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Bernard Arnault

Con el lujo a Bélgica

El hombre más rico de Francia ha solicitado la nacionalidad belga. Una noticia que ha eclipsado el ajuste fiscal anunciado por Hollande.

Con el lujo a Bélgica
Con el lujo a Bélgica

Su emporio ha generado muchos titulares en la prensa de medio mundo. Ahora la noticia es él. El magnate francés Bernard Arnault, la mayor fortuna de Europa -41.000 millones de dólares (31.300 millones de euros), según Forbes- ha indignado a sus paisanos tras conocer que ha solicitado la nacionalidad belga en pleno ajuste fiscal en Francia. Arnault, de 63 años, se ha visto la pasada semana en el centro del debate sobre la fiscalidad a los ricos, una polémica caldeada por el periódico Liberátion y su portada para el recuerdo: Pírate, rico de mierda. El multimillonario, una persona reservada a la que le cuesta salir de las páginas económicas, ha tenido que precisar que seguirá siendo residente fiscal en Francia y que la eventual obtención de una doble nacionalidad francobelga no cambia en nada esa situación. Arnault tiene desde hace un año un domicilio en Bruselas, uno de los requisitos para obtener la nacionalidad de un país donde la fiscalidad para las grandes fortunas es más benévola que en Francia. Mientras, los galos le recuerdan que tras la victoria del presidente François Mitterrand, en 1981, se exilió a Estados Unidos.

Allí, precisamente, empezó a levantar el gigante del lujo, LVMH, un grupo que facturó el pasado año 23.700 millones de euros, casi tanto como la suma de los PIB de Chipre (17.761 millones) y Malta (6.393 millones).

El cuarto hombre más rico del mundo, tras Carlos Slim, Bill Gates y Warren Buffett, nació en el seno de una familia con intereses en el sector de la obra pública en la localidad de Roubaix, cerca de la frontera belga. Arnault ha contado cómo su abuelo le llevaba con siete años a visitar las obras. Una lección sobre la importancia del trabajo duro y el espíritu emprendedor que ha transmitido a sus hijos mayores, Delphine y Antoine, a los que de niños llevaba a visitar las tiendas propiedad de LVMH y que hoy trabajan con su padre. æpermil;l, que tras estudiar una ingeniería en la prestigiosa æpermil;cole Polytechnique, se unió a su padre en la empresa familiar, Ferret-Savinel, nunca presionó a sus hijos para que le acompañaran en el grupo. Les decía: "Si quieres estar conmigo, tendrás que trabajar más duro que los demás". Los dos tuvieron que cavar zanjas antes de ocupar puestos de responsabilidad en el grupo.

Para ellos, Arnault es un visionario. El magnate convenció a su padre para que vendiera por 40 millones de francos la actividad de construcción y encauzara el negocio a la promoción inmobiliaria. La empresa, rebautizada con el nombre de Ferinel, se especializó en apartamentos turísticos. A principios de los ochenta, con los socialistas en el poder, Arnault probó suerte en el mercado inmobiliario de EE UU. No tuvo éxito; en cambio, aprendió inglés y un modelo de gestión más agresivo.

Arnault regresó a Francia en 1984 convertido en un temible competidor. El Donald Trump francés, le han llamado. El Gobierno galo le encomendó entonces el rescate de la quebrada Boussac, propietaria de la firma Dior. Sometió el grupo a una fuerte reestructuración, cerró fábricas deficitarias y redujo dos tercios de la plantilla. Dior iba a ser la base de un gran grupo de lujo, lo tuvo claro desde el principio, y para ello instaló su oficina en la avenida Montaigne de París.

La maison había vendido anteriormente sus perfumes a LVMH, grupo creado tras la fusión de Moët Hennessy y Louis Vuitton. Fue el siguiente objetivo de este coleccionista de arte. Utilizó el dinero obtenido con la venta de activos de Boussac y con el apoyo de Lazard Fréres tomó ventaja en la batalla que los accionistas de las dos partes fusionadas mantenían en LVMH. En 1989 lanzó una opa y se adueñó del grupo. A partir de entonces, Arnault se embarcó en una agresiva carrera de adquisiciones de firmas de alto poder adquisitivo, la mayoría regentadas por sagas familiares a la manera tradicional. "Nuestra expansión no tiene límites", declaró hace años. A lo largo de la década de 1990 pagó miles de millones de dólares por etiquetas como Fendi, Kenzo, Guerlain, Loewe, Chaumet y TAG Heuer, y cadenas de tiendas como Sephora y DFS. La última en sucumbir ha sido la casa italiana Bulgari, en marzo del pasado año. Al margen del lujo, Arnault tiene intereses en los hipermercados Carrefour o el grupo de medios Les Echos. Pero no todo han sido triunfos. El magnate también ha perdido batallas: Gucci, contra su rival en el imperio del lujo François Pinault, o Hermès, de la que llegó a tener el 22% del capital.

Su pasión por el lujo se corresponde con su pasión por el arte. Con Hélène Mercier, una pianista canadiense, tiene otros tres hijos. La dedicación al trabajo no le ha impedido mantener cierta complicidad familiar, respetando el desayuno y el fin de semana. En cualquier caso, es un férreo defensor de su vida privada. Durante un tiempo le preguntaban si tenía un castillo, a lo que respondía, "mi grupo posee dos: el Château d'Yquem y Château Cheval Blanc", dos de los mejores vinos del mundo. Hace unos años reprochó a los políticos que olvidaran que es la empresa privada la que crea la riqueza de una nación. Y añadía: "Cuando el Estado la grava demasiado, corre el riesgo de asfixiarla".

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