Cómo exportar un milagro
El mercado laboral alemán es la envidia de Europa, su milagro es mucho más difícil de exportar que los coches o la ingeniería.
El comportamiento de su mercado laboral ha sido impresionante. La tasa de desempleo se ha reducido en un 40% desde 2005. En el primer trimestre de 2014, el número de horas trabajadas se elevó a niveles vistos por última vez durante el auge posterior a la reunificación de 1992.
Esta tendencia comenzó pocos años después de que el canciller Gerhard Schroeder, un socialdemócrata, iniciara las reformas del mercado laboral más radicales en la historia de la Alemania de la posguerra. Unas menores prestaciones para los desempleados de larga duración, una mayor flexibilidad para los empleadores y unos centros de trabajo más eficientes fueron algunos de los pilares de sus llamadas ‘reformas Hartz’.
Pero estas funcionaron porque encajaron bien con las inusualmente útiles instituciones y las actitudes alemanas. Para empezar, las relaciones laborales allí hace mucho tiempo se apartaron del modelo del capital contra el trabajo. Sindicatos y empleadores, se consideran a sí mismos como socios mutuamente dependientes, no adversarios acérrimos.
En este entorno, fue relativamente fácil responder a la aparición de productores de bajo coste. Los sindicatos aceptaron una negociación colectiva más flexible, lo que facilitó mantener salarios competitivos.
La especializada mano de obra alemana, producto de décadas de atención a la formación, pudo crear suficiente valor como para justificar unos altos salarios. El gobierno también tuvo una buena actitud.
Pero los observadores extranjeros no deberían idolatrar a Alemania, que aún tiene un problema con el paro de larga duración. Los últimos cambios del mercado laboral han vuelto sobre sus pasos: un salario mínimo mal diseñado y unos costosos incentivos a la jubilación anticipada. Alemania podría estar a punto de importar el aturdimiento del mercado laboral de sus vecinos.