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Tribuna
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La pérfida Alemania

Alemania ha sido hasta ahora la gran beneficiada del desastre de la deuda soberana de la zona euro y ha emergido como la gran potencia que está liderando la respuesta a la crisis e imponiendo sus tesis sobre el imperativo de la austeridad. El componente central de la solución germánica a la crisis es que los otros países de la zona euro deben de emular su modelo económico reciente basado en el conservadurismo financiero y la ortodoxia fiscal.

Desde su punto de vista, el aumento de la deuda es inaceptable, la ortodoxia fiscal debe de ser incluida en las Constituciones para garantizar su cumplimiento, los déficits fiscales deben de ser reprimidos y castigados, los sistemas financieros deben de ser estrechamente vigilados y regulados y los países deben de tratar de evitar los déficits en sus balanzas de pagos. La obcecación alemana está llevando al euro al borde del abismo.

La malévola interpretación que parece dominar en Alemania, según la cual los países de la periferia somos los beneficiarios injustos de las generosas transferencias de los países del Norte y que gracias a ellas nos jubilamos antes, trabajamos menos y vivimos por encima de nuestras posibilidades, se cae por su propio peso. Alemania también se ha beneficiado de forma muy considerable de la UEM que ha permitido que no se sobrevalorase su moneda y dañase a sus exportaciones (como ha sucedido en Suiza o Brasil). Por el contrario, entre agosto 2009 y mayo 2011 las exportaciones alemanas han subido un 18%. Si nuestros países no hubiesen estado en el euro nuestras monedas se hubiesen podido devaluar y no estaríamos sufriendo la crisis de competitividad que estamos sufriendo.

Además, Alemania se ha beneficiado de otras formas: la convergencia de intereses en la zona euro llevó a un boom en nuestros países pero el BCE no implementó las políticas restrictivas para atajarlas, sino que implementó políticas que estaban más acordes con el ciclo en Alemania y que ayudaron a su crecimiento (mientras exacerbaban las burbujas en otros países como el nuestro). Una vez que empezó la crisis, esta dinámica se revirtió, pero sigue beneficiando a Alemania, que sigue aprovechándose del flujo de capitales desde la periferia en busca de calidad y seguridad, lo que les ha permitido bajar los intereses de sus bonos a 10 años hasta el 2%, con el consiguiente efecto de estímulo justo cuando se producía la desaceleración global.

En los países de la periferia, por el contrario, el abandono de nuestras monedas y de nuestra autonomía monetaria ha facilitado la inversión de nuestros ciudadanos en activos en euros en Alemania, pero hace más difícil la financiación de nuestros bonos que cuando teníamos una base casi cautiva de inversores. Esto ha disparado nuestros costes de financiación. En definitiva, la UEM incluye transferencias, pero no es cierto que los beneficiarios sean solo los países del Sur. Alemania paga a través de los fondos de cohesión, estructurales y el fondo de rescate, pero también se beneficia de las exportaciones, de las políticas del BCE y de los canales financieros y monetarios.

Además, hay que resaltar lo reciente del conservadurismo fiscal y financiero del país, ya que Alemania fue el primer miembro de la UEM que rompió las reglas del déficit y la deuda del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, lo que llevó a su reforma y debilitamiento; y sus bancos han estado muy involucrados en los mercados de subprime y bonos de alto riesgo, algo que ahora se olvida de forma conveniente.

Lo que parecen olvidar los alemanes (y las agencias de crédito que siguen sin bajar la calificación de su deuda) es que en el mundo real los deudores tienen más poder que los acreedores. Si los deudores no pagan a Alemania, ¿como va a mantener este país su capacidad crediticia y su actual calificación? Pese a todo, Alemania está explotando la crisis para imponer sus criterios de austeridad que en algunos países (como el nuestro) llevarán a la deflación, el aumento del desempleo y una crisis social. Sin crecimiento no habrá salida a la crisis y seguimos al borde del precipicio. Es hora de que los alemanes reconozcan estos beneficios y hagan lo suficiente para rescatar al euro. En estos momentos debemos de temer menos la inactividad de Alemania que a su poder.

Sebastián Royo. Catedrático de Ciencia PolíticA en la Universidad de Suffolk en Boston, Estados Unidos

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