Primera velocidad
El Consejo Europeo del 9 de diciembre ha producido un acuerdo in extremis que concede a los líderes europeos uno o dos trimestres para solucionar definitivamente la crisis de la deuda soberana y sentar las bases de una verdadera unión fiscal y financiera. La nueva Europa que está tomando cuerpo estará más integrada económicamente, será más austera y no contará en principio con Reino Unido. Se ha impuesto el sentido común y la mayor supervisión económica por parte de las instituciones europeas se plasmará inicialmente en un acuerdo intergubernamental cuya elaboración y ratificación debería ser mucho más veloz que la posterior farragosa renegociación de parte del Tratado de Lisboa. Con voluntad política y fe europeísta puede prevalecer también la Europa federalista a la que apuesta solo por un mercado común.
Se ha desvinculado del tren de la integración europea un Reino Unido desinteresado en la unión económica y preocupado por mantener a la City londinense entre las primeras plazas financieras mundiales. A diferencia de otras ocasiones, en este caso el Gobierno británico parece haberse quedado solo en su bloqueo. La férrea insistencia de la canciller Merkel en aplazar el debate sobre los eurobonos y mantener la independencia del BCE ha permitido a los Gobiernos de los Países Bajos, Finlandia y Austria, que juntamente con Alemania cuentan con unas finanzas saneadas, sumarse al acuerdo. Cabe resaltar el coraje político y capacidad de persuasión demostrados por Nicolas Sarkozy, que con la intervención del presidente del Consejo, Herman Van Rompuy, ha logrado convencer a Merkel de la necesidad de firmar inicialmente un acuerdo intergubernamental.
El refortalecido dúo Merkozy, al que se ha sumado el futuro presidente Mariano Rajoy y el primer ministro italiano, Mario Monti, ha pactado una gobernanza económica de la eurozona con suficiente músculo como para obligar a los indecisos a sumarse al tren de mayor integración europea o verse relegados a una segunda velocidad incierta. Para Sarkozy, el premio debería ser el mantenimiento de la aún codiciada AAA para Francia, recursos para la maltrecha banca francesa y una posible victoria en las presidenciales francesas del próximo mayo. Para Merkel, poder encarar con fuerza la segunda mitad de su segunda legislatura. Para Rajoy y Monti, los instrumentos para mantener a España e Italia en la liga de Champions europea a pesar de la pésima gestión de sus antecesores.
La velocidad de actuación de los líderes políticos e instituciones europeas continuará siendo decisiva. Apremia la inclusión en las Constituciones de los 26 países del límite de 0,5% de déficit público estructural sobre el PIB a partir del cual el Consejo y la Comisión asumen mayor control sobre las finanzas nacionales, y del 3% a partir del cual los países serán sancionados. Urge asimismo la armonización de la base imponible del impuesto de sociedades y la creación de un impuesto sobre las transacciones financieras para avanzar hacia una unión fiscal.
Los mercados bursátiles reaccionaron inicialmente con un prudente optimismo ante el acuerdo del Consejo Europeo. Pero la posibilidad de una recesión en la eurozona mantiene nerviosos a los inversores. Se deberán concretar detalles y despejar incógnitas en las próximas semanas. De lo contrario, los mercados seguirán reclamando una intervención masiva del BCE. ¿Quién y cuándo aportará los 200.000 millones de euros al FMI para reforzar su capacidad de rescatar a economías europeas con problemas severos (Grecia y posibles casos futuros) o graves de solvencia (Portugal, Irlanda) y prevenir el contagio a las solventes con falta de liquidez como Italia? ¿Cómo se coordinará la intervención del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera con el Fondo Permanente de Rescate a partir de julio de 2012? ¿Cuál será la magnitud de la sanción económica que recaerá automáticamente sobre un país que supere el 3% de déficit?
Los países emergentes deben desempeñar un papel en la resolución de la crisis de la deuda soberana. Por ahora, es preferible que lo hagan mediante una mayor aportación -y capacidad de decisión- en instituciones de prestigio como el FMI, a la creación de instrumentos cuya eficacia está por probar. Los experimentos, con gaseosa, especialmente cuando está en juego la salud económica de la UE.
Solamente los historiadores podrán juzgar si la gobernanza propugnada por el modelo de economía social de mercado germánica (con aportaciones de sentido común mediterráneas) refuerza el papel de una Europa unida mejor que las fórmulas defendidas por el laissez-faire más puro anglosajón. Por ahora parece que, en lo relativo a la gobernanza económica y fiscal que tanto necesita una UE de 27 Estados con 500 millones de habitantes, Keynes aventaja a Friedman.
Alexandre Muns Rubiol. Profesor de la Escuela Superior de Comercio Internacional. Universidad Pompeu Fabra