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El último presidente hispano-español

Adolfo Suárez fue el primer presidente del Gobierno en democracia y el último de una España aislada a escala internacional.

Sus sucesores pasarán ya casi tanto tiempo bregando en Bruselas como sentados en el banco azul del Congreso de los Diputados. Y los mandatos de González, Aznar o Zapatero no pueden entenderse sin su ángulo exterior y, muy en particular, el europeo.

Pero a Suárez (1932) no le quedó más remedio que vivir ensimismado en una agenda nacional en la que el país se jugaba la libertad.

Su proyección internacional fue relativamente escasa, en parte porque ese protagonismo lo disfrutó su mentor Juan Carlos I. A Suárez, en cambio, se le recibió fuera con tanto escepticismo como en casa.

Su nombramiento en 1976 fue calificado como "error histórico" (Le Monde) o "entente entre el Opus y la Falange" (FAZ) por esos diarios que hoy se citan con mayor reverencia incluso que entonces.

Por supuesto, Suárez sabía que el futuro dependía en gran parte del reconocimiento exterior. Y en julio de 1977, su gobierno ya solicitó, con el apoyo del líder de la oposición (Felipe González), el ingreso en la Comunidad Económica Europea.

Poco después, en noviembre de aquel mismo año, España ingresaba en el Consejo de Europa, una organización de la que formaban parte Turquía, Grecia o Chipre, pero donde la dictadura de Franco no había tenido cabida.

Las puertas del mundo se abrían poco a poco. Pero Suárez nunca llegaría a franquearlas del todo. Su presencia internacional es más recordada por las fotos con Yasser Arafat y Fidel Castro o por su coqueteo con el Movimiento de Países No Alineados (¡qué tiempos!) que por codearse con Giscard o Helmut Schmidt.

Su efímero sucesor, Leopoldo Calvo Sotelo, precipitó la entrada en la OTAN, una alianza militar por la que Suárez había mostrado poco interés. Y Felipe González, el verdadero artífice de la nueva imagen internacional de España, firmaría en junio de 1985 el ansiado tratado de adhesión a la Comunidad Económica Europea.

La frontera psicológica de los pirineos se esfumaba. Y ya no se entiende a España ni a sus presidentes de gobierno sin el contexto europeo.

"Las decisiones que se toman aquí no son menores", afirmaba ayer mismo Mariano Rajoy tras asistir en Bruselas a la enésima cumbre europea en poco más de dos años de mandato. Una impresión compartida por todos los presidentes que, gracias a la transición pilotada por Suárez, participan en unos Consejos Europeos donde, como el resto de líderes europeos, a veces dejan huella y otras salen marcados.

Zapatero se dejó el cargo en Bruselas en la volcánica primavera de 2010. Aznar le amargó más de una noche a Schröder o Chirac con su apoyo a las mortíferas aventuras de George W. Bush. ¿Y González? Sigue siendo una referencia imprescindible de la historia reciente de Europa, testigo de los Consejos Europeos donde se forjó la unidad de Alemania, la creación del euro y el mercado único. En época de Suárez (1976-1981) hubiera sido impensable que los españoles fueran protagonistas de esos acontecimientos europeos. Y sin el éxito histórico de su mandato, tal vez hubieran seguido sin serlo.

Imagen: Suárez en el consejo de Europa Estrasburgo (31-1-1979). (Foto: Efe) Fue el primer presidente de Gobierno español en comparecer en esa tribuna. Imagen tomada de la web Qué hace Europa por nosotros.

Las citas de Le Monde y Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) proceden de Julio Crespo MacLennan, España en Europa 1945-2000: del ostracismo a la modernidad, Madrid, Marcial Pons, Ediciones de Historia, 2004.

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