¿Qué país queremos ser?
No hay viento a favor para quien no tiene rumbo…”. Séneca sabía muy bien lo importante que es tener claro hacia dónde dirigirse. Tanto o más que la fuerza que se emplee en ello. Por eso, tras seis años de dificultades que han puesto a nuestra economía contra las cuerdas, ahora que sopla un ligero viento favorable debemos preguntarnos hacia dónde queremos que nos empuje. Es una brisa frágil e incipiente, que apenas tiene aún fuerza para desplegar por completo las velas de un barco varado durante tanto tiempo. Pero, al fin y al cabo, se trata de viento favorable y debemos aprovecharlo para preguntarnos: ¿qué rumbo queremos tomar?; ¿qué país queremos ser en el futuro?; ¿qué lecciones hemos aprendido de la crisis?
Entre otras cosas porque, en estos momentos, se está configurando un nuevo orden mundial, con varios polos de actividad económica que ejercerán cada vez una mayor hegemonía. No podemos permitirnos el lujo de no actuar, de no dar pasos hacia delante para definir el papel que queremos jugar como país en este nuevo tablero internacional.
Podemos optar por varios caminos… Convertirnos en la China de Europa y apostar por un modelo de producción de bajo coste; desarrollarnos aún más como destino turístico o aprovechar nuestra benigna climatología para atraer a la tercera edad de nuestros vecinos europeos.
Dado que España ha sido uno de los países de nuestro entorno que más ha mejorado su competitividad en el último quinquenio, gracias a la reducción de costes laborales, que el año pasado recibió 60,6 millones de turistas y que el porcentaje de personas mayores de 65 años en Europa crece de forma exponencial, y llegará a ser superior al 30% en 2050, cualquiera de esas tres opciones tendría sentido. Sin embargo, no siempre el camino más fácil es el más idóneo.
En mi opinión, existe una vía alternativa. Un camino quizá más pedregoso y árido al principio, pero con un valor de futuro mucho mayor. Se trata de la apuesta por crear una España distinta a la que hemos conocido hasta ahora. Una España innovadora y competitiva, en la que el esfuerzo común se vea recompensado a medio plazo con la creación de un modelo productivo sólido y moderno, capaz de afrontar con mayores garantías las tormentas que, sin duda, volverán a acechar nuestra economía.
En función de si se elige un camino u otro, es preciso tomar unas medidas u otras. No vale la misma hoja de ruta para todos los casos. ¿Qué acciones debemos emprender si queremos ser una España con una economía basada en la innovación? Fundamentalmente, incrementar cuatro palancas estratégicas. Lo que en Siemens denominamos las cuatro íes: innovación, industria, infraestructuras e integración.
Más innovación. Hoy dedicamos solo el 1,4% de nuestro PIB a innovar, cuando países como China ya destinan cerca del 2%. Además del impulso gubernamental, necesitamos más inversiones de las empresas. En Alemania, por ejemplo, dos terceras partes de los fondos destinados a innovación proceden del sector privado, mientras que en nuestro país esa proporción apenas supera el tercio. Por otro lado, necesitamos que el mundo académico y el empresarial estén más alineados, para lo que es imprescindible fomentar la formación dual. Las universidades deberían trabajar más conjuntamente con las empresas para favorecer la transferencia de innovación, lo que permitiría crear más proyectos emprendedores de éxito. Así, esos proyectos podrían crecer y convertirse en compañías de mayor tamaño para competir mejor, salir al exterior y optar a nuevas vías de financiación. También es importante fomentar una estructura jurídica y financiera que favorezca la creación de start-ups y facilite su crecimiento.
Más industria. La industria genera empleo de calidad –el 80% es indefinido– y es innovadora –copa el 50% de la innovación del país–. Desgraciadamente, en los últimos años el peso de este sector en nuestra economía ha decrecido sustancialmente y hoy supone solo el 13% de nuestro PIB. Los países que más rápidamente han remontado el vuelo o menos han sufrido durante esta crisis son aquellos con mayor peso industrial, lo que nos debe hacer reflexionar. Necesitamos políticas que activen la creación y consolidación de industrias de más tamaño, que puedan acceder más fácilmente a fuentes de financiación y que apuesten por la inversión en tecnología. Adicionalmente, es clave que el Gobierno redoble sus esfuerzos para eliminar la burocracia y articule una política que reduzca los costes energéticos y facilite la competitividad exterior de nuestras empresas. Si alguna enseñanza nos ha dejado la crisis es la obligación de internacionalizarnos, ya que vivimos en un mundo cada vez más global.
Más infraestructuras. Nuestro país ha dado un gran salto en los últimos años en la construcción de infraestructuras –ferrocarriles, puertos y aeropuertos, vías de conexión, etc.– que aún deben incrementarse para poder vertebrar mejor el tráfico de viajeros, lo que facilitaría el turismo y el comercio de mercancías para la industria y agricultura. Pero nos falta un segundo paso: crear infraestructuras digitales que sienten las bases para acoger la revolución que viene –big data, internet de las cosas, etc.– y que permitirá la digitalización de los procesos a través de los algoritmos.
Más integración. España necesita más Europa y Europa necesita más integración para poder competir con los otros grandes focos comerciales del globo, como son China, Estados Unidos, Japón o los llamados países emergentes. Una verdadera unión bancaria, un mercado único de la energía, de las telecomunicaciones y de la economía digital es condición indispensable para jugar en la primera división de la economía global.
Todo lo que no vaya en esa dirección se convertirá en plomo en las alas. España tiene en sus manos la decisión de tomar una senda u otra. De la opción elegida dependerá, nada más y nada menos, que el futuro de nuestros jóvenes.