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Tribuna
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Elecciones en EE UU, revitalizando la democracia

La grandeza de la democracia es su libertad intrínseca y extrínseca. Es el sentimiento de millones de votantes que hacen suya una realidad, participar, conformar con su voto una mayoría, la de la mitad de los compromisarios que conforman la totalidad de los estados, hasta 540. No es una elección directa. El valor de la participación es el que legitima la democracia, la pluralidad, el respeto, la palabra, la acción. Pocos países pueden darnos lecciones de democracia como Estados Unidos. Como un país se polariza, se detiene incluso en unas elecciones presidenciales, pero también de renovación de sus Cámaras, la de Representantes en su integridad, un tercio la del Senado, de elecciones a gobernadores en no pocos estados y de referéndums en distintos estados sobre el día a día y los problemas que hay que resolver conociendo el criterio de la mayoría. Eso es democracia, porque revive más allá que elegir presidente cada cuatro años. El ciudadano se siente comprometido, parte de una sociedad que ya es algo más que un mero crisol de identidades, sentimientos, nacionalidades, etnias, clases, etc., tierra promisoria y donde todo es posible. Es posible que buenos presidentes pierdan una reelección, que mediocres presidentes sean reelegidos.

Ambos candidatos, el Obama presidente, ignoto en 2008, y Romney quién hace solo dos meses lo tenía muy difícil, pueden ganar estas elecciones. Los analistas han puesto sus ojos en los swing states, en pequeños estados como Ohio, Virginia y Florida, una Florida que en 2000 cambió la historia de la Casa Blanca y también de Estados Unidos cuando unos cientos de papeletas inclinaron la balanza para los republicanos cuando el candidato demócrata y vicepresidente con Clinton lo tenía casi todo hecho. Nunca un candidato puede dormirse ni recostarse sobre su propio regazo de autocomplacencia. El propio Obama lo vio en el primero de los tres debates.

Las grandezas y las miserias de los dos grandes y hegemónicos partidos se han dado cita en los últimos meses y significativamente en estas dos semanas. Nada estaba ganado ni tampoco decidido. Empate técnico. Dos conceptos, dos concepciones de la política, del papel del Estado, de la economía. Incluso de Estados Unidos ante el futuro. La idiosincrasia más fidedigna de lo que es la sociedad americana. Recuerden lo que supuso el New Deal de Roosevelt, el único presidente que ganó cuatro elecciones, o el Nuevo Trato de Johnson. Las fracturas y cleavages políticos de los dos grandes partidos escenifican un extraordinario combate político-dialéctico. Cada medida, cada acción del presidente hay que ganarla en las Cámaras, buscar apoyos, propios y ajenos. Es la grandeza de una división de poderes más real que la que tenemos en Europa. Luego está el veto presidencial, algunos apenas lo han utilizado como Reagan, otros hasta la extenuación, como Nixon.

En EE UU el papel de la sociedad civil anterior a la irrupción misma del Estado, a diferencia de Europa, marca el pulso político, las pretensiones y, sobre todo, la lucha entre un feroz liberalismo y un mitigado intervencionismo del Estado que es escrutado con dureza. América es el país de los sueños, oportunidades, pero también de los contrastes. Donde las concepciones de lo privado y lo público, lo político y lo económico se yerguen como muros impenetrables. Sólo siete votos salvaron hace dos años la votación sobre la extensión de la sanidad a los sectores más pobres de la sociedad. Obama se volcó en la reforma, rebajó sus pretensiones, buscó uno a uno el voto de los suyos, aunque una treintena de demócratas votaron en contra de la ley.

El Obama de 2008, no es el Obama de hoy. Es un Obama presidente, que también ha desilusionado por la inmensidad de expectativas que generó. La realidad era la prosa, el sueño y la ilusión el verso. El mito de superación posracial y con eso ha tenido que gobernar también. Era su momento -It's time- como rezaba la portada del prestigioso The Economist. ¿Seguirá siéndolo hoy 7 de noviembre? La electrizante y casi mística palabra "cambio" -electoralmente hablando- se había materializado. Había cansancio de las viejas formas políticas del Capitolio y los lobbies de Washington.

El listón demasiado alto, demasiado exigente. Obama lo sabía, pero no le importaba. El ímpetu y la audacia lo pueden todo, también el fracaso y al decepción. Partes iguales. Se creía en aquella noche que se acababa una época, no una era, la era de los conservadurismos políticos, religiosos y militares. Un afroamericano en la cúspide del poder. El sueño, la lucha racial, la confrontación silenciosa de décadas. Pero los ciclos políticos son eso, meros ciclo. Son los paréntesis políticos de quienes se sienten predestinados al poder. Mitt Romney puede derribar ese paréntesis, con recetas claras, muy republicanas, liberalismo a ultranza en lo económico.

¿Qué queda de todo aquello? De aquel vendaval impulsivo y atronador, de aquella brisa rasgadora y rompedora de odres viejos políticos? ¿qué cabe esperar de los republicanos. Es lo que América acaba de decidir esta madrugada. Amarga realidad la que ha visto el presidente en estos años, incluso de desafección, de abandonos, de ilusiones olvidadas. Una derecha conservadora que no le ha dado un minuto de tregua y que busca un líder capaz, que juega y destrona, que amaga y busca.

Abel Veiga Copo. Profesor de Derecho Mercantil en ICADE.

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