Desempleo, reformas laborales y cambio
Desde hace aproximadamente 3 años, asistimos a un proceso permanente de reformas laborales, todavía inacabado y que paulatinamente está conformando una nueva realidad.
Resulta perturbador que este proceso reformista se haya iniciado sólo cuando los efectos de la crisis económica no podían ya esquivarse ni banalizarse. No porque no fuera y siga siendo necesario abordar reformas, respecto de todo aquello que no funciona o no se adapta adecuadamente a la realidad, sino porque durante años y todavía ahora, siguen esquivándose y banalizándose muchas de las razones que explican el fracaso de nuestro sistema de relaciones laborales, ahora, con una coartada tan oportuna como engañosa.
Resulta igualmente perturbador el mismo proceso de reforma, al menos en su dimensión pública. Desde su inicio, la realidad se ha montado encima del proceso y no a la inversa. Nunca se ha partido de un diagnóstico detallado y sistemático de todos los problemas a resolver. Nunca se ha realizado una mínima reflexión sobre todos ellos y las razones para priorizar unos sobre otros. Nunca se ha elaborado un mapa de todos los actores implicados y de sus diferentes niveles de responsabilidad en el desarrollo del proceso. No se han identificado los factores críticos de éxito y fracaso, de la misma manera en que no se han concretado los indicadores que hubieran permitido monitorizar la evolución del cambio y evaluarla en base a parámetros no meramente ideológicos.
Sigue siendo perturbadora la escenificación del proceso. El uso de una semántica rupturista, que reniega de todo lo anterior. La invocación a “los otros”, las instancias internacionales, que parecen condenarnos fatalmente a un destino predeterminado. El recurso al imperio de la ley, perjudicado por la competencia del real decreto ley, pero en definitiva, “máximo exponente” secular de la autoridad pública y del poder parlamentario. Y las continuas referencias a las bondades y beneficios que supuestamente en un futuro inmediato vamos a ver todos y que ahora somos incapaces de ver, porque hemos sido obcecadamente resistentes a conectar con el proceso.
Pero detengámonos un momento. Hagamos un pequeño reset. Los teóricos expertos en gestión del cambio se pondrían las manos en la cabeza, ante la absoluta incapacidad de gestionar no los elementos, sino la dinámica de la transformación. Los teóricos expertos en políticas públicas, ante la deficiente calidad con la que se concretan los impactos que se persiguen, la falta de visión estratégica y la lamentable planificación operativa y de evaluación. Los teóricos expertos en derecho del trabajo, ante los continuos y sistemáticos errores de técnica legislativa y la extrema inseguridad jurídica que están generando.
La realidad no cambia por real decreto ley. Cambia para que se creen las condiciones propicias para que ciudadanos y organizaciones descubran los beneficios del cambio, identifiquen sus motivaciones y los motores para la acción y pasen a formar parte activa del mismo.
Para ello, hay que estimular la conversación y ofrecer oportunidades para la creación conjunta, sin menospreciar la experiencia técnica por estar supuestamente alejada de la realidad y sin abominar del pasado, porque la tradición histórica aparentemente sólo es portadora de fracasos.
Es de nuevo perturbador saber que, como máximo a 2 horas en avión, existen exitosas experiencias de coproducción en el diseño e implantación de políticas públicas, o que se implementan políticas de empleo orientadas y medidas por resultados, o que los procesos de participación, empoderamiento y corresponsabilidad, han permitido el desarrollo de espacios efectivos de colaboración entre poderes públicos, empresas y trabajadores.
Sería esperanzador que, al menos, pudiéramos reconocer que la reforma laboral no creará empleo, ni reducirá el desempleo, ni destruirá empleo en sí misma. Es imposible medirlo, de manera que este debate es absolutamente estéril y manipulador.
La reforma laboral sí que cambiará radicalmente, ya lo está haciendo, el sistema de relaciones laborales y el sistema de poder dentro de las organizaciones. Podemos preguntarnos si, en realidad, éste no era el objetivo de algunos de sus impulsores, y todavía hoy jueces y máximos valedores. Pero aquí, hay que llamar la atención sobre algo importante… y lamentablemente también perturbador: el diseño de este nuevo modelo no permite tampoco hacer tangible la coherencia.
Esther Sánchez Torres es profesora de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social en ESADE Law School