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Tribuna
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Japón sí sube el IVA: ahora o nunca

En diciembre de 2012, el señor Shinzo Abe tomaba las riendas de Japón por segunda vez gracias a un esperanzador programa electoral basado en tres grandes puntos o flechas, como él mismo las denominó. Las dos primeras, las partidas extraordinarias de gasto público y el posterior incremento de la política monetaria, tuvieron un impacto temprano y directo sobre la actividad permitiendo a la economía dejar atrás la recesión. Sin embargo, en la medida que estas dos flechas acertaban en la diana, la tercera, la más importante, erraba el tiro y se quedaba a medio camino.

Un año y tres meses más tarde, el optimismo empieza decaer y el escenario futuro se presenta incierto. El consumo privado crece, pero esta recuperación se presenta demasiado débil e incipiente. El gasto de las familias en el último trimestre del pasado año aumentó prácticamente por la mayor demanda de coches, mientras que la compra de ropa y comida continúa reduciéndose. Por otro lado, los hogares han adelantado sus compras antes de la subida del IVA, que hoy entra en vigor, de manera que el consumo es susceptible de empeorar en la segunda mitad del año. Japón es el país más endeudado entre los países desarrollados, pero la última vez que se aprobó una subida del IVA, en 1997, el consumo se desplomó y los problemas de deflación se agravaron.

El mercado de trabajo mejora y la contratación va en aumento. La tasa de paro se ha reducido al 3,7%, una cifra de ensueño para los españoles, pero la gran mayoría de los nuevos contratos firmados son temporales, siendo la remuneración de estos casi un tercera parte de los regulares. Esto ya nos suena más. Adicionalmente, los precios vuelven a crecer pero no los salarios, lo que tiene un impacto negativo sobre la riqueza de las familias. La confianza de los hogares se sitúa en mínimos de los dos últimos años.

Si nos centramos en inversión, las perspectivas tampoco son mucho más favorables. Las empresas esperan que las ventas aumenten un 3,4% en el año fiscal 2013 y, más importante, un 17% su beneficio neto. Los resultados empresariales constituyen un buen indicador adelantado de la inversión, pero este tránsito se está produciendo a un ritmo demasiado lento. Los empresarios se muestran reticentes a expandirse al considerar temporal este repunte de las ventas. En último lugar, tenemos al sector exterior. Japón no es un país muy abierto al exterior en comparación a otros países industrializados y en los últimos meses, las dificultades a la hora de exportar se han agravado. La depreciación del yen desde el pasado año no ha servido como revulsivo para potenciar las exportaciones, a lo que hay que sumarle la desaceleración económica mundial y el fuerte repute de la factura energética.

La reducción del precio de la energía que amenaza con la deflación a Europa no se hace extensible a Japón, quien ha aumentado el valor de sus importaciones energéticas por el cierre de centrales nucleares. Como resultado, el déficit comercial y por cuenta corriente nipón se sitúa en niveles máximos. Japón es un país muy endeudado, pero su deuda exterior, la deuda en manos de extranjeros, es muy inferior a la europea o estadounidense. Las elevadas tasas de ahorro de empresas y familias han supuesto un cheque en blanco para el Gobierno, pero el rápido deterioro de la cuenta corriente y los tipos de interés reales, ahora en negativo, podría poner en peligro este equilibrio.

El tiempo apremia y las medidas de estímulo fiscales y monetarias, como bien nos indica la teoría económica, son temporales e inservibles en el largo plazo. Los cambios introducidos son escasos y poco profundos, es necesario liberalizar sectores y profesiones, sobre todo en el sector agrícola, el mercado laboral requiere un nuevo marco que potencie la movilidad laboral y, principalmente, el país necesita abrirse al exterior. La subida del IVA supondrá un importante desafío para la recuperación y es la última oportunidad del ejecutivo para apuntalar el crecimiento.

El Banco Central de Japón debería incrementar de forma adicional su base monetaria, lo que tendría un doble impacto, sobre las exportaciones y sobre la demanda interna. Al mismo tiempo, el Gobierno debería dar respaldo a esta decisión con nuevas reformas, capaces de traducir ese mayor ahorro y beneficio de las empresas en inversión y trabajo indefinido. Reformas creíbles, ambiciosas, a la par que impopulares. El señor Abe subió al poder con un sueño, acabar con 20 años de deflación y estancamiento económico, en su mano ahora está el poder realizarlo.

Diego Triviño es Economista de Intermoney

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