Pensamiento pequeño
Desde la década de los treinta, una diferencia ha definido tanto la macroeconomía académica como las políticas económicas de los Gobiernos. En el lado izquierdo están los seguidores de John Maynard Keynes, que creen que las acciones del Gobierno pueden y deben suavizar las oscilaciones destructivas de los ciclos. En el lado derecho, están los que temen a los Gobiernos y creen en el poder de autocorrección de los mercados. Pueden considerarse amigos de Friedrich von Hayek.
Nicholas Wapshott explora esta lucha en un nuevo libro. Su relato es legible, inteligente e imparcial. Pero puede ser demasiado ecuánime: cuesta creer que el autor realmente esté por encima de esta pelea. Aunque posiblemente Wapshott tiene razón cuando opina que la personificación del debate lleva a simplificar las ideas de los rivales y que el énfasis exagerado sobre las diferencias entre Keynes y Hayek se han creado artificialmente, al menos hasta cierto punto, para mejorar el atractivo de los textos académicos. También describe cómo las prácticas políticas mitigan las teorías y se aplican en circunstancias curiosas, como la paradoja de un presidente de derechas en EE UU como Nixon adoptando las ideas de Keynes y el presidente de izquierdas Clinton mostrando el miedo ante los déficits y la desconfianza de los Gobiernos que habrían encantado a Hayek.
La lucha también se complica por el hecho de que Keynes y Hayek tuvieron diferentes perspectivas sobre lo que marca la economía. Hayek pensaba que las elecciones individuales son fundamentales en economía. Esa suposición de abajo hacia arriba le dejó prácticamente sin habla cuando trató de contrarrestar el análisis de Keynes de arriba hacia abajo.
Los cambios de los últimos 80 años han elevado, relegado y relevado ambas teorías. La experiencia y la profundidad de la crisis financiera suponen la necesidad de una intervención keynesiana a gran escala. Pero mientras que los Gobiernos tienen un papel crítico que desempeñar, existe un constante y agudo peligro. Las autoridades deben valorar el poder macroeconómico de los agentes individuales y recordar que no todas las fuerzas del mercado son malas.
Por Robert Cole