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Tribuna
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¿Austeridad o crecimiento?

Se han cumplido tres años del primer rescate de Grecia. La Gran Recesión que aún padecen muchos países europeos se inició en 2008 tras la quiebra de diversos grandes bancos en EE UU y los rescates de la mayoría de dichas entidades que Washington acometió con celeridad. Obama consiguió la aprobación por parte del Congreso de un paquete de estímulo fiscal sustancial, y China hizo lo propio. EE UU salió de su recesión en verano de 2009 y ha conseguido con crecimiento moderado pero ininterrumpido reducir su tasa de paro del 10% al 7,5%. La mayoría de potencias en Europa, por el contrario, no aplicó políticas keynesianas de estímulo a la demanda. Los programas de estímulo en algún país europeo (Alemania, Plan E en España) fueron de mucha menor magnitud y eficacia. Se impuso la necesidad de consolidación fiscal (austeridad) y reformas estructurales.

Tres años más tarde, aquellos países europeos (España, Irlanda, Portugal y las repúblicas bálticas) que han implementado reformas estructurales de calado y recortado su déficit han corregido sus desequilibrios macroeconómicos y recuperado competitividad. En 2012, nuestras importaciones aumentaron al ritmo más alto desde 1971. Triplicamos nuestro superávit comercial con la eurozona y registramos incrementos de exportaciones a todos los continentes (salvo Europa) de más del 10%. Dicha reducción histórica de nuestro déficit comercial sumada a nuestra balanza positiva de servicios (por el récord del turismo y la mayor penetración de nuestras empresas proveedoras de servicios en mercados extranjeros) han situado nuestra cuenta corriente en superávit. Los escépticos apuntan al descenso de las importaciones y a la insostenibilidad de los incrementos de nuestras exportaciones. Olvidan que la bajada de las importaciones obedece no solamente a la menor demanda sino también a la mayor competitividad de los productos españoles.

Y en el primer trimestre de 2013, las exportaciones han crecido un 3,9%, mientras que las de las principales potencias europeas descendieron. La reducción de salarios y mayor flexibilidad laboral han dinamizado a nuestras empresas, que están conquistando mercados en todos los continentes y disminuyendo la dependencia de nuestras exportaciones al resto de Europa.

La prima de riesgo ha descendido por debajo de 300 puntos y el Tesoro español ya ha podido refinanciar en el primer semestre el 60% de la deuda que vence este año a intereses moderados (4,4% del bono español a 10 años frente al 7% de julio 2012) y con mayor participación de inversores extranjeros.

El esfuerzo de la sociedad ha permitido reducir en dos puntos el déficit en 2012 y la Comisión nos ha otorgado hasta 2016 para situarlo en el 3%. El FMI, el BCE, la OCDE e incluso la Comisión Europea abogan por una ralentización del ritmo de reducción del déficit y un mayor énfasis en la buena implementación de las reformas estructurales.

El frente Hollande-Rajoy-Letta ha conseguido que Alemania y sus aliados (Finlandia, Países Bajos, Austria) desembolsen las ayudas acordadas en junio de 2012 mediante la ampliación de capital del BEI y el crédito del banco alemán de desarrollo KfW. El BCE también contempla medidas adicionales para que fluya el crédito a las empresas y redujo en mayo los tipos de interés al 0,5%. José Viñals, que encabeza el departamento monetario y de mercados de capital del FMI, pidió en las jornadas del Círculo de Economía que se visualizara la reducción del déficit como un maratón y no un sprint.

Helmut Schmidt sentenció que no todos los alemanes creen en Dios, pero que todos creen en el Bundesbank. Pero Merkel, el Bundesbank y los aliados de Alemania en Europa se han quedado solos en su insistencia en no desacelerar la consolidación fiscal. Se ha impuesto Keynes, quien paradójicamente luchó sin éxito en 1944 en Bretton Woods por un FMI que actuara como un banco central mundial y gestionara un sistema de comercio y pagos internacional que evitara déficits o superávits excesivos en las balanzas comerciales.

La mayoría de la sociedad española ha perdido nivel de vida. Espera ahora razonablemente que la prórroga concedida por Bruselas se traduzca en menos austeridad, de manera parecida a la petición de San Agustín a Dios para que le hiciera virtuoso pero no inmediatamente. Pero la postura de Santo Tomás de Aquino (creer en los resultados únicamente cuando se han conseguido) también es una opción.

España consiguió disminuir su déficit público al 3% en 1999 y ser socio fundador de la eurozona. Situarse en el mismo nivel en 2016 es un objetivo asequible. Los mercados, inversores y las potencias económicas premiarán nuestra fe en la reducción del déficit. Obtendremos más financiación de las instituciones europeas. Podremos también exigir más a Alemania y negociar el diseño de la gobernanza económica de la eurozona y una mayor integración política desde una posición de fuerza. De la misma manera que San Agustín acabó conciliando fe con razón, hay que librar una batalla tomista para combinar austeridad y crecimiento.

Profesor de la Escuela Superior de Comercio Internacional, Universidad Pompeu Fabra

 

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