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El Foco
Tribuna
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Reconstruyendo el sector bancario

¿Qué sector financiero tenemos y cuál queremos tener? El autor trata de dar respuesta a esta cuestión a través de cinco propuestas cuyo objetivo es recuperar la imagen y las funciones propias de la banca.

La percepción social respecto a qué es el sector bancario ha podido cambiar con esta crisis financiera y, segura y desgraciadamente, no lo habrá hecho para bien. El sector bancario constituye uno de los ejes fundamentales del engranaje de financiación e inversión de cualquier sociedad moderna y, desde hace ya mucho tiempo, se presupone que su principal función es canalizar el ahorro a la inversión. Sin embargo, no hace falta ser un experto para darse cuenta de que esta función, ya de por sí trascendental, se ha visto acompañada en los últimos 40 años de otras muchas actividades y servicios que han aumentado la complejidad operativa de los intermediarios financieros y, al tiempo, la comprensión por parte de la ciudadanía de qué son los bancos y hacia dónde camina este sector. Y en el desempeño de algunas de estas funciones, en su ordenación y en su supervisión han podido estar algunos de los grandes problemas a los que ahora se hace frente en muchos países.

¿Qué sector bancario tenemos y qué sector bancario queremos? Esta es una pregunta que sigue en el aire. Tal vez una respuesta básica pero bien orientada sea que el sector bancario que tenemos en todo el mundo precisa de una reordenación, reestructuración y ajuste conforme a la demanda y que los servicios que deben prevalecer son los que aportan valor añadido en lugar de ser una mera transmisión de riesgos. Debemos aprender de esta experiencia de crisis y de lo que la historia ya nos enseñó en ocasiones similares, para que el sector bancario recupere sus funciones y abandone la imagen de desconfianza y desorientación del que parece adolecer. Walter Bagehot, el célebre economista británico y cofundador de The Economist en el siglo XIX, ya apuntaba que "la historia está repleta de credos e instituciones que son de un valor incalculable al principio, y quedan obsoletos y casi inservibles después". Esta idea de renovación es el reto fundamental del sector bancario en la actualidad y los reguladores tienen mucho que decir y, con ellos, los ciudadanos. Y es en este punto donde los economistas -que tampoco estamos precisamente en la cresta de la ola de la popularidad- tenemos la misión de ofrecer un debate serio y riguroso para alcanzar propuestas de suficiente calado. En mi opinión, pueden destacar cinco, que paso a comentar.

En primer lugar, es preciso reconocer que las principales conexiones entre las economías internacionales y las posibilidades de contagio entre ellas corresponden a las instituciones y mercados financieros. En definitiva, corresponde identificar qué es verdaderamente lo sistémico, qué consecuencias entraña, cómo puede prevenirse y qué repercusiones puede tener ese control y prevención sobre la economía real. Porque, curiosamente, entrados ya en el quinto año de la crisis, se sigue sin contar con una definición de qué es riesgo sistémico y, de forma excesivamente simple, se asocia a las entidades financieras de tamaño elevado.

En segundo lugar, el sector se encamina de forma irremediable hacia una vuelta a una actividad bancaria más básica (back to the basics) pero desde una perspectiva completamente nueva, en un entorno caracterizado por novedades en términos de gestión de riesgos, regulación y competencia. Las entidades financieras tendrán que conciliar una control regulatorio mucho más estricto con un acceso global a los mercados de liquidez y de capital y una capacidad de competir y generar valor añadido a escala local, lo que, entre otros aspectos, requerirá un número de operadores mucho más reducido que antes de la crisis y nuevos modelos de gestión del riesgo mejor orientados, entre otras cuestiones, a la financiación de pequeñas y medianas empresas. En tercer lugar, será conveniente contar con una regulación más eficaz y con reglas más sencillas por parte de los supervisores, que sean más precisas en la calibración y la limitación del riesgo, pero que al mismo tiempo sean creíbles y difíciles de eludir por los participantes de los mercados financieros, en lugar de reglas complejas y una mayor discrecionalidad en la supervisión. No obstante, la experiencia histórica está repleta de ejemplos de cómo la complejidad regulatoria puede ser tan dañina como la ausencia de regulación. Conviene asumir que, a pesar de posibles mejoras en la regulación, la tensión entre competencia y estabilidad financiera persistirá (la búsqueda del negocio y la innovación sin límites frente al control de esa innovación) y cada vez más se hace necesario una política específica de competencia bancaria que asuma la especificidad de este sector.

En general, el nuevo marco regulador debe combinar audacia y realismo y tratar de garantizar la estabilidad del sistema financiero internacional sin comprometer la recuperación económica. Cierto es que en muchas regulaciones actuales de solvencia prima una necesaria estabilidad financiera pero las exigencias de solvencia tiene matices importantes que conviene considerar porque el crédito debe recuperarse y una excesiva presión regulatoria no ayudará. En definitiva, es preciso emparejar los incentivos de las entidades financieras y de los reguladores con los de la sociedad. En este punto, tienen poco sentido -por restar más valor que aportarlo- propuestas como el establecimiento de un impuesto sobre las transacciones financieras. Asimismo, será preciso cambiar el esquema de incentivos para evitar el riesgo moral que incorpora este esquema que vivimos de fallos bancarios seguidos de rescates que, en el contexto europeo, solo pueden tener solución si van acompañados de una resolución simultánea del problema de la deuda soberana.

Cuarto, el negocio financiero seguirá nuevos enfoques y estos deberán estar necesariamente basados en el aprovechamiento de la información sobre los clientes, y en la mezcla apropiada de rentabilidad-riesgo con cada uno de ellos, lo que implica modelos de evaluación del riesgo más individualizados o sensibles a la diversidad de clientes.

Y quinto, y como corolario de las ideas anteriores, el sector bancario se enfrenta a una reconstrucción de su identidad, que pasa por recuperar una trayectoria de valor añadido, dado que la aportación del sector bancario siempre ha sido transformar vencimientos y diversificar el riesgo, convirtiendo pasivos de corto plazo en financiación a largo plazo y, aunque esta perspectiva pueda requerir hoy día de sistemas complejos, todos ellos deben integrarse en la cadena de valor añadido diversificando riesgo, y ninguno de ellos debe contribuir a incrementarlos o trasladarlos a otros agentes de la economía. Esto es un reto para la regulación pero también para el propio sector y para la investigación académica.

Los retos señalados requieren reestructurar y sanear gran parte de los sectores bancarios actuales, fundamentalmente en Europa. Sin embargo, de momento la experiencia no está siendo satisfactoria. Curiosamente, se mira mucho a España, porque los problemas bancarios españoles son más observables (riesgo inmobiliario) que los de otros países (vehículos estructurados, deuda soberana, titulizaciones arriesgadas…) pero el reto es común. España avanza en reestructuración bancaria y tiene pendiente buena parte del saneamiento. Europa no avanza en nada pero sigue mirando a España. Los años del verdadero cambio del sector bancario europeo están aún por venir.

Santiago Carbó. Catedrático de Economía de la Universidad de Granada y Director de Estudios Financieros de Funcas.

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