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España es diferente

Siempre hemos oído hablar de este tópico, a modo de dicho, y sin embargo es ahora cuando esta afirmación parece venir acompañada de un significado más dramático. España no es diferente para su bien ni mucho menos, sino todo lo contrario. Resulta asombroso ver como nuestra tasa de desempleo supera niveles estratosféricos del 25%, comparables tan sólo a los de Grecia (23,6%) o Sudáfrica ( 24,9%) y muy lejos de otros países supuestamente con grandes problemas como Irlanda (14,8%), Chipre (11,7%) o Portugal (15%). Está claro que algo pasa en España, dirán los analistas de fuera.

Algo ocurre con nuestro marco laboral, con nuestro modelo productivo y con nuestro sistema de protección por desempleo para que destruyamos tal cantidad de puestos de trabajo de una forma tan brutal y acumulemos tan escandalosa bolsa de parados de larga duración, siempre según los datos oficiales. Somos muchos, sin embargo, los que creemos que la fría estadística no obedece fielmente a la realidad de nuestros trabajadores verdaderamente activos, sino que podrían responder a un empleo sumergido de un alcance muy preocupante. Aun así, este fenómeno es muy digno de estudio: elevadísima temporalidad y rotación, trabajadores que sólo encuentran trabajo después de agotar su prestación, ausencia de trabajos a tiempo parcial, falta de movilidad en el empleo, reducida correspondencia entre el número de trabajadores que se demandan con una determinada cualificación y los que forma nuestro sistema educativo, etc...Todo esto es bastante significativo y nos hace “tan diferentes” que merecería la pena estudiar cómo se organizan el resto de países de nuestro entorno, para intentar darle la vuelta a nuestra singularidad.

En estos dos últimos años otro aspecto que nuestros políticos se han apresurado a reformar es el referente a la materia de jubilación y a las pensiones. Si bien su justificación es incontestable dado que el declive demográfico al que nos enfrentamos está siendo creciente y nuestro sistema de cálculo de la pensión estaba diseñado de un modo claramente injusto (al computar sólo los últimos años de la vida laboral), no está tan claro par mí que lo que proceda sea alargar forzosamente la edad de jubilación durante más años, sin tener en cuenta las circunstancias personales de cada trabajador y teniendo a cientos de miles de jóvenes en las calles muy preparados a la espera de encontrar un trabajo. Dejemos que nuestros mayores se jubilen de un modo flexible y facilitemos la incorporación de las nuevas generaciones más productivas y, en algunos casos, mejor preparadas.

La revisión de nuestro sistema del bienestar, con las pensiones incluidas, es tarea imperiosa y obligada, aunque compleja cuando se tiene que pasar el examen de una población acostumbrada a la barra libre de servicios públicos sin auditorías ni objetivos de eficiencia, ni de responsabilidad en la gestión de los mismos. Cuando se otorgan subvenciones, ayudas de cualquier tipo o beneficios económicos o sociales con cargo al erario público, estas deberían ser objetivamente concedidas evitando discriminaciones, tendrían que ser estrictamente necesarias y por supuesto, obligatoriamente sujetas a seguimiento férreo para que cumplan la función que se pretende sin posibilidad de “picarescas”, algo que desgraciadamente ya es muy habitual.

En el extranjero, hablando ya de otros temas, los analistas observan con enorme preocupación lo que sucede en España a nivel político y social en medio de esta crisis. La falta de cohesión nacional se percibe como un enorme riesgo en estos momentos tan críticos donde la unidad y la solidaridad deben conformar el camino a seguir. Por ejemplo, tiene muy poco sentido renunciar por razones ideológico-políticas a que tus hijos conozcan y dominen una lengua que practican más de 500 millones de personas en todo el mundo, y tiene aún mucho menos sentido que un responsable político quiera afear en términos genéricos al Gobierno de un pueblo que contribuirá a evitar el más indeseable episodio de bancarrota al que se habría llegado por una pésima gestión de recursos. Pero España es diferente, y aquí las cosas no parece que tengan que tener obligatoriamente demasiado sentido.

En España, por muy optimista que uno quiera ser, siempre es posible encontrar noticias desalentadoras. Por poner tan sólo un ejemplo (que en otras circunstancias hubiese podido carecer de importancia pero que a mí me parece tener consecuencias vitales) la nueva reforma educativa anunciada por el Gobierno hace unas semanas pretende marginar la asignatura de Economía (en su momento introducida acertadamente) a pesar de las gravísimas carencias en cultura financiera y económica que se han evidenciado en nuestra población a lo largo de esta crisis. Provoca sonrojo comprobar como muchos estudiantes, algunos universitarios, toman contacto con el mercado laboral sin haber oído hablar someramente de las funciones de nuestro sistema financiero, de los elementos y productos con los que trabaja, o cómo funciona esta decisiva maquinaria para nuestras vidas que es la Economía. Así ocurre luego, que determinados personajes con presencia mediática, tachan de villanos a los que “salvan bancos” porque ellos mismos deliberadamente se olvidan de qué son los bancos y de quién, qué dinero manejan y con qué finalidad, y qué funciones desarrollan. Por no hablar de la repercusión y de los efectos en cadena que la “no salvación” supondría para todos nosotros y para nuestra economía. Aunque este asunto daría para un largo intercambio de ideas, cerraré el mismo al decir que me gustaría suponer que los detractores del sistema financiero, por llamarlos de algún modo, guardan su ahorro bajo el colchón, pagan siempre en efectivo, y nunca en sus vidas han pedido un préstamo, financiado un coche, etc.

Regulación laboral, sistema de pensiones, economía del bienestar, estructura política y educación, son sólo algunos de los asuntos más controvertidos y apasionantes que tenemos encima de la mesa y sobre los que hay que trabajar cuidadosamente y de manera muy intensiva, porque de ellos depende que encontramos la manera de enderezar nuestro futuro. En nuestra historia más reciente España ha sido lamentablemente “diferente”, y éste es el momento de reconocer con humildad modelos equivocados y caminos tomados por error. Buscar modelos y estructuras de éxito en otros y aprender de nuestros errores sería un punto de partida lógico para un cambio urgente y necesario que posibilite nuestro camino hacia la salida.

Alejandro Varela, Gestor de fondos de Renta 4 Banco

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