La reforma continua de las pensiones
La situación económica y financiera de la Seguridad Social sigue siendo delicada; las cotizaciones no disponen de la potencia que se precisa para costear las prestaciones; podemos discutir cuantas medidas se quieran en ingresos y en gastos del sistema, pero tiene que quedar claro que ya no es posible el recurso a la deuda, porque los mecanismos creados lo impiden; hemos hecho un ejercicio que proporciona solidez a las finanzas públicas y que, con claridad en las cuentas, es una garantía para el crecimiento económico”. En estas frases del secretario de Estado de Seguridad Social, Tomás Burgos, ayer en el Foro CincoDías, se sintetiza el ejercicio de control de las cuentas del sistema de pensiones de los últimos años, con el cierre de varias vías de agua tanto en los ingresos como en los pagos, para devolver a los pasivos actuales y a los futuros una expectativa creíble, al menos en el medio plazo, de sostenibilidad de la protección a la vejez.
Los ajustes puntuales que han acompañado al retraso en la edad de jubilación aprobada en 2011 y al ensanchamiento de las cotizaciones consideradas para calcular la pensión, (extensión de las bases de cotización a todos los componentes retributivos, limitación de las jubilaciones anticipadas, etc.) así como la aplicación del factor de sostenibilidad, garantizan que la Seguridad Social no se gastará ni un solo euro que no pueda financiar con sus propios medios. Ello supone que la austeridad está garantizada por ley en la Seguridad Social durante unos cuantos años, puesto que la destrucción de empleo ha sido tan intensa en la crisis, y tan intensa la bajada de las bases de cotización nuevas, que solo abonar las prestaciones ya existentes (más de 9 millones) será un ejercicio financieramente complicado.
Desde que se inició la crisis la pensión media de la Seguridad Social ha crecido en un 28%, mientras que solo lo ha hecho en un 9,6% el IPC; hay casi un millón de pensionistas más que entonces, y el gasto agregado ha crecido en un 40%; mantienen el sistema tres millones menos de cotizantes, y se viene encima un envejecimiento demográfico súbito en cuanto doblemos el año veinte del siglo. Aunque se han metido en cintura las cuentas de las pensiones, podrían salirse de nuevo si no se mantiene la vigilancia activa en el control de los ingresos y de los gastos, y si no se incorporan reformas continuas, aunque sea de un calado inferior a las de 2011 o 2013, para reconducir las variables financieras hacia una sostenibilidad permanente. Los juegos intelectuales de cambio de fiscalidad indirecta por cotizaciones no parecen resistir el más mínimo análisis de rigor, como demuestra un fracasado experimento similar ensayado ya en los noventa. Por tanto, no hay más camino que movilizar el crecimiento económico, para que este movilice al empleo, y este, los ingresos que sostengan las pensiones del medio y el largo plazo.