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Los rostros de la paternidad

Compañeros de viaje
Compañeros de viajeAlfredo Arias

JAVIER URRA, PSICâLOGO. Ni amigo, ni colega. Padre

Los pequeños Francisco Javier y Beatriz podían estar durmiendo tranquilamente cuando su padre, Javier Urra (Estella, Navarra, 1957), entraba en tromba en sus habitaciones al grito de: "¡Operación frigorífico!". La adquisición del electrodoméstico se convertía en una aventura excitante, el mejor plan posible para una mañana de sábado. "Creo que su principal virtud es el entusiasmo por las cosas que hace, desde sus proyectos profesionales hasta la compra de un frigo", lo describe su primogénito, Francisco Javier, de 33 años, que es politólogo, trabaja en Brasil y ha heredado, lo reconoce, el carácter expansivo de su progenitor. Algo que a veces ha provocado choques. Su hermana Bea, de 27 años, psico-oncóloga, más tímida, completa el retrato: "Transmite optimismo y seguridad, sabes que no te va a fallar".

Por la otra cara de la moneda asoman la ansiedad, la impulsividad, la impaciencia, la hiperactividad. Exdefensor del Menor de la Comunidad de Madrid, psicólogo forense en excedencia de la Fiscalía de Menores de Madrid, profesor universitario, metido en mil empresas, autor de varios libros (el último, ¿Qué se le puede pedir a la vida?, publicado por la editorial Aguilar), Javier Urra se estrenó en esto de la paternidad muy joven, a los 20 años. Su experiencia lo fue llevando a la conclusión de que lo que tenía que hacer era ser padre, ni amigo ni colega. Nunca lo tentó, asegura, cambiar el rol. Dejaba espacio, creaba un clima de confianza, de complicidad, pero marcando siempre "una distancia óptima", según sus palabras. "Era especialmente estricto con los horarios", recuerda Bea. A Javi una vez le rompió unas entradas en la cara. "Creí que era lo que tenía que hacer", dice con llaneza Urra, que inculcó a los suyos la importancia de estudiar, de ir a la Universidad, aunque luego tomaran otros derroteros profesionales. "Mi padre y mi madre iban en la misma línea, cuando uno castigaba o decía que no, no podías ir al otro a pedir ayuda; si tenían diferencias entre ellos a la hora de educarnos, supongo que las hablarían aparte, pero yo nunca me enteré ni lo percibí", admite su hija.

JUAN MARI ARZAK, COCINERO. Una relación a fuego lento

Elena Arzak, de 42 años, nunca se le olvidará el día en el que elaboró uno de sus primeros platos en el restaurante familiar. Juan Mari Arzak (San Sebastián, 1942) salió al comedor henchido de orgullo y fue paseándose por entre las mesas contándole a la clientela que aquello lo había hecho su hija. "My daughter, my daughter", cambiaba al inglés cuando veía a algún comensal extranjero. Y la aludida, avergonzada, detrás, pidiéndole entre dientes que parara. "Mi padre es impulsivo, entusiasta, ilusionado por las cosas, muy cariñoso y pendiente de mi hermana Marta [actualmente subdirectora de educación e interpretación en el Museo Guggenheim Bilbao] y de mí", recuerda ella.

Juan Mari y Elena llevan desde 1995 trabajando juntos, pasando la mayor parte del día el uno con la otra. Investigando, creando, discutiendo también. "Son cosas del momento; enfados que hayan durado tiempo, creo que no hemos tenido ninguno", tercia el cocinero, que se define como "cascarrabias y efusivo", y afirma que tener a su vástago con él entre fogones es como si le hubiera tocado la lotería. "Nos queremos y nos aguantamos", apostilla. Elena siempre quiso ser cocinera. Marchó a estudiar hostelería a Suiza; luego pasó por restaurantes de Francia, Inglaterra, Montecarlo, Italia. Y regresó a casa. "Es muy buena persona, trabajadora, le gusta lo que hace y tiene mucha imaginación", la describe Juan Mari, que siempre trató de inculcar a su prole "humildad, que no les importe preguntar lo que no saben y que no se lo crean demasiado, nunca". Elena reconoce que tuvo una adolescencia "muy adolescente", pero que sus progenitores supieron llevarlo. "Mi padre era muy cercano, pero imponía límites y normas, y exigía resultados, comportamientos. Igual que ahora, en el restaurante", acota la chef. La relación de los Arzak, aseguran, se basa en la confianza y en las experiencias que han vivido juntos. "Confiamos el uno en el otro. Es impresionante cómo ha evolucionado mi padre, no se ha quedado anclado en el pasado. Me divierto trabajando con él. Y siento un gran respeto", concluye Elena.

JOAQUIN REYES, CâMICO. Emoción e implicación

El primer beso que recibió Ester cuando llegó al mundo hace tres años se lo dio su padre, Joaquín Reyes (Albacete, 1974). "Al ver a mi hija salir, lloraba y decía, 'Ay, qué bonica es, con sus manicas, con su chotejo'... Menuda cara tenía la enfermera cuando me preguntó: '¿Se refiere usted a la vulva?'. Fue un momento emocionante a la par que ridículo". Su hijo mayor, Jesús, de cinco años, nació por cesárea, así que con él no pudo vivir la experiencia del parto. Ambos fueron buscados, y en los dos hubo suerte al primer intento. "Yo creo que conforme nos lo planteábamos mi mujer se quedaba embarazada", ríe. "¿Que si me implico? Pues claro, como tiene que ser. Cambiar pañales, dar de comer, bañar, leer cuentos. Esos que dicen: 'Yo ayudo a mi mujer'... ¿Cómo que ayudas? Tú no tienes que ayudar, tú lo que tienes que hacer es participar y asumir tus responsabilidades. Lo del padre al margen creo que ha pasado, los que estaba la mujer pariendo y ellos en el bar, haciéndose los nerviosos... ¡Vaya morro! Las cosas se tienen que repartir". No se considera estricto, pero sí admite que a veces le falta paciencia. Aunque "soy muy niñero, me gusta estar con ellos".

Para esta foto, los dos niños se han disfrazado, uno de sus juegos favoritos. "Con papá juego a las carreras, gano yo, claro, porque soy como un velocirráptor", suelta Jesús con total desparpajo. También van al cine. "Es muy especial, yo lo hacía con mi padre y ahora revivo esa ilusión que sentía de niño", tercia Joaquín, que se descubre abroncando a su prole con las mismas expresiones que le dedicaban a él sus progenitores. Frases que cambian el género -"¡Ni moto ni mota!"-, que denotan hartazgo -"Me tenéis hasta más arriba del gorro"- o anuncian castigo -"Os voy a poner el culo como un tomate"-. Y otras más pacíficas, e higiénicas, como "La dicha es mucha en la ducha". Su padre, rememora, era cariñoso, comprensivo y cercano, alguien que escuchaba y en quien se podía confiar. Su modelo a seguir. ¿Un deseo para Jesús y Ester? "Que vivan estimulados, motivados, entusiasmados con lo que hagan".

MIGUEL LORENTE, FORENSE. Mucho más que empujar un carrito

A Miguel Lorente (Serón, Almería, 1962) le parece importante que "los hombres nos acerquemos y nos enfrentemos a esa otra cara de la paternidad que va más allá de empujar el carrito o jugar con nuestros niños y niñas". El médico forense y exdelegado del Gobierno para la Violencia de Género ha dado permiso para publicar aquí unos versos que escribió durante uno de sus viajes, y que tituló así, Viaje: "Tengo ganas de iniciar un viaje / contigo, / caminar a tu lado por / las tierras conocidas de la memoria / y el terreno amenazante / del amor, / enseñarte todo lo que no sé / y aprender de lo que tú conocerás / que yo no alcanzaré ya. / El tiempo que antes nos distanciaba / nos ha sentado en un mismo vagón / para esta etapa, / etapa de sueños incompletos, de miedos disfrazados, / de dudas seguras y de amor y emociones / con partidas y venidas... / Quiero iniciar este viaje que / me separará definitivamente de ti, / pero que antes nos unirá / para siempre. / Es el viaje de la vida, / hijo, / y el destino eres tú".

Los destinatarios se llaman Miguel, de 17 años, serio y responsable, con la selectividad en puertas: "Iré por ciencias, pero no he decidido qué carrera". Y Manuel, de 11 años, en 6º de Primaria, resuelto y espontáneo: "Mi padre me dice que deje la Play y la tele, que no pierda el tiempo con eso, y que lea", reconoce con la sonrisa un poco culpable de quien no hace mucho caso a esos consejos. Han sido dos decisiones meditadas y muy queridas, generadoras de emociones y miedos, que muchas veces los padres callan. Personas diferentes, independientes, con sus propias vidas, "que necesitan su espacio y su tiempo", describe el forense. El despacho de casa es algo así como su conjunto intersección: la puerta siempre abierta, él dentro, trabajando, dispuesto a escuchar, y los hijos entrando y saliendo, es verdad que con la intención de apropiarse del ordenador la mayoría de las veces. Juegan al tenis y hablan de la actualidad, de las mujeres que mueren a manos de sus parejas, por supuesto. "Me gustaría que fueran buenas personas", resume el padre. Así de sencillo. O de complicado.

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