Solo soluciones parciales tras cinco años de crisis
Mediado julio de 2007, hace ahora cinco años, los gestores de Bear Stearns comunicaron a sus clientes la imposibilidad de cuadrar valores liquidativos de dos de sus fondos en los que tenían como activos, y de manera masiva, productos híbridos con elevada concentración de hipotecas subprime emitidas por la banca norteamericana. Saltaba así de forma definitiva la chispa largamente anunciada de la crisis financiera. Desde aquel mismo día el miedo se instaló en las salas de máquinas de los grandes bancos del mundo y la desconfianza de unas entidades respecto de otras se generalizó hasta paralizar todas las operaciones interbancarias.
Los grandes bancos centrales tuvieron que inundar con urgencia el mercado de dinero, tanto en Europa como en Japón y EE UU, y convertirse, por vez primera en décadas, en prestamistas de último recurso para que el dinero siguiese circulando. Cinco años después este problema sigue sin resolverse en muchas zonas del planeta capitalista, y la crisis está lejos de ser superada. Europa es el mejor ejemplo: recurso sistemático de la banca a las ventanillas del BCE para atender sus obligaciones de refinanciación y, mientras tanto, el crédito prácticamente muerto. Y dentro de Europa, el paradigma de este endemoniado círculo, España.
Todas las crisis mutan los sistemas productivos y las estructuras financieras, y en esta llegó a temerse incluso por la supervivencia del sistema capitalista, o al menos por sus principales maneras de funcionar. La primera reacción positiva del estallido de la crisis, como correspondía a su carácter global, fue la búsqueda de soluciones globales con instrumentos globales. Pero a medida que han avanzado los años, la solución ha caminado más rápido en unas zonas que en otras, y en algunos países, como España, la salida del túnel está bastante alejada. La tardanza en reconocer la dificultad y los excesos cometidos en el periodo de bonanza están convirtiendo a España en uno de los países más perjudicados, y así lo reflejan los indicadores financieros. La Bolsa española pierde más de un 60% de su valor desde 2007.
Es conocido el trance por el que atraviesa España y su sistema financiero, mientras que la gran mayoría de los países centrales de la Unión Europea recapitalizaron su banca en los primeros años de crisis y con cantidades de dinero muy elevadas. Bien podría darse el caso de que en los próximos trimestres surgiesen episodios de falta de capital en bancos de otros países de la zona euro, y por ello se han habilitado, políticamente, mecanismos de ayuda tendentes a evitar la contaminación del riesgo bancario a la deuda soberana. Amén de la crisis de actividad que atenaza a varios países, como España, Italia o Portugal, la solución práctica al problema bancario no está aún funcionando y, mientras tanto, la crisis de la zona euro no estará superada del todo. Europa se ha convertido en el último escollo, porque su armadura institucional no estaba construida y ha estado a punto de costar a los europeos la continuidad de su proyecto de unidad monetaria y económica. Mientras Europa focaliza las dificultades, no puede darse por superada la crisis financiera y económica ni en Reino Unido ni en EE UU, precisamente en un momento en el que el motor de los países emergentes empieza a desacelerarse, especialmente en China.
Muchas de las soluciones que se apuntaron en el G-20 de 2008, poco después de la quiebra de Lehman Brothers, siguen sin concretarse, y las ultimadas distan mucho de ser la fórmula definitiva allí donde se aplicaron. Reino Unido y EE UU capitalizaron sus bancos con dinero público desde el primer día. Atajaron la sangría y restablecieron los flujos de liquidez, pero no resolvieron la falta de crédito enteramente, y sus economías siguen hoy sin despejar el terreno. Reino Unido coquetea con la recesión y EE UU crece más por el auxilio de las políticas de expansión cuantitativa de la Fed que por la pujanza de la demanda privada. Además, ambos tienen un banco central muy activo, pero con un balance que puede ser una bomba de relojería inflacionaria para el futuro.
Europa optó por no dar protagonismo al BCE y ha obtenido menos resultados, al menos en términos reales. La construcción definitiva de la Europa financiera y fiscal bien podría dilatarse otros cinco años, aunque varios países necesitan soluciones con horizontes más cortos.