Cameron cae en su propia trampa euroescéptica
La pose euroescéptica, que tan buenos réditos electorales reporta en Reino Unido, puede costarle muy cara a David Cameron. En un discurso previsto para el próximo viernes, el primer ministro británico intentará desactivar una bomba de relojería que parece a punto de írsele de las manos.
Cameron está tan desbordado que ya ha cambiado tres veces la fecha de su pregón sobre la supuesta refundación de la pertenencia del Reino Unido a la Unión Europea, ahora que se cumplen 40 años de su ingreso. Hoy mismo, su vicepresiente de Gobierno, el liberal Nick Clegg, le ha advertido del peligro de reabrir un debate que puede tener "escalofriantes" efectos sobre el crecimiento y el empleo en el Reino Unido.
El despiste alcanza tal nivel en el gabinete de Downing Street que una de las fechas elegidas fue el 22 de enero, como si Francia y Alemania no llevaran más de dos años preparando para ese día el 50 aniversario del Tratado del Elíseo que selló su reconciliación.
Para no eclipsar a Merkel y Hollande (según la interpretación de Londres) o para no pasar desapercibido (según Berlín), Cameron disertará finalmente el día 18, en Ámsterdam. El líder conservaor pretende emular las históricas intervenciones de Margaret Thatcher (Brujas, 1998) o Winston Churchill (Zurich, 1946). Pero corre el riesgo de que la historia se repita en forma de farsa. Y es probable que la alocución de Cameron solo depare una llantina de país consentido, ansioso por escuchar de nuevo el Baby, I love you que le repiten sin cesar desde hace cuatro décadas el resto de socios europeos.
Pero la UE ya no está para mimos con nadie, y Londres no dispone de apoyos claros ni siquiera entre sus antiguos aliados de Europa Central y del Este. Solo el gobierno de Angela Merkel le ha tendido un cordón umbilical que puede cortar en cualquier momento.
De hecho, la amenaza del Brexit (como se ha dado en llamar en inglés a la posible salida -exit- de Gran Bretaña -Britain-) causa más pavor en Londres que en Bruselas. Entre otras cosas, porque podría agravar la grave crisis económica de las islas y podría alentar el voto independentista en el referéndum de 2014 en Escocia, donde los principales partidos defienden la pertenencia a la UE e incluso al euro.
De modo que el líder conservador afronta un lance muy complicado, porque debe calcular su mensaje para audiencias e intereses muy distintos. Sus titubeos indican que no acierta ni con el tono ni con el contenido para su comparecencia en la capital holandesa. Lógico.
Por un lado, debe garantizar a sus socios europeos e internacionales (con EE UU, al frente) la continuidad del Reino Unido en el club comunitario al tiempo que se compromete con los miembros de su partido a repatriar algunas competencias.
Por otro, debe renovar sus credenciales euroescépticas para hacer frente a la ofensiva del United Kindom Independence Party (UKIP), un partido que ha adelantado a Cameron por el carril de salida y aboga sin tapujos por abandonar la UE. Los sondeos recompensan esa claridad y el UKIP podría desbancar a los tories como la fuerza más votada en las elecciones europeas del año que viene.
Por último, debe calmar a la patronal británica y a la City londinense, que ya le han recordado que con las cosas de comer no se juega. Y en el Reino Unido, a pesar de la propaganda, el bolo alimenticio depende en gran medida de las relaciones comerciales con el continente (donde van el 50% de sus exportaciones) y con la zona euro (que tiene en la City su mayor centro financiero). Según fuentes comunitarias, los banqueros británicos incluso le han pedido a Cameron que se olvide de ellos, que ya saben defender muy bien sus intereses en Bruselas.
En esa encrucijada ¿qué cabe esperar del discurso de Amsterdam? Pues una patada hacia adelante, con el vago compromiso de celebrar un referéndum sobre la UE en la próxima legislatura (en 2016 o 2017), si la colación de conservadores y liberales no revienta antes.
Cameron sabe que para entonces la UE se encontrará en otra fase, con una probable reforma de los Tratados de por medio que en muchos otros países desembocará también en consultas populares. Y en caso de dificultad para Downing Street, podría reconvertirse en una consulta sobre nuevas cesiones de soberanía, y no sobre la pertenencia propiamente dicha (se estima que ahora un 33% del electorado sería favorable al Brexit).
Pero si la crisis sigue bamboleando las islas no hay que descartar un resultado favorable a la UE, como en el referéndum de 1975, también convocado por un Gobierno conservador. Y si la desesperación arrecia, tal vez Cameron o su sucesor/a pasen a la historia como los líderes que metieron al Reino Unido en la zona euro. Come on baby...
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