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Tribuna
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Localizar y comercializar la producción en Europa

Imaginemos a un investigador que logra avances tecnológicos que consiguen reducir a la mitad el coste de fabricación de un automóvil: probablemente su contribución al crecimiento y a la competitividad obtendría un apoyo unánime. Ahora supongamos que un emprendedor consigue el mismo resultado importando algunas partes de este automóvil. Es muy posible que muchos le reprobaran por no comprar las piezas a fabricantes locales o nacionales. Pero, sin embargo, ambos obtendrían el mismo resultado en términos de empleo y competitividad.

Esta hipótesis, formulada por el ganador del premio Nobel de economía Paul Krugman, ilustra los problemas que puede suponer la defensa del nacionalismo económico a la hora de tomar decisiones en materia de inversiones o política económica. En una época en la que convergen los esfuerzos para incrementar la competitividad de los países europeos, resulta útil repasar algunos hechos.

-Treinta millones de puestos de trabajo en Europa deben su existencia exclusivamente al comercio internacional, lo que supone un 50% más que en 1995. Esta cifra aumentará en un futuro muy próximo, dado que el resto del mundo crece más rápidamente que nosotros. De hecho, se prevé que en 2015 el 90% del crecimiento mundial se producirá fuera de Europa. Para sacar provecho de ello, deberíamos aumentar nuestra actividad en el comercio internacional.

-Muchos productos fabricados en China están hechos de componentes procedentes de multitud de países. Por ejemplo, únicamente el 4% de los costes de un iPhone importado de China corresponden al montaje en el país asiático, mientras que un 6% de dichos componentes son estadounidenses y un 17% alemanes. Esto se traduce en que, hoy en día, lo importante para una economía no es luchar contra las importaciones, sino importar productos con valor añadido.

-El reto de la competitividad es principalmente un problema de competencia entre economías desarrolladas, más que una cuestión relacionada con el ascenso de las economías emergentes. Europa, en su conjunto, consiguió mantener su cuota del mercado mundial en comparación con los países en vías de desarrollo. No obstante, el viejo continente está lejos de haber cosechado todos los posibles frutos del libre comercio: las negociaciones en curso de operaciones de comercio internacional podrían alcanzar un valor de 275.000 millones de euros, el equivalente a la economía danesa. Por ello, Europa ha preparado un programa de negociación bilateral sin precedentes, que pretende impulsar el comercio recíproco y mejorar así el acceso de nuestras empresas a los mercados en crecimiento.

Partiendo de esta base, se entiende cómo el comercio será la tabla de salvación de la crisis y Europa podría beneficiarse de ello si aplica una estrategia que impulse la comercialización y localización de una producción con el máximo valor añadido posible para nuestro continente.

A pesar de ello, es cierto que el desarrollo del comercio plantea dos cuestiones. La primera es la redistribución: aunque resulta beneficioso para el empleo a escala mundial, el comercio internacional podría requerir la redistribución de trabajadores de ciertas profesiones en declive hacia otros sectores de rápido crecimiento. Esta cuestión va más allá del concepto del comercio: la innovación genera crecimiento, lo que implica cambios en las necesidades del mercado laboral. La transición energética contribuye al desarrollo de las energías verdes, pero también hará mella en aquellos sectores que consumen grandes cantidades de carbón. Los requisitos en materia de seguridad de los consumidores o la evolución de sus preferencias también implican cambios en las necesidades del mercado laboral. Por ello, tenemos ante nosotros un inmenso desafío: la reinvención de un modelo social que se desarrolló durante el periodo de la posguerra y su adaptación a este nuevo orden mundial, de tal forma que facilite el pleno empleo y sirva de guía durante toda la vida profesional de un individuo, garantizando una orientación, formación y preparación de la máxima calidad.

La segunda cuestión es el desarrollo sostenible. Se trata, principalmente, de un problema interno: en general, los países desarrollados no generan menos emisiones que los países en vías de desarrollo, y necesitan productos más verdes. Por supuesto, la adopción de normas medioambientales más estrictas por parte de los socios no deja de ser importante. Europa podría impulsar estas normas con tres sencillos pasos: predicando con el ejemplo, estableciendo una cooperación bilateral y definiendo normas multilaterales. La reciente iniciativa del Foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico para liberalizar el comercio de tecnologías limpias en el marco de un nuevo acuerdo de la OMC abriría nuevas posibilidades en este sentido.

Por último, Europa también debe tener en cuenta los importantes efectos de la producción de gas no convencional en los mercados energéticos mundiales. Esto evidencia aún más la necesidad de fortalecer la política energética europea y adoptar una firme estrategia industrial. El proteccionismo es una tentación recurrente en épocas de crecimiento débil. Tras la crisis de 1929, el proteccionismo condujo al planeta a una espiral recesiva. Los argumentos en contra siguen estando plenamente vigentes, dado que es fuera de Europa donde se registra un crecimiento superior al 3%. Esta situación también nos obliga a intensificar la batalla contra el cambio climático y renovar nuestro modelo social para adaptarlo a un mundo abierto y a una economía moderna. Y hay que hacerlo rápido, ya que el mundo no esperará por nosotros.

Daniel Carreño. Presidente de GE en España y Portugal.

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