Cuando trabajar es perder el tiempo
Trabajar como becario, voluntario o en prácticas puede abrirte muchas puertas, pero no siempre las principales. Los que trabajan sin remuneración en la mayoría de ocasiones no reciben después un contrato.
Pongamos el caso de los licenciados en Estados Unidos, donde resido desde hace varios años: el 63% de las prácticas no retribuidas que realizan no culminan en un contrato, según la Asociación Nacional de Universidades y Empleadores (NACE, en sus siglas en inglés). Con frecuencia le suceden nuevas ofertas bajo las mismas condiciones.
En cambio, cuando las prácticas son recompensadas económicamente existe un 60% de posibilidades de contratación, en parte porque suelen implicar una labor más cualificada, como análisis, investigación o gestión de proyectos (si bien el salario suele situarse por debajo del mínimo interprofesional, que es de 7,25 dólares por hora a nivel nacional). Pero quizás otra razón por la que dan lugar a un contrato es porque el empleador valora más a aquellos que saben valorarse.
El trabajo poco o nada remunerado se ha extendido en EEUU debido al desempleo, que se encuentra en el 8% entre los licenciados (comparado con el 5,5% en 2007). En la actualidad la mitad de los universitarios llevan a cabo prácticas (cerca de un millón anual), frente a una quinta parte hace veinte años. Y a menudo enlazan varias a lo largo de los años. Suelen pertenecer al mundo de las artes, la moda o la política, y buscan no solo la experiencia, sino el prestigio de trabajar en lugares como el Museo Metropolitano, Vogue o la Casa Blanca. Se dice que esta generación, la llamada millenial, es más idealista que las anteriores, lo cual es encomiable, mientras no se dejen engañar.
Porque suelen engañarlos. No existe obligación de contratar al pasante tras una etapa de formación laboral, pero si además de no pagarles se les asignan tareas para las que no se requiere educación académica (como preparar café, archivar o empaquetar), trabajar puede darles el mismo resultado que no haber hecho nada. O peor, por varias razones: ellos mismos pueden infravalorar su potencial; sus conocimientos y habilidades se erosionan; al no estar en plantilla no están protegidos ante conflictos laborales como discriminación, explotación o acoso; no disponen de mucho tiempo para encontrar un empleo acorde a su formación; y están retrasando su emancipación.
Trabajar en prácticas no pagadas no es solo una inversión desacertada de tiempo y recursos en ocasiones, sino que además puede ser ilegal. El Departamento de Asuntos Laborales de EEUU establece las siguientes condiciones para este tipo de actividad: tiene que redundar en beneficio del practicante y estar directamente relacionada con sus estudios, el empresario no puede obtener ganancias de ella, y no puede reemplazar el puesto de un empleado, sino realizarse bajo su supervisión (estos requisitos no se aplican a las organizaciones sin ánimo de lucro). Es evidente que esto no siempre se cumple. Estos convenios benefician primordialmente a las empresas, que a veces exigen hasta 60 horas semanales de trabajo no cualificado. Y son frecuentes las historias de trato vejatorio o tareas rutinarias, como la de una pasante en una productora de cine de Nueva York que esperaba adquirir experiencia organizando eventos y terminó dedicando sus jornadas a fregar el pomo de las puertas de los baños.
Como, dada la coyuntura económica, se ven casi obligados a trabajar gratis, con poca voz y menos voto, y en aquello que decida el empresario, los pasantes son en cierto modo esclavos, pero sin derecho a comida ni vivienda.
Algunos han denunciado esta situación (uno de los casos recientes que ha tenido más repercusión mediática y ha asentado precedente es el juicio a los productores de la película El cisne negro: se determinó que deberían haber asignado a sus trabajadores en prácticas al menos el sueldo mínimo). Y existen organizaciones que velan por los derechos de este colectivo. Pero la mayoría de abusos no se reportan, por temor a las repercusiones en la carrera profesional. Y porque poca gente llevaría a juicio a sus jefes tras unos meses.
Existen empresas dedicadas a buscar programas de prácticas a los licenciados, y las instituciones académicas los promueven. Llama la atención que la universidad norteamericana imparta una educación que se revela insuficiente en un mercado laboral muy competitivo a nivel nacional e internacional, que cobre hasta 50.000 dólares anuales por ella y que luego fomente el trabajo no recompensado.
Este escenario se da también en muchos otros países desarrollados. En España la educación superior es ya inasequible para algunas familias, los jóvenes titulados están poco preparados para una carrera profesional, los sueldos de unos cientos de euros son ya comunes, como lo son las prácticas abusivas. El término becario se asocia a la figura del empleado polivalente, menospreciado, con muchas condiciones precarias y pocas perspectivas de futuro. Pero lo que agrava la situación en EEUU es la excesiva carestía de los estudios, que sume a los alumnos en una deuda media de cerca de 30.000 dólares, por lo que demorar los ingresos una vez se licencian supone abonar bastante más en intereses.
Los estudiantes primero malgastan tiempo en la universidad aprendiendo materias costosas que en algunos casos no les sirven de nada, y luego lo malgastan en la empresa trabajando en condiciones que a menudo no les reportan nada.
Lidia Lozano González es doctora ‘summa cum laude’ en Filología y antigua profesora en la Universidad de Princeton.