El arte de reflexionar sobre el dinero
Nos movemos en una realidad fluida que nos aleja de certeza alguna. Por eso, siempre es recomendable aprender de las personas que alcanzaron sabiduría por su mucho vivir y actuar. Finalizo la lectura del delicioso libro de André Kostolany El arte de reflexionar sobre el dinero, editado por Gárgola, y tengo la impresión de que me han rozado las alas del ángel del sabio. Escribió este su último libro cuando contaba con más de 90 años de edad, con su cuerpo ajado, pero con su inteligente mente de especulador orgulloso presta y lúcida.
André Kostolany hizo fortuna especulando con acciones, materias primas, deuda, divisas y con cualquier activo que se dejara, a lo que unió una presencia continua en los medios de comunicación. No solo decía lo que pensaba, sino que, además, logró hacer una auténtica fortuna con sus especulaciones varias. Existen muchos gurús, pero muy pocos que logren hacerse ricos. Son estos los que tienen más que enseñar.
No era un teórico, sino que se jugaba sus cuartos en cada envite y le fue muy bien con ello. Hombre exquisito y refinado -estudió Filosofía e Historia del Arte, fue melómano y gran intérprete de piano-, reflexionaba sobre la especulación, a la que considera un arte y no una ciencia, y a la que considera imprescindible y consustancial con la buena marcha de la economía.
Se declaraba especulador, que invierte a riesgo, y no le agradaba el título de gurú que le otorgaban los diversos medios de comunicación. "Un gurú es infalible y yo no lo soy", repetía desde su experiencia, sabedor de que se trata de que al menos el 51% de las operaciones terminen con éxito. Y él logró superar este mínimo con creces a lo largo de su existencia. Algunas de sus reflexiones son memorables: "Quien goza de mucho dinero puede especular, quien tiene poco, no puede hacerlo y quien no posee nada no tiene más remedio que especular".
Ante el hundimiento de la Bolsa de las últimas semanas, qué haría. ¿Entraría o saldría de ella? No lo sabemos, aunque siempre creyó que la Bolsa tenía una vida propia independiente de la marcha de la economía a corto plazo. Así escribió que sir Isaac Newton, especulador apasionado y que se arruinó en el crac de la burbuja de Londres, dijo: "Puedo calcular la trayectoria de los cuerpos celestes en centímetros y segundos, pero no sé hacia dónde será arrastrada una cotización por una masa loca".
Pues así estamos, aunque tenemos la impresión de que mientras no se aplaque la tormenta financiera la tendencia será aún bajista. Kostolany nos quiso aclarar que: "Muchos aficionados describen la Bolsa como termómetro de la economía y eso no es cierto. A largo plazo, la economía y la Bolsa progresan en la misma dirección, pero, entre tanto, ambas pueden tomar caminos completamente diferentes y antagónicos". No existen razones objetivas para la subida y bajada de las acciones, más que la concurrencia de oferta y demanda. La única realidad que determinará el éxito o fracaso del especulador es la anticipación de la concurrencia entre oferta y demanda. Una empresa saneada y con perspectiva de beneficios puede caer, mientras que una casi en la quiebra puede subir.
Lo importante no es la realidad, sino la percepción de esta por los mercados y la reacción que generará. Un especulador se diferenciará de un agudo analista en que este predice los hechos y aquel las reacciones de estos sobre las personas que deciden, reacción que, en muchas ocasiones, no será racional.
Aunque no creía en grandes leyes generales, pensaba que cuando los Gobiernos y los bancos centrales ponen dinero en circulación y bajan tipos de interés, al final el dinero llega a la Bolsa y la anima. Al contrario, si se suben los tipos de interés y se restringe el crédito, la sequía terminará golpeando a la Bolsa. "La economía -escribe- puede explicarse en una frase, como dice el músico ambulante húngaro: no dinero, no música". Es normal, pues, que no escuchemos música alguna en este escenario completamente drenado de liquidez.
Los ciclos de precios siguen lo que llama el huevo de Kostolany. Hay que leerlo para saber cuándo entrar y cuándo salir. Hacerlo ahora es de duros. También de optimistas. Con fino sentido del humor, nos explica el diálogo entre el optimista y el pesimista tras el hundimiento del 29. "Terminaremos pidiendo limosna, dice el primero. Sí, ¿pero a quién?, le responde el segundo". En suma, un libro de sabiduría humana y económica que debemos leer con fruición.
Manuel Pimentel