Otro ladrillo en el muro, pero solo otro
El alivio desatado por el anuncio del rescate bancario a España ha tenido una efímera duración en los mercados. La prima de riesgo reaccionaba ayer a primera hora con un descenso de casi 30 puntos básicos, pero poco después rebotaba con fuerza hasta cerrar en los 520, con un avance de otros 30, y puso de nuevo las alarmas en agitado parpadeo. El efecto en la Bolsa de valores siguió un esquema similar; euforia en la apertura -hasta un 6% llegó a subir en los primeros minutos de contratación- por la solución financiera lograda para España y por el cierre apresurado de posiciones cortas sobre valores bancarios, iniciado ya durante la semana pasada, cuando se olían los acontecimientos del fin de semana. Ello revela que el mercado reflejó la euforia inicial que produjo la noticia, pero que la desconfianza -ese virus maligno que se ha extendido a través de la eurozona- permanece férreamente instalada en sus fueros. A estas alturas, conocidas a grandes rasgos las líneas maestras del rescate, parece evidente que la decisión constituye una ayuda de considerable fortaleza para recapitalizar y reordenar -ya que traerá consigo un redimensionamiento obligado- el sistema financiero español. Sin duda, una buena noticia para la banca española y para la construcción europea, pero sin olvidar que se trata solo de un parche, si lo que se pretende es depositar en él toda la carga de la solución global de los problemas de la moneda única.
Los mercados financieros viven cada jornada con unos niveles de agitación desmesurada, porque en tal condición llevan buena parte de sus rendimientos. Ayer cambiaron su estado de ánimo por el simple hecho de que siguen existiendo dudas sobre los mecanismos exactos de financiación del rescate bancario de España, tanto en las condiciones de precio como la consideración de esta deuda en el orden de cobro. Alemania tiene un especial empeño en que el abono de las cantidades que solicite España se haga desde el MEDE, el fondo de rescate que entrará en funcionamiento en julio, y cuya aprobación no es aún definitiva por todos los países que forman la eurozona. Si fuese así, sería considerada como deuda sénior y su recuperación estaría siempre asegurada, solo por detrás de los pagos al FMI. Eso desplazaría, subordinaría, al resto de la deuda estatal de España, a la deuda emitida por el Tesoro nacional.
Parece exagerada esta reacción tan negativa de los mercados por este simple hecho: en el supuesto de que España solicite para sus bancos esos 60.000 millones de euros que maneja ahora el mercado, según las fuentes bancarias que saben mejor que nadie cómo están sus balances, únicamente incrementaría su deuda en seis puntos, una proporción lo suficientemente manejable como para considerar que será devuelta sin problema y sin poner en riesgo el repago de los otros 80 con los que acabará este año el Estado y el resto de las Administraciones públicas españolas. Los operadores son libres de interpretar como quieran los movimientos de los políticos y las decisiones sobre la consideración de las partidas de deuda, pero no parece lógico que una deuda pueda ser repudiada por el simple hecho de que esté subordinada a otra, puesto que el repago dependerá de la capacidad financiera de España, y no de sus deseos.
Todo parece indicar que el nerviosismo no acaba de controlarse, entre otras cosas porque la solución del fin de semana es un ladrillo más sobre el muro, pero solamente un ladrillo más. La argumentación de que tras un rescate bancario vendrá un rescate financiero del Estado vale siempre, porque nunca debe descartarse nada en Europa tras ver los acontecimientos ocurridos en la última década. Pero lo que sigue pesando como una losa es el futuro de Grecia, y de forma no menos importante la falta de una arquitectura fiscal y financiera definitiva en la zona que haga consistente la moneda única. La unidad fiscal, el respeto por el control de los desequilibrios, son básicos para devolver la estabilidad a la zona. Pero, mientras tanto, las autoridades políticas tienen que dar pasos más firmes para que puedan a su vez darlos las monetarias. Solo con ellos el euro tendrá garantizada la supervivencia y Europa, la tan ansiada y recordada prosperidad.