¿Ha muerto la política de inversión?
La política de inversión es un proceso ordenado, una guía de actuación, que imprime coherencia en el diseño de las carteras de inversión, minimizando los riesgos. Los últimos acontecimientos en los mercados han provocado dudas sobre su validez y su capacidad para obtener retornos adecuados.
La política de inversión describe los objetivos y expectativas de rendimiento del inversor, su tolerancia al riesgo, sus necesidades de liquidez y cualquier otra restricción. Puede ser elaborada para su posición financiera global o para una cartera de inversión concreta.
Tradicionalmente, un cometido de la política de inversión ha sido establecer una cartera de referencia en la que se propone la distribución estratégica de activos, consistente en el tipo y proporción de los mismos a incluir en ella dados unos objetivos y restricciones iniciales. Esta guía, imprescindible, proporciona al inversor el fundamento técnico que explica el por qué, y para qué, está expuesto al riesgo sistemático de los mercados en los que invertir, permitiéndole tomar decisiones sobre gestores, cambios tácticos en la cartera, etcétera.
Tras la burbuja tecnológica de 2000, muchos inversores se vieron penalizados por la alta proporción en renta variable de sus carteras. Pensaron que la solución era otorgar menos protagonismo a la distribución estratégica de activos, ya que esta establece una estructura de cartera de largo plazo estática, que en principio no se modifica cuando hay movimientos de corto plazo, por lo que se sufren los vaivenes cortoplacistas.
Algunas voces recomendaron que los inversores desecharan la idea de cartera de referencia. El mejor camino era buscar las fuentes de rentabilidad allí donde se pudieran encontrar.
Así pues, en lugar de invertir de acuerdo a un plan fijado, se imponía la idea de la agilidad, intentando cazar el activo de más rentabilidad en inversiones alternativas como hedge funds, private equity, venture capital, etcétera, a lo que se denominó, erróneamente, endowment model (modelo de inversión que siguen los fondos dotacionales de algunas instituciones y universidades americanas, cuyo horizonte temporal es infinito o de máximo largo plazo). Es esta una táctica seguida por los endowment funds para sus carteras de muy largo plazo porque, aunque son activos menos líquidos y más arriesgados, pueden ofrecer un plus de rentabilidad en el largo plazo y aportan descorrelación a la cartera.
Otra propuesta fue, en la persecución de rentabilidad per se, utilizar la política de inversión pero condicionándola según los últimos movimientos de los mercados. Resultó ser el consejo equivocado en el momento equivocado.
A principios de 2009, a medida que los retornos se esfumaban y el pesimismo reinaba, muchos inversores controlaron su riesgo reduciendo su exposición a la renta variable, a los bonos de alto rendimiento y a otros activos de mayor volatilidad. Mantenerse fiel a una política de inversión bien construida aumentó la probabilidad de mejores resultados, demostrando que no está claro que los gestores dispongan del procedimiento, o la habilidad, de capitalizar las oportunidades o evitar los riesgos derivados de los desaciertos o imprudencias.
Más que descartar la política de inversión, los inversores y comités de inversión deberían confiar en ella como guía de sus decisiones a largo plazo.
En la práctica, y a pesar de lo que suelen declarar los inversores, su actuación es cortoplacista en momentos turbulentos, en los que reaccionan ante las pérdidas haciendo líquidos los activos con riesgo en el punto más bajo, y viceversa, comprando activos en los momentos en que estos se encuentran con valoraciones más exigentes. Para contrarrestar este comportamiento, la política de inversión incorpora una filosofía de largo plazo y establece pautas de cómo debe ser gestionada la cartera, particularmente en mercados turbulentos.
Definir en la política de inversión unas sencillas reglas de reequilibrio de la cartera e introducir rangos de fluctuación en los que se deban mantener los pesos de los distintos tipos de activos (superados los cuales se imponga la necesidad de comprar o vender para reconducir la cartera a su distribución estratégica) facilita conseguir los objetivos largoplacistas.
Normalmente, una política de inversiones que establezca una cartera adecuada y una propuesta rigurosa de gestión puede dar lugar en ocasiones a un estilo de inversión contrario. Es el mismo que seguiría un inversor que compra activos al hundirse sus precios por las ventas de otros inversores llevados por el pánico y los vende en momentos álgidos de mercado.
Sin un marco de referencia en la toma de decisiones sobre la asignación de activos en sus carteras, los inversores se mueven sin coordenadas fijas y es más fácil que se vean empujados por la masa, lo que les hace obtener resultados deficientes. Disponer de una política de inversiones bien diseñada, y mejor ejecutada, da a los inversores la oportunidad de conseguir sus objetivos de largo plazo.
Kevin Terhaar / Ana Hernández. Director de Examination Development, CFA Institute / Miembro del consejo de CFA Spain