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Tribuna
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'¿Quosque tandem?'

En el análisis histórico de las crisis hay uno inédito: el papel de las democracias occidentales en el periodo nazi-fascista. Para el autor, el peligro actual es el fascismo financiero. Contenerlo es costoso y arriesgadoAl analizar los errores de política económica que han convertido la crisis financiera de 2008 en la II Gran Depresión, hay muy útiles comparaciones históricas: los errores de Hoover imponiendo la austeridad a ultranza; la salida de la Gran Depresión gracias al New Deal; los errores de mantener el patrón oro (rigor monetario) en Alemania… Se han propuesto conceptos como los crímenes económicos contra la humanidad y la banalidad del mal por parte de los grandes responsables de la crisis (reguladores que no regulan; grandes financieros que asumen riesgo con dinero ajeno; académicos y políticos a sueldo de la industria financiera…); se ha definido nuestra sociedad como una plutonomía, se ha recordado la destrucción mutua asegurada en la guerra de nervios entre Grecia y las autoridades europeas, se ha escrito sobre generaciones perdidas y una situación de guerra económica, se ha explicado la doctrina del shock…

Sin embargo, hay un análisis hasta ahora inédito: el papel erróneo de las democracias occidentales en el periodo que condujo al mayor exterminio del planeta. La política de contención ante el peligro nazi-fascista supuso abandonar a muchos ciudadanos de Alemania e Italia, a la República Española, a Checoslovaquia… Esta política equivocada, que en 1938 permitía a Chamberlain y Daladier asegurar "hemos evitado la guerra", reforzó las dictaduras y les dotó del tiempo necesario para desarrollar una maquinaria letal de agresión y aniquilación. Cuando la Alemania nazi invadió Polonia, forzando a Francia y Reino Unido a la guerra, estuvo a punto de destruir las democracias europeas. La victoria sobre estas dictaduras fascistas llegó con mucha dificultad, cierta fortuna y gran sacrificio humano; y no evitó el holocausto, ni la caída de media Europa en manos del totalitarismo estalinista, ni el mantenimiento de los fascismos ibéricos.

El peligro actual es el fascismo financiero, a quien se intenta apaciguar ofreciéndole (como a ciertas deidades antiguas, siempre sedientas de sangre) continuos sacrificios humanos. Estos vanos intentos han reforzado la sensación de impunidad de los responsables del sector financiero y el control absoluto que tienen sobre nuestra sociedad y nuestro planeta.

El sistema financiero sobredimensionado, principalmente anglosajón, es hoy aún más peligroso que en 2007. Los grandes fallos de la industria financiera: cortoplacismo, riesgo moral, retribuciones desorbitadas y desconectadas del riesgo, productos tóxicos, entidades demasiado grandes para caer, abusos de mercado, control gubernamental excesivamente laxo, paraísos fiscales, inadecuado control de riesgos (Barings Bank, Société Générale o, recientemente, JP Morgan), hipertrofia de algunos centros financieros… no se han corregido. La dependencia generalizada del poder político respecto al financiero impide que se intente seriamente corregir estas deficiencias. Bien porque, como en Estados Unidos, las aportaciones económicas del sector financiero pagan la campaña política, bien porque hay un trasvase continuo entre los altos puestos de la Administración y los de grandes empresas financieras. Así, donde los resultados electorales han sido contrarios a los intereses del sector financiero se ha escrito que "los votantes no son cuidadosos con lo que votan".

El fascismo financiero difiere del de 1930 en que no tiene líderes conocidos públicamente, escondiéndose tras sociedades, think tanks, foros internacionales, medios, mercados… Sin embargo, está sustentado, como aquel, en la banalidad del mal, en la participación acrítica de millones de personas (ahorradores, trabajadores financieros, periodistas, gobernantes, profesores…). El holocausto fue posible porque millones de alemanes colaboraron activamente (por miedo, desinterés o convicción) en un esquema represivo perfectamente organizado. Estas personas, escudadas en la obediencia, lograron romper el nexo lógico entre sus acciones y los resultados de las mismas. Igualmente, hoy, millones de burócratas financieros cumplen órdenes escrupulosamente sin reflexionar sobre sus consecuencias.

El sufrimiento colectivo de naciones enteras, el arrinconamiento socioeconómico de una generación de jóvenes del mundo occidental, el abandono de la economía real, la destrucción de activos irrecuperables, quizás la puesta en peligro de la especie humana, son daños colaterales que no merecen consideración. No son responsabilidad de esos pequeños inversores, que tan solo buscan una rentabilidad confortable para sus ahorros, despreocupándose del destino de su dinero. Ni de esos políticos obsesionados por las próximas elecciones y amedrentados por los mercados. Ni de esos jóvenes perfectamente preparados que obtienen sueldos absurdamente elevados en la industria financiera; solo compran y venden activos, ¿qué hay de malo en ello?

Tampoco son responsabilidad de los profesores que enseñan un mundo ficticio como si fuera real y cuyas sesudas investigaciones casualmente favorecen a sus patrocinadores. No son, en definitiva, responsabilidad de nadie. Es el sistema. Si se niegan por escrúpulos a exigir más rentabilidad al Reino de España, o a proteger de los efectos negativos del riesgo a los inversores que decidieron asumirlo, o a santificar el mercado financiero como perfecto negando que es un oligopolio en el que unos pocos fijan el precio y arramblan con los beneficios…, entonces se les apartará (no podrán competir con los beneficios ficticios de otras empresas; perderán las elecciones; no ganarán la cátedra…) y otro lo hará por ellos. Son cooperadores necesarios de este cruel sistema y, frecuentemente, también sus víctimas.

Este sistema está necesariamente desconectado del mundo real. Un diálogo memorable de El tercer hombre describe esa irrealidad. Alguien dice, elevado en una noria y señalando la multitud: "Mira abajo. ¿Sentirías pena si uno de esos puntos dejase de moverse para siempre? Y si te ofreciera 20.000 libras por cada punto que parase, ¿me dirías que me guardara el dinero o calcularías cuántos puntos serías capaz de detener?". Desde las grandes alturas de la finanza internacional parece que se nos ve así, como puntitos cuya detención reportará beneficios inmediatos sin ningún coste. Su sistema depende de millones de colaboradores necesarios, cuyos objetivos están aparentemente alineados en una dirección perjudicial para nuestra sociedad (y para esos mismos colaboradores).

Contener al fascismo financiero será inútil, costoso y muy arriesgado, ¿hasta cuándo seguiremos intentándolo? Deberíamos haberlo afrontado hace mucho tiempo desde el poder político, desde las organizaciones sociales y desde la acción individual (existe la banca ética, se puede decir no a órdenes injustas, se puede rechazar la idolatría al corto plazo…). Ojalá aún estemos a tiempo.

Mikel Larreina. Profesor de finanzas de Deusto Business School

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