El euro se juega su futuro en un incierto cara o cruz
La moneda que 330 millones de europeos llevan en el bolsillo desde hace una década vive pendiente de un duelo sobre el camino a seguir
Un gesto tan cotidiano como introducir la tarjeta bancaria en la ranura del cajero automático adquirió en Europa casi un halo de aventura en la Nochevieja de hace diez años. Cámaras de televisión de todo el mundo se apostaron junto a las entidades financieras para comprobar si, a partir de las cero horas del 1 de enero de 2002, el milagro de la Unión Monetaria Europea se hacía realidad.
Y así fue. El 80% de los cajeros, según los datos de la Comisión Europea, arrojó billetes de euros desde el primer minuto del nacimiento físico de la moneda común. Solo algunos cajeros en Italia y Finlandia se empeñaron en seguir dispensando durante algunos días liras y markas, pero el 4 de enero la cobertura del nuevo billete era total. Y el único incidente de relevancia que anotaron las autoridades fue el bloqueo en Austria de un cajero durante 90 minutos.
Aquel percance insignificante no empañó el éxito de la mastodóntica operación logística realizada al unísono en 12 países (a los que se han ido sumando otros cinco socios hasta sumar 330 millones de habitantes). Pero una década después de aquella histórica Nochevieja, los europeos han descubierto que, tal vez, la parte más fácil de la integración monetaria era la de sustituir las divisas nacionales por 7.800 millones de billetes (con un valor de 221.000 millones de euros) y 40.440 millones de monedas (con un valor de 13.100 millones de euros) de la flamante divisa común europea.
La moneda está en el aire y exige una cesión de soberanía presupuestaria que choca con Francia, Alemania y Holanda
La convivencia se ha agriado a raíz del cataclismo financiero iniciado en 2008. Y tras el descalabro fiscal de Grecia se ha plantado por primera vez la posibilidad de que un país regrese a su antigua moneda, lo cual ha colocado al euro ante un incierto cara o cruz del que depende su supervivencia. "Si el euro desapareciera, ¿qué quedaría de Europa?", se preguntaba a finales de noviembre el presidente francés, Nicolas Sarkozy.
La moneda está en el aire y el primer trimestre de 2012 será decisivo para conocer de qué lado cae. La cara exige un nuevo salto en la integración económica y una cesión de soberanía presupuestaria que la opinión pública de algunos países (empezando por la de Francia o Alemania y siguiendo con la de Holanda) no parece dispuesta a admitir.
La cruz... La cruz da pavor incluso a los euroescépticos. La ruptura de la Unión Monetaria desencadenaría "una tragedia económica de la que tanto Europa como el orden internacional tardarían décadas en recuperarse", ha advertido alguien tan poco sospecho de euroentusiasmo como Gordon Brown, el ex primer ministro británico que, en su etapa al frente de Economía, impidió que Reino Unido renunciase a la libra esterlina.
El terrible dilema ha llevado a la zona euro a confiar su futuro a un nuevo Tratado, que espera concluir antes de finales de marzo y con el que se quiere blindar a nivel nacional los compromisos de disciplina presupuestaria.
Si el objetivo se cumple, cada socio reformará su Constitución (o norma equivalente) para marcarse, por imperativo legal, un límite a los números rojos cifrado en el 0,5% del PIB, como déficit estructural anual. España ya aprobó esa reforma en septiembre de 2011, aunque al Gobierno de Rajoy le corresponderá su delicado desarrollo reglamentario.
Pero muchos economistas dudan que esa "regla de oro" impuesta por Berlín baste para garantizar la supervivencia del euro. La Unión Monetaria, según Jean Pisani-Ferry, director del instituto de estudios Bruegel, con sede en Bruselas, parece sufrir el "síndrome de la farola, que afecta a aquellos que buscan sus llaves en el trozo de la calle iluminada aunque las hayan perdido en otro sitio".
La metáfora ilustra el aparente error de una zona euro que, bajo la batuta de la canciller alemana, Angela Merkel, está buscando la salida de la crisis en la austeridad, cuando su verdadero problema parece estribar en la divergencia de la competitividad de los socios y el consiguiente desequilibrio en la balanza de pagos interna. "Para resolver ese problema de raíz hace falta más integración económica, pero esa no es la vía que se ha elegido", advierte Pisani-Ferry.
La ofensiva alemana, según Merkel, ha logrado que los países del euro se embarquen "en un proceso irreversible hacia la unión fiscal", en el que podría establecerse la posibilidad de llegar a vetar un presupuesto nacional. El presidente del Banco Central Europeo hasta el pasado 31 de octubre, Jean-Claude Trichet, incluso propuso que esa autoridad de supervisión se confiriera a una figura de nueva creación que ejerciera como ministro.
"Estos movimientos muestran que hemos llegado al final del bricolaje institucional y que se abre un nuevo debate de fondo, porque una unión fiscal es un ente político donde se ejerce un control colectivo sobre la adopción de los presupuestos", ha señalado Jacques Mistral, director del IFRI, un centro de estudios de relaciones internacionales con sede en París. Mistral también duda, sin embargo, que este "gobierno fiscal sea suficiente para sacar a la eurozona del trance en el que se encuentra".
Las propias autoridades comunitarias admiten las carencias de un planteamiento basado hasta ahora únicamente en la austeridad. "Necesitamos disciplina fiscal, pero también necesitamos medidas para el crecimiento", señaló el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, tras la cumbre europea del 9 de diciembre. La cita se limitó a poner en marcha la elaboración del futuro Tratado del Euro sin establecer nuevos instrumentos de financiación comunitaria. Barroso lamentó que "en la cumbre solo se haya discutido parte de la solución para resolver parte del problema".
La otra parte sigue bloqueada por Merkel, que se niega en redondo, al menos de momento, a cualquier solución que alivie la presión de los mercados sobre los países excesivamente endeudados.
Berlín quiere evitar a toda costa que se repita en la segunda década del euro la convergencia en los tipos de interés que durante la primera permitió que Grecia pagase lo mismo por colocar sus bonos que Alemania, y España llegase incluso a pagar un poco menos.
Pero la impaciencia en los países más castigados por la crisis va en aumento, sobre todo porque las cifras de parados llevan dos años por encima de los 15 millones en la zona euro y la economía parece condenada a entrar de nuevo en recesión mientras Bruselas parece distraerse en negociar un nuevo tratado.
Francia ha intentado en vano compensar la disciplina germana con la creación de un Fondo Monetario Europeo que proteja a los 17 socios de cualquier ataque especulativo o les permita capear una caída temporal de la confianza. París tampoco ha logrado vencer la resistencia de Berlín a involucrar al Banco Central Europeo en las operaciones de apoyo a los países en dificultades, más allá de un tímido programa de deuda pública.
Fuentes diplomáticas confían en que Alemania ceda una vez que el nuevo Tratado entre en vigor. Pero la perspectiva es incierta, entre otras cosas, porque la negociación de ese nuevo marco podría complicarse y su ratificación podría descarrilar en algún país. Reino Unido ya se ha descolgado del proceso, pero en la mesa de trabajo siguen varios países ajenos al euro (como la República Checa o Hungría) que no ocultan sus reticencias a cualquier nueva cesión de soberanía. Dentro del euro, el plan tampoco entusiasma en países como Irlanda (donde se teme la armonización fiscal) o Eslovaquia y Finlandia (reacios a participar en las operaciones de rescate).
Así que de momento la zona euro se tiene que conformar con una frágil empalizada en forma de Facilidad Europea de Estabilidad Financiera, dotada con 440.000 millones de euros. La capacidad de ese fondo de rescate es tan precaria que la zona euro no ha dudado en pedir ayuda también al Fondo Monetario Internacional.
Demasiadas sombras para una Unión Monetaria que mañana cumple 13 años (nació en 1999, tres años antes que la puesta en circulación de billetes y monedas) y en la que, como ha señalado Mistral, "por primera vez desde hace 18 meses se puede producir un accidente irreparable que hunda al continente en el caos".
Agravantes. Banca y paro son las principales amenazas
Las cumbres europeas para intentar zanjar la crisis del euro se suceden con una frecuencia creciente (cada dos meses en 2011, y en 2012 podrían llegar a ser casi mensuales), pero prácticamente ninguna de ellas se centra en los dos problemas más acuciantes del continente: la imparable escalada del desempleo y la delicada situación del sector financiero. El presidente del Consejo Europeo, Herman Van Rompuy, ha asegurado que la primera reunión de este año (a finales de enero o primeros de febrero) abordará la elaboración del nuevo Tratado europeo, pero también cuestiones como "la competitividad y, especialmente, el empleo".El Consejo Europeo, sin embargo, sigue sin exigir planes de estímulo a los países con margen de maniobra como Alemania u Holanda, que podrían compensar la austeridad exigida al resto de socios.Las cumbres tampoco han logrado estabilizar la situación de un sector bancario sobre cuya salud planean serias dudas. La Administración de Obama no oculta su disgusto ante la lenta reestructuración del sector en Europa y teme que la crisis financiera de 2008 se repita, pero esta vez en dirección contraria.
Antecedentes. La corta vida de las uniones monetarias
La posibilidad de una ruptura del euro sigue siendo remota, a juzgar por los pronósticos de los analistas. William Buiter, economista jefe de Citi, solo otorga a esa catástrofe una probabilidad del 5%. Pero la amenaza de Berlín y París (a primeros de noviembre de este año) de expulsar a Grecia, si rechazaba en referéndum los planes de austeridad exigidos a cambio del rescate financiero, acabó con la supuesta irreversibilidad de la moneda única (Buiter eleva hasta el 25% la probabilidad de que Grecia tenga que salir de la Unión Monetaria).El euro ha entrado en unas aguas peligrosas que ya surcaron otras uniones monetarias, como las creadas en el siglo XIX por Francia, Italia, Bélgica y Suiza, por un lado, y por los países escandinavos, por otro. Ambas, como recuerda un estudio de Michael Bordo y Harold James para la CE, se desintegraron a raíz de la Primera Guerra Mundial. Los dos autores ya advertían en 2008 que la zona euro también podría estar expuesta a tensiones que solo se podrían superar con "voluntad política hacia una mayor integración".