Servicios urbanos, el corazón de la ciudad inteligente
La innovación, el único medio para lograr más con menos La comunicación es la asignatura pendiente de las ciudades inteligentes
El 97,5% del agua que hay en el mundo está en el mar y los océanos, y es por tanto salada. Del restante 2,5% de recursos hídricos frescos, el 69% está almacenado en glaciares y el 31% en el subsuelo. Y, a pesar de ello, en todas las ciudades occidentales sale agua potable del grifo. Se trata de un servicio básico, cuya ausencia es ya inconcebible en cualquier urbe, por poco moderna que sea. Lo mismo se podría decir de otras prestaciones que se antojan consustanciales a la vida en comunidad, como la recogida de basuras, la limpieza o la iluminación.
La paradoja, desde el punto de vista del gestor, es que pese a lo costoso que resulta para las corporaciones públicas garantizar todos estos servicios, el ciudadano a veces no los valora. Simplemente los da por hecho. Uno de los retos a los que se enfrentan las ciudades hoy es precisamente a poner en valor esos servicios, lo que redunda normalmente en un uso más inteligente de los mismos.
Hacer más con menos, exprimir la eficiencia de los recursos de las corporaciones locales (y, sobre todo, limitar los costes asociados) es uno de los propósitos de las llamadas ciudades inteligentes (smart cities). Esa tarea debe conducirse además velando por la sostenibilidad, y la innovación se postula como el medio ideal para alcanzar estos objetivos.
“Se trata de mejorar los servicios públicos utilizando las tecnologías. Ahora no se pueden hacer grandes infraestructuras, no hay presupuesto para comenzar obras significativas. Así que tenemos que esforzarnos en mejorar los servicios”, apunta Pedro Arahuetes, alcalde de Segovia. Plantea esta reflexión en un desayuno de redacción organizado por CincoDías en la localidad castellana para debatir las posibilidades y retos de las ciudades inteligentes, concretamente el papel que deben jugar los servicios básicos en este contexto.
¿Cómo se mejora la vida de los ciudadanos aplicando tecnología a los servicios? Arahuetes ve varios ejemplos: edificios inteligentes, que contribuyan a moderar el gasto en energía y agua; sistemas de movilidad inteligente, que optimicen los desplazamientos para ahorrar combustible y generar menos tráfico; alumbrado público con sensores, de manera que se ponga en marcha solo cuando haya peatones...
"En mi opinión..."
Pedro arahuetes, alcalde de Segovia
“Ahora no se pueden hacer grandes infraestructuras, no hay presupuesto para comenzar obras significativas. Así que tenemos que esforzarnos en mejorar los servicios públicos. Se trata de mejorar lo que hay con la tecnología. Hay que compartir la información con otras ciudades”
Santiago Lafuente, director de Aqualia
“Se están abaratando las licitaciones por el poco presupuesto de los Ayuntamientos, pero se sigue exigiendo la mejor calidad de los servicios. No es normal que los operadores tengamos las mismas reglas de juego en un municipio de 50 habitantes que en uno de tres millones”
Jesús López, director de agua de Indra
“La tecnología debe permitir al ciudadano ser un sensor más gracias al uso de los teléfonos inteligentes. Eso se consigue si se le involucra en la propia ciudad. Hay que conseguir que la gente valore los recursos por el esfuerzo que llevan detrás, los pague quien los pague”
Mª Teresa Ugarte, directora de Enefi
“Hay que consumir menos recursos, pero logrando que la gente se sienta cómoda. Eso solo se puede conseguir con más eficiencia. Al final estamos hablando de calidad de vida del ciudadano. La rehabilitación de viviendas es clave: es ahí donde se consume el 17% de la energía del país”
Francisco Morcillo, director de B3-Gestión
“La tecnología debe de hacer de paraguas entre medio ambiente, innovación social y competitividad económica. Las ‘smart cities’ deben ocuparse de que el ciudadano sienta la ciudad a través de los servicios. Si este no forma parte del ecosistema, se pierde efectividad”
Medio ambiente, innovación social y competitividad económica son los tres ejes sobre los que se deberían estructurar las smart cities. “La tecnología debe hacer de paraguas entre estos aspectos”, subraya Francisco Morcillo, director de proyectos de MB3-Gestión, consultoría dedicada a la gestión integral de proyectos y especializada en ciudades inteligentes. “La crisis ha invertido la relación entre esos factores: antes era la ciudad la que estaba al servicio del ciudadano, ahora se trata de que el ciudadano sienta la ciudad a través de los servicios”, sostiene.
La implicación de las personas es fundamental, considera el experto, para que los esfuerzos de la Administración sean apreciados. “Si el ciudadano no forma parte del ecosistema, al final se está perdiendo efectividad”, señala.
No basta, además, con que la gente forme parte del sistema: debe tomar parte en él. “La tecnología debe permitir al ciudadano ser un sensor más gracias al uso de los teléfonos inteligentes. Eso se consigue si se le involucra en la propia ciudad: no basta con darle datos, hay que hacer que los reporte”, opinaJesús LópezSánchez, director de la práctica del agua de Indra. “Se debe dar la tecnología al ciudadano y ponerle una plataforma desde la que sea capaz de aportar información útil a la ciudad”, destaca López.
Captar enormes cantidades de información sobre los usos y costumbres de los ciudadanos (por ejemplo, cuáles son las frecuencias de autobuses más empleadas, qué mobiliario urbano se necesita en cada espacio público, etcétera) es clave para poder diseñar políticas certeras... Pero más importante que eso es saber qué hacer con ella. “Tenemos mucha información, pero no se aprovecha al 100%. Hay que compartirla con otras ciudades”, indica Arahuetes.
El ciudadano, origen y destinatario de las actuaciones municipales
Cómo aprovechar al máximo los recursos es un verdadero quebradero de cabeza para todas las corporaciones locales, organismos encargados en España de prestar los servicios urbanos. Siempre sin perder de vista al ciudadano, que debe ser el centro de todas las actuaciones. “Hay que conseguir que la gente se involucre en los procesos de decisión. Eso es fácil de decir, pero complicado de conseguir”, apunta Pedro Arahuetes, alcalde de Segovia.
Desde el punto de vista público, señala Arahuetes, lo que importa es el fin, no los medios. “A nosotros nos preocupa que se presten servicios de calidad. Lo que pase hasta que se vean los resultados no nos compete”, insiste.
La paradoja es que si no se trabaja la comunicación con los ciudadanos, estos pueden no percibir el valor de un servicio dado. El caso del agua es, en este sentido, paradigmático. Las nuevas tecnologías resultan clave para involucrar a la población. Se puede recurrir, por ejemplo, a la gamificación. Esto es, el empleo del sistema de “juegos y recompensas” para lograr la participación de los usuarios. Un ejemplo: sortear una matrícula gratis para las piscinas públicas entre los ciudadanos que más observaciones aporten a través de las redes sociales sobre cómo mejorar el mobiliario público. Las posibilidades de participación son casi infinitas. “No solo podemos hacer que el usuario envíe información sobre lo que le pasa (por ejemplo: “me sale el agua marrón”), sino que se le puede incitar a preguntar a sus vecinos si les sucede lo mismo para que los técnicos tengan más información”, relata Jesús López, de Indra. La comunicación es importante también para concienciar sobre el ahorro de recursos. “Las viviendas consumen el 17% de la energía del país, y además son responsables de la emisión de una tercera parte de los gases de efecto invernadero expulsados en territorio nacional”, apunta María Teresa de Ugarte, de Enefi. La gestión de recursos será otro de los desafíos para las urbes. “Se estima que entre 2000 y 2020 el volumen de residuos generados habrá aumentado un 35%”, explica Ugarte.
Comunicación, la tarea pendiente
La exportabilidad de las experiencias de smart cities entre las corporaciones locales se antoja clave para su propio desarrollo. “Hay muchos esfuerzos de captura de datos, pero poca translación de ese aprendizaje de unas ciudades a otras. Se debe calibrar los modelos de los demás: si Segovia hace un desarrollo de la gestión de la flota de autobuses, interesa que sea exportable y que alguien le pague a la ciudad parte de la inversión que ha hecho en I+D+i”, reflexiona Santiago Lafuente Pérez-Lucas, director de Aqualia.
Este ejecutivo considera, asimismo, que una de las claves de futuro de las ciudades inteligentes reside en el precio que los consistorios están dispuestos a pagar por llevar a cabo la transformación. “Se están abaratando las licitaciones por los problemas presupuestarios que sufren los Ayuntamientos, pero se sigue exigiendo lo mismo”, se queja Lafuente. “Las corporaciones deberían ser más flexibles con los precios, tanto en el coste como en la prestación de los servicios. No se puede pagar cada vez menos, por ejemplo, a la empresa encargada de la recogida de la basura y al mismo tiempo pretender que todas las noches se vacíen los cubos”, ilustra.
Jesús López, de Indra, recuerda lo complicado que es hacer llegar a todas las casas agua corriente (debidamente tratada y potabilizada) y el poco conocimiento que hay en la sociedad sobre todo el proceso. “Se debe conseguir que se valoren los recursos por el esfuerzo que llevan detrás. No cabe duda de que tienen un coste, independientemente de quién lo asuma. Y se tiene que conocer”, subraya.
El alcalde Arahuetes, por su parte, opina que hay determinados servicios que deberían ser gratuitos para los ciudadanos. Y ahí entra el agua. “Igual que nadie nos cobra por respirar, nadie debería hacerlo por beber agua. Debería ser un servicio completamente público. Sé que la gratuidad es imposible, pero ese es el ideal hacia el que debe caminar la Administración”, expone el alcalde.
La realidad es que hoy en día pocos de los servicios que prestan los consistorios se pueden desarrollar sin la participación de capital privado. Se impone en cada vez más esferas el modelo de la participación público-privada. Volviendo al lado de las empresas, hay varios aspectos relacionados con la contratación que se podrían pulir. “Los prestadores de servicios estamos conviviendo en las ciudades con unas mismas reglas de juego para las 8.000 corporaciones locales (y al menos 5.000 de ellas tienen incapacidad técnica para prestarlo), ya sean de 50 habitantes o de tres millones”, señala Lafuente. “Algunos contratistas, los que estamos sujetos por la Ley de Servicios de las Corporaciones Locales, operamos en régimen concesional y otros en libre mercado. Aunque estemos operando en las mismas obras”, destaca.
Especialización
Bajo el punto de vista de Morcillo, de B3-Gestión, cada ciudad debería decidir qué modelo de ciudad inteligente es el suyo. Solo así se podrán diferenciar las unas de las otras. “Las smart cities están compuestas de dos esferas: un ecosistema ligado a los servicios públicos y un entorno smart que genera valor a todo lo que no son solo servicios públicos, sino sinergias que se puedan dar en el tejido socioeconómico, apertura de nuevos nichos de mercado, etcétera”, comenta el consultor.
La cuidada gestión de los recursos se antoja fundamental en el proceso de construcción de las ciudades inteligentes. “Hay que consumir menos recursos, pero logrando que la gente se sienta cómoda. Eso solo se puede conseguir con más eficiencia”, apunta María Teresa de Ugarte i Peyró, directora de Enefi, la filial de servicios energéticos del grupo FCC. “Al final estamos hablando de calidad de vida del ciudadano”, recuerda.
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