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Tribuna
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Quién llora por Europa

No es el populismo, no es la falta de liderazgo, no es la demagogia, no es la corrupción, no es el antieuropeísmo, es la conjunción de todas ellas, la desilusión hacia Europa. Se acabó la fiesta. La manera de entender una Europa que ya no es posible. La Europa soñada pero no real. El último aldabonazo el espectacular incremento de un partido antieuropeo en Reino Unido en las elecciones del pasado jueves. El espectáculo chipriota y la descomposición europea van de la mano. Demasiada confusión política y económica. Se hablaba hace apenas año y medio de refundar a Europa. ¿Refundación a partir de qué y sobre qué? Todo debe empezar de otro modo, aprender de los errores, de las debilidades. Es una interrogante difícil de responder. La crisis económica ha lastrado aún más la ignota pero también ignorada conscientemente crisis política y de identidad del constructo europeo. Nunca la Comisión, su presidente y los 27 comisarios han sido tan débiles y han estado tan ausentes.

Lo mejor que les ha pasado a los europeos en más de 50 años amenaza con desmoronarse. Ya no se trata de más o menos Europa, sino de otra Europa más soberana, otra forma de hacer Europa. ¿Cómo hemos dejado que esto suceda? ¿Quién ha secuestrado a Europa? Nos hablaban de regeneración, de un nuevo tratado de la Unión. ¿Realmente es necesario?

Alemania quiere una Europa a su medida, con sus criterios, tal vez con su manera de entender el federalismo, toda vez que Europa nunca será un estado ni una federación. Lo que funcionó en la agenda 2010 para Alemania en la época de Schröder no vale hoy para Europa. Una Europa con otras estructuras, con otras reglas de juego, más seria, más rigurosa, menos alegre tal vez. Austeridad y consolidación fiscal, embridamiento de la deuda, reactivación y quizás algo más de inflación para evitar la deflación. Los espejos portugués, griego, irlandés, italiano y español, y ahora chipriota, ofrecen una imagen real de lo que ahora mismo es Europa, la del Sur sobre todo, y la arrogancia del Norte, sobre todo germana, que se financia a precio de saldo pero que arriesga demasiado, tal vez demasiada animadversión. Hay tensión, demasiada amenaza de enroque. Un parto nuevo, tal vez prematuro. ¿No sirven ya los viejos anclajes?, ¿por qué?, ¿por qué la igualdad y la paridad no son posibles en la Unión Europea y solo prima la voluntad de uno?

En estos momentos, una de las tensiones más graves que debe debatir el futuro inmediato de la Unión es quién y hasta dónde se integrará un núcleo más fuerte, más unido, que sirva de nexo para una eurozona hacia la que bascule todo el proceso de la Unión. Relegado voluntariamente el futuro político de Europa, esta quiere –o quieren los alemanes sobre todo– constituir un Gobierno económico, una unión fiscal y una rigidez presupuestaria que controle definitivamente el déficit, sancione en su caso a los que transgredan la regla de oro, el 3%, y active los mecanismos de estabilidad y solidaridad por encima de las propias instituciones comunitarias. La Europa postsoberana pide paso. La rigidez de planteamientos germanos hasta el momento, sobre todo con respecto a Grecia, equívoca y numantina, no ha hecho más que agravar la crisis.

La espoleta chipriota es una culpa colectiva, de la arrogancia, del mirar hacia otro lado, del tener un paraíso fiscal impune en suelo de la Unión. Hacer pechar a las entidades financieras con parte de la responsabilidad y la crisis de la deuda soberana ha amenazado con la quiebra misma de estas y la explosión sistémica de todo el sistema financiero, zaherido por una especulación sin límite, por una aversión al riesgo mínima y una desregulación tan atropellada como vergonzosa.

La crisis ha desactivado las resistencias, salvo la británica, que no tolera la reforma de su sistema financiero integrado bajo la lupa bruselense y germana. No hay liderazgo. Ya todo es posible. Como siempre, Europa, ayuna de liderazgo, llega tarde. Demasiado tarde. En el calendario ya ni siquiera hay fechas, tal vez solo las elecciones germanas de dentro de medio año. Entre tanto, revuelos de pasillos, borradores, conversaciones informales, exigencias. Merkel exige, no tolera, no cede, siempre un pero. Hay que cambiar, ya no valen las esperas ni los paños calientes. Una espera que deja atónita a Europa, a Estados Unidos. El tablero de la eurozona no sabe siquiera qué va a suceder y si otra Europa es posible. Reino Unido amaga, resiste, amenaza, pero necesita un euro fuerte tanto como los propios 17 que hoy atesoran esta moneda a los que muchos han cantado ya un apresurado réquiem. Chipre es demasiado pequeño pero no lo es tanto para derrumbar el edificio del euro. La casa sin cimientos y comenzada a construir por el techo sin una política bancaria unida, sin una cohesión fiscal.

Europa se ha asomado estos últimos años a su propio caos, el de su inercia provocada por la falta de reacción adecuada, del estímulo y coraje necesarios, la ausencia de audacia y la racanería de sus planteamientos y exigencias respecto a los rescates de algunos países, significativamente griego. Se ha empeñado en jugar sobre un fino alambre que amenaza con romperse del exceso de tensión. El Banco Central no debe comprar exageradamente deuda periférica por los problemas que a la larga arrastrará esta, pero tampoco permanecer inmóvil. De Irlanda y Portugal no se habla, de Italia asusta al ser la tercera economía de la zona euro. Y España mantiene y contiene el pulso como puede. Sabe que Europa es conditio necesaria para salir de la crisis, pero no suficiente.

Los deberes y obligaciones, reformas y recortes draconianos se quedan dentro de los Pirineos. Europa ha perdido la alegría. Está secuestrada por un vacuo y estéril relativismo, entre sombras y dudas, por la falta de liderazgo y gobierno, coraje y valentía, pero sobre todo, sentimiento de ser Europa. Nunca como hasta ahora la desafección hacia Europa había sido tan grande. Los caminos se cierran, el futuro se angosta, pero las respuestas no llegan. No quieren que lleguen. Europa debería mirar hacia dentro de sí misma y ver la pobreza y desunión que proyecta hacia fuera. Otra Europa es posible, pero no así. Este es el camino del desgobierno, de la insolidaridad, de lo bilateral pero no de la solidaridad.

Profesor de Derecho Mercantil de Icade

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