La otra burbuja
Mientras el ojo del huracán mediático está pendiente de la evolución de la deuda pública europea y los balances bancarios se resienten en un efecto expulsión que perjudica al crédito a las empresas, existe otra burbuja de la que apenas se habla y cuya sombra se cierne todavía más amenazante sobre la recuperación de la eurozona: la de la deuda privada de familias y empresas.
Su origen es hipotecario, de todos es sabido que los precios de los inmuebles han caído o permanecen sostenidos con alfileres en buena parte de Europa, y durante este declive, buena parte de las entidades financieras continuaron concediendo préstamos en una huida hacia delante tratando de equilibrar balances fuera de control.
Históricamente, está demostrada la estrecha correlación entre el consumo, las burbujas de crédito y la caída de precio de los activos inmobiliarios. Los países que experimentaron una subida más fuerte del endeudamiento de sus familias también fueron testigos de una mayor caída en el consumo tras el estallido de las burbujas inmobiliarias frente a las que tuvieron subidas más paulatinas.
Por ejemplo, si una persona pidió un préstamo para hacer frente a la compra de su casa (y del suelo sobre el que se asienta) y con posterioridad el precio del inmueble se resiente, tenderá a hacer frente a los pagos del inmueble que tuviera pendientes antes que a salir a cenar o comprarse un nuevo coche o renovar su armario.
Estas decisiones individuales de postergación del consumo directo, agregadas para toda la población, están causando una paralización de la economía europea, como es el caso de Holanda, Dinamarca, Reino Unido o España. Países todos ellos en los que se dio una burbuja crediticia.
Las burbujas inmobiliarias y su posterior pinchazo tienden a ser más prolongadas que las financieras y se retroalimentan. La evidencia europea es clara, en Holanda y Dinamarca, países en los que los niveles de deuda se elevaron fuertemente con carácter previo a las crisis, el consumo ha caído un 3,3% y un 3%, respectivamente, desde 2008. En Reino Unido, después de una década de crecimiento ininterrumpido de deuda de las familias, el consumo ha caído un 3,5%. Las familias alemanas, las cuales vieron cómo su deuda relativa caía durante la pasada década, consumieron 2,4% más el año pasado de lo que lo hicieron en 2008.
¿Qué puede hacer la Unión Europea? De momento se dispone de una batería de indicadores macroeconómicos para identificar situaciones no sostenibles y penalizar a las economías desmandadas. Pero todas estas políticas son meramente preventivas, y quizás sería más útil y ambicioso saber lidiar frente al estallido de una burbuja de crédito e inmobiliaria. Desafortunadamente, la burocracia europea difícilmente podrá obviar la importancia de la deuda acumulada por las familias durante los últimos años.
Las políticas fiscales pueden ser de ayuda, pero tardan tiempo en ofrecer sus frutos, y Europa no dispone de margen de maniobra. En EE UU se han articulado programas gubernamentales de ayuda para el desapalancamiento de las familias, pero el pacto de estabilidad europeo está forzando a reducir sus desajustes previos para cumplir con el objetivo de déficits del 3% del PIB en la UE.
Tampoco parece que la política monetaria europea acuda al rescate mientras no se solucionen los procesos de reestructuración bancaria. Los tipos de interés en el mundo desarrollado continúan bajos, y el BCE parece poco proclive a embarcarse, según estatutos, en un programa heterodoxo de ampliación de la oferta monetaria.
Además de ello, un programa de condonación selectiva de deuda podría ser menos dramático para las economías que la austeridad presupuestaria prusiana decidida en Europa. Por ejemplo, durante la Gran Depresión, la Agrupación de Préstamos Hipotecarios de EE UU compró un millón de deuda problemática bancaria y renegoció las condiciones en mejores términos para los propietarios, ayudando a recuperarse el consumo con mayor agilidad.
Desde las autoridades europeas, sin embargo, no parece existir ninguna voluntad por afrontar este tipo de soluciones, tal y como destaca Mathew Dalton en Wall Street Journal. El mayor obstáculo parece ser la inexistencia de un verdadero Gobierno federal que aplique una política coordinada de forma simultánea.
Sin instrucciones de uso claras en caso de emergencia, y con los consumidores fuertemente endeudados, la recuperación de la demanda interna europea puede descartarse durante un largo periodo de tiempo. Con este porvenir, la recuperación económica se verá, sin duda, también postergada, con la excepción de las empresas exportadoras centradas en cubrir la demanda de aquellas economías emergentes.
Isabel Giménez Zuriaga. Fundación de Estudios Bursátiles y Financieros