitar el despilfarro, como optimización de los recursos productivos, pero nunca como una estrategia que repercuta exclusivamente sobre lo más fácil y sin compensaciones.

De la fuerza laboral como motor de la empresa y de su motivación y formación permanente depende en gran medida la consecución del objetivo empresarial y con ello, y por extensión, del nacional.

El desorbitado gasto por la deficiente gestión de la Administración pública, con un claro reflejo en el déficit, es un evidente punto de aplicación para la austeridad, pero que en otras áreas de la economía se utilice la austeridad para incrementar el patrimonio o los beneficios por encima de tasas adecuadas a la realidad imperante no deja de ser una actuación fuera de lugar, especialmente si además se conviene en la necesidad de una política social dentro de los cánones de la justicia social de la que todos hablan, pero pocos practican.

La ciudadanía se muestra silenciosa en ocasiones y protesta colectivamente en otras y su repulsa se mide en los procesos electorales y en su implicación laboral. Probablemente se está produciendo el desencanto de desconocer la utilización de los recursos que practican los defensores de la austeridad. Los colectivos afectados comprueban que en lugar de estar acometiéndose una estrategia que facilite el consumo, la producción y el empleo, se ha practicado la tan traída y llevada austeridad en unos términos que suponen un fraude de grandes dimensiones para la mayor parte de la sociedad.

El Banco Central Europeo, los Estados y aquellos que están aportando fondos a la economía no van a poder seguir subvencionándola por mucho más tiempo. Dinero a fondo perdido, ayudas, créditos blandos, facilidades de todo tipo terminan no permitiendo ser competitivos a nivel internacional y deben ir desapareciendo porque constituyen una lacra al progreso y a la economía de mercado.

El riesgo de deflación denunciado desde varios ámbitos parece haber sido finalmente atendido con medidas recientes por parte del Banco Central Europeo, pero los márgenes de actuación por vía de la política monetaria se estrechan cada día.

Por su parte, la banca está llamada a cobrar un protagonismo muy importante dado que se pretende que otorgue crédito, más crédito, para con ello incentivar el consumo, pero aparte de la voluntad de hacerlo se precisa una demanda solvente del mismo. La banca debe asegurarse la garantía de las operaciones y de momento los posibles demandantes no parecen necesitar mucho crédito y los que lo necesitarían se encuentran inmersos en un negro panorama.

Por todo ello, creo que la llamada austeridad está sirviendo para poco.

Cecilio Moral es Catedrático de Economía Financiera. Director del Máster en Finanzas ICADE

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