_
_
_
_
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Se ofrece un líder para la Unión Europea

En el reciente discurso en que el presidente francés, al cumplir su primer año de mandato, se ha comprometido a liderar el reto de “dar un nuevo impulso a Europa”, aparecen una vez más las profundas diferencias en la concepción europeísta de Francia y Alemania.

En las cuatro propuestas que va a ofrecer a Alemania para progresar hacia la unión económica y política, en un plazo de 12 años, la primera no representa ninguna novedad en los más actuales planteamientos franceses. Se trataría de instaurar un Gobierno económico en la zona euro con un “verdadero presidente”, que se ocupe de armonizar la fiscalidad, la convergencia social y, como indica en las otras propuestas, que diseñe una nueva estrategia industrial, asegurando la transición energética.

La idea del Gobierno económico, que se opone radicalmente al modelo que Alemania consiguió imponer en el Tratado de Maastricht, no es ninguna novedad en los planteamientos franceses y es una idea que repitió con cierta frecuencia su antecesor, el presidente Sarkozy, y que, incluso, fue recogida por el presidente Zapatero como uno de sus objetivos prioritarios para la presidencia española del segundo semestre de 2010. Precisamente en estas mismas páginas del diario CincoDías, el 17 de febrero de ese año, explicamos esa extraña coincidencia al cuestionar si ¿Gobierno económico o simplemente Gobierno?

En aquel artículo recordábamos el conflicto que se planteó cuando el canciller Kohl objetó al presidente Mitterrand que una unión monetaria no podría funcionar si no existía una autoridad política. Los graves problemas por los que está pasando la eurozona confirman la razón que tenía Helmut Kohl al proponer que se retrasara, si fuera necesario, la Unión Monetaria europea para garantizar su efectividad, enmarcándola en una integración política.

Afortunadamente, Francia ha aprendido la lección y por eso no sorprende que François Hollande, en su cuarta propuesta para una nueva etapa de integración, afirme que la meta sería terminar los 12 años con una unión política, aunque afirme al mismo tiempo, con un gran fallo memorístico, que sabe que se trata de algo difícil, “pero si Alemania quiere la unión política, Francia está dispuesta”.

La cuestión sería saber con qué condiciones se daría esa disposición, pues la renuncia de soberanía que esto implica no será fácil de conseguir en un país que tanta gala suele hacer de nacionalismo, como lo demostró, sin ir más lejos, al votar en contra del proyecto de Constitución europea, cuya elaboración había presidido precisamente un francés. A esto habría que añadir que es verdad que por parte de Alemania no se puede esperar que acepte una unión política sin precisar con detalle las características de ese Estado supranacional que se crearía.

Y puede darse por descontado que no aceptaría que esa autoridad política fuera solamente una manera de encubrir un “Gobierno económico” que pretendiera cambiar el modelo de producción, con las antiguas técnicas de la “planificación indicativa”, pues, en sus propuestas, Hollande concreta la conveniencia de un plan de inversiones a 10 años para crear empleo en cuatro sectores: el digital, el energético, la sanidad y las infraestructuras de transporte.

Se podría añadir, aunque no se dice expresamente, el interés por eliminar la independencia del BCE, que tan poco agrada a los políticos franceses de cualquier ideología, y la renovación del modelo social, recurriendo posiblemente a los criterios de un EB en su concepción históricamente más genuina.

Por otra parte, con un gran sentido de la realidad, el presidente Hollande reconoce en su discurso que “Francia y Alemania tienen visiones diferentes, pero están obligadas a llegar a acuerdos y compromisos. Merkel sabe bien que debemos avanzar. Si fracasa la idea de Europa, Francia y Alemania estarían entre los más perjudicados”.

Sin duda, este es el argumento más consistente que tenemos los que esperamos la consolidación del proyecto europeo, pero la incógnita es cuál de los dos países estará dispuesto a mayores renuncias, pues lo que parece evidente es que Alemania no se expondrá a malvender su futuro si la Europa que se quiere consolidar va a seguir el modelo de otros países que no reconocen los errores de su pasado, como repetidas veces han hecho los alemanes y, por eso, están donde están.

Eugenio M. Recio es profesor honorario de Economía de ESADE

Archivado En

_
_